
El terror como sistema permanente conduce a la insurrección general
En 1956, el Comando Superior Peronista, a instancias de Perón, explicó que “el dominio por el terror es propio de los que temen al terror. La organización por el gobierno de su cuerpo de 'gorilas' ha tenido por objeto aterrorizar a la población. Estos 'gorilas' y los que los mandan son cobardes, porque sólo los gorilas asesinan a gente indefensa, enemigos vencidos o prisioneros”.
El último sábado, el Jefe de la Policía Federal, Luis Rolle, confirmaba que la fuerza se alineaba automáticamente con el Poder Ejecutivo Nacional, subordinando el Estado de Derecho al uso de la fuerza como razón imperativa de la autocracia que rige como distinción política en Argentina. Esto no es nuevo: cuando se trata de atacar al peronismo, todo parece aceptable y susceptible de ser naturalizado.
Tras la detención de Juan Grabois y del militante Valentín Peralta Ramos, por la actividad política que llevaron adelante en el Instituto Juan Domingo Perón, el gobierno libertario demostró que insiste en repetir la historia. Más allá de las opiniones sobre las personas involucradas, lo que se evidencia (como ocurre cada miércoles en la Marcha de los Jubilados) es que hay una decisión política de la oligarquía en establecer un estado de situación donde la violencia política se legitime a través del régimen colonial.
La disputa interna hace que se pierda de vista las acciones reales del enemigo. A esta altura, ya no se trata de la persecución a los dirigentes. La caza de brujas y el ejercicio de la fuerza como derecho de las “bestias” denotan la debilidad de la democracia actual y, al mismo tiempo, promueven la destitución de todo principio ético y de derecho en función de la preservación de los intereses materiales.
Desde que asumió la presidencia, Milei legitimó la violencia y naturalizó su declaración de guerra. El enemigo nunca fue la “casta política”, primero porque esta no existe como tal y, segundo, porque el objetivo siempre fueron los sectores populares representados por el peronismo. El enemigo es el trabajador, las Organizaciones Libres del Pueblo. Y no es nuevo. Lo que cambian son las formas de la violencia, pero sobre lo que no tiene que haber dudas es sobre la guerra social que emprendió Milei como sirviente de la oligarquía financiera anglo-norteamericana.
Los tiempos actuales ya no ameritan medias tintas.
La consolidación de la organización popular no puede quedar supeditada al internismo de los mediocres que adulteran los principios éticos del peronismo: “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”.
Es necesario entender que “la política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la Patria, que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional”, y en función de ello organizarnos.
Al mismo tiempo, se hace imperioso comprender que “el peronismo anhela la unidad nacional y no la lucha. Desea héroes pero no mártires”. Esto no quiere decir que aceptemos la imposición de la violencia política del régimen. A ella, como dijo hace poco un dirigente sindical, la tenemos que combatir con “organización, disciplina y unidad”.
Somos pacíficos, pero no somos pasivos y mucho menos neutrales. El Papa Francisco nos dijo “hagan lío” y ese hacer lío es un significante que nos conmina a asumir la resistencia, pero no sobre el repliegue, sino en la ofensiva. Para ello no se necesita el mero consignismo, sino acciones determinantes que hagan tronar el escarmiento. Ser leales a Perón es ser fieles a nosotros mismos, a la comunidad, al pueblo.
Ellos son la colonia y nosotros la Patria. Eso debería ser motivación suficiente, más allá de los dirigentes, para refrendar nuestra historia y defender a todas luces nuestra soberanía política. Es un proceso que amerita asumir una posición revolucionaria, tal como nos enseñó Perón y nos legaron nuestros héroes.
- Creado el .
- Visto: 171