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Inteligencia y Milicia

...Aquí podría terminar el somero viaje cervantino, con que me quise adherir a la solemne celebración del más grande de los escritores castellanos. Pero antes quiero detenerme, siquiera sea por unos instantes, en el inmortal Discurso de las Armas y de las Letras, que Cervantes confía a la minuciosa elocuencia de Don Quijote. Cuando el 10 de julio de 1944, cúpome la honra de inaugurar la cátedra de defensa nacional en la Universidad de la Plata, me propuse destacar el sutil enlace que existe entre la inteligencia y las armas, aduciendo: “No es suficiente que los integrantes de las fuerzas armadas nos esforcemos en preparar el instrumento de lucha, en estudiar y preparar la guerra; es también necesario que todas las inteligencias de la Nación, cada una en el aspecto que interesa a sus actividades, se esfuerce también en conocerla, estudiarla y comprenderla” . Aquel pensamiento Cervantino, disgustó a algunas inteligencias que se proclaman fieles a Cervantes. Sin embargo, el inmortal complutense aboga por la principalísima importancia que tiene el espíritu en el ejercicio de las armas impugnando a quienes sostienen lo contrario, “como si en esto que llamamos armas los que las profesamos, no se encerrasen los actos de fortaleza, los cuales piden para ejecutarlos mucho entendimiento, o como si trabajase el ánimo del guerrero, que tiene a su cargo un ejército o la defensa de una ciudad sitiada, así con el espíritu como con el cuerpo”.

 

El Discurso de las Armas y de las Letras, es una de las piezas literarias más acertadas y hermosas que ha producido el ingenio humano. El soldado con toda la fuerza de renunciamiento que le impone el implacable deber, aparece proyectado en esa atmósfera translúcida e insensible en que la propia vida pierde toda significación. Así, sabedor que el enemigo está minando la parte en que él mismo se encuentra, no le queda otra alternativa que dar aviso al capitán “y él quedarse quedo, temiendo y esperando cuando improvisadamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad”. Así, también, el marinero, que en la lucha con galera enemiga, “apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, otro ocupa su mesmo lugar, y si este también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes”.

En el Discurso, Cervantes proporciona la imagen del héroe , en el gesto perenne de la heroicidad : esa plenitud de lo corporal y lo espiritual, en una amalgama tan indivisa y fluyente, que lo físico se hace etéreo y el puro valor anímico se torna irrealidad. Es el heroísmo que no teme a la muerte porque ama a la inmortalidad.

En el héroe cervantino, está sumergido y latente el ideal hispánico – ascético, estoico, acaso resignado -, en el que se abre la flor de la caballería y se amasan los héroes y los santos. Ya lo dijo Cervantes: “El soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga”.

Según acabamos de ver, hay una concepción del mundo y del lugar que el hombre ocupa como sujeto de la Eternidad, que es típica de la cultura occidental y cristiana. En el ámbito de ese orbe espiritual, que es el más puro y elevado que han dado los siglos, España y el hispanismo representan la más prodigiosa de acumulación de incitaciones ideales. Toda fecundidad está ingrávida en su arco y sus flechas abren esa multiplicidad de destinos, en que consiste, precisamente la universalidad de lo español. Weber ha dicho, con notable acierto, que “lo universal se hace concreto en cada lugar” . No es otro el misterio y la magia de Cervantes. Lo que Don Quijote tiene de español, de auténtico, de aferrado a lo suyo, es lo que le brinda esa universalidad que le permite cabalgar por todos los caminos. “Don Quijote y Sancho poseen el mundo” ha dicho con acierto un notable cervantista inglés.

Por esto, hablar de Cervantes o de España, es meditar alrededor de un único tema. Tema que es tan nuestro como de España, porque es de cuantos suspiran por cosas eternas, adheridos al magro terrón de su tierra única y de su pueblo diferente. Madariaga ha dado una hermosa explicación de esta dualidad: “Esta universalidad de Don Quijote se debe – escribió - , no a su españolidad precisamente, sino a lo profundo del nivel a que Cervantes llega en su percepción y creación de esta españolidad. Porque lo universal no se alcanza generalizando, es decir extendiéndose a derecha e izquierda para ampliar el área de la observación, sino ahondando en lo único” , o, podríamos completar nosotros, “elevándose hasta lo infinito”.

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