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El Partido de la Revolución

La desorientación ideológica que algunos pretenden imputar al Movimiento Revolucionario Argentino, es el fruto de una falsa apreciación de sus factores internos y de la poco estudiada conformación de las causas que lo generaron.

En un principio, pudo haber indecisión en la marcha; es natural de un movimiento que nace como una rebelión y toma forma a medida que avanza sobre los acontecimientos que suceden con ritmo vertiginoso. Mas que vence y supera un estado de descomposición institucional, político, económico, financiero y hasta social, al hallar el guía seguro que lo hiciera desembocar en la justicia de su metido, esa gula ha sido Perón. Perón es la bandera y la mística de una causa que nadie puede malversar.

No tenía más recursos que la fe en el triunfo.

La grandeza y emoción de la campaña que culminó en el éxito electoral del 24 de febrero, radicó en que el pueblo se encontró a sí mismo y por sí mismo determinó la ratificación de la Revolución triunfante.

Ello hace que el hombre de esta tierra tenga una alta idea de su destino.

Perón es un instrumento de la Historia para perfeccionar las instituciones de la Patria, y es deber apoyar para que su tarea no sufra las consecuencias que imponen contingencias y discrepancias formalistas.

Para apoyar con eficacia la extraordinaria obra del gobernante, necesitamos deponer todo narcisismo y toda urgencia personal para que pueda tomar forma y traducirse en un movimiento orgánico la formación del nuevo partido político que, por la claridad de su programa, por la am plenitud de su espíritu, haga posible la convivencia de todos los argentinos que se sientan capaces de dar al país un esfuerzo Cívico constructor.

Un partido que, al esclarecer la conciencia ciudadana, por la dignidad de su doctrina y la pureza de sus procedimientos, haga que los hombres argentinos no sean tan vulnerables a las ideas demagógicas, a las falsas doctrinas y a los espejismos sociales. Un partido que escrudiñe el pasado para elaborar el presente y preparar el porvenir, que ciñe la voluntad a formula precisa y ruja el esfuerzo del hombre de nuestros días.

Somos el fruto de una tradición heterogénea que necesitamos traducir en un perfil exacto. Esto solo podrá conseguirse si la política, la buena política, ocupa un lugar preferencial y reverente en nuestra preocupación ciudadana.

Únicamente los hombres disciplinados en la vocación política, pueden adquirir la jerarquía para gobernar la Nación. ¿Si ninguna profesión ni artesanía se improvisan, cómo ha de pretenderse se libre a la improvisación el manejo de la cosa pública, de los problemas fundamentales el país?

Hasta para entender el significado de la Revolución, sobre todo de una Revolución como la que estamos impulsando, es necesario que el habitante de la Nación se discipline en política. Sin esa disciplina, en tender el significado de una revolución en sus albores, o a medio trayecto de su proceso, es no sólo difícil, sino expuesto a caer en tremendos errores.

En ello, atribuimos, está el inconveniente, que se traduce en inquietud de los propios parciales. No se puede mover la fe de un pueblo ni exaltar su fibra, en esta hora del mundo, con conceptos genéricos y ambiguos que en épocas pasadas concitaban fervores y entusiasmo. Oligarquía, soberanía, libertad electoral, ya no son palabras que impidan la humedad de la mente del hombre moderno.

Para los simples, para los ingenuos, el gobierno actual es una caja de Pandora. Pero ni los simples ni los ingenuos son revolucionarios y, por lo tanto, sus sorpresas y sus comentarios no deben preocupar a los que están enrolados en este movimiento

Una Revolución triunfa por el esfuerzo de los que creen, y no puede ser administrada en sus etapas constructivas por los acomodaticios y los tibios, por Los que aspiran a una tranquilidad que les permita gozar privilegios y bienes, por los que temen provocar conmociones rectifica doras de conductas y encauzar por el camino de la felicidad, a la comunidad. La historia de nuestra Patria, es una historia como la de todas las naciones, hecha a base de sacrificios, y no es posible admitir que haya generaciones que se crean relevadas de la cuota de sacrificio; porque la historia se hace todos los días y a todas las horas.

Cuando se reniega de la historia, se acaba por ignorar la psicología del pueblo, se pierde los límites de la personalidad internacional, y, entonces, la ciudadanía anula su jerarquía.

En el nuevo partido, el encumbramiento de los hombres debe ser el resultado de un "Cursus Honorum" y no consecuencia de una alcurnia de la sangre o de la riqueza. La virtud cívica, la conducta partidaria, deben ser las que califiquen al ciudadano, y no la derivación de una influencia que al dar un falso espaldarazo delega una jerarquía que se ha obtenido para emplear en beneficio de la causa u organización y no de personas o sectores.

La influencia política debe corresponder al orden jerárquico partidario-social y nunca al administrativo o económico.

Nuestro movimiento, como todo movimiento innovador, tiene que aceptar que un porcentaje de lo antiguo matice lo moderno, o nuevo.

Existen en nuestro medio, a pesar de nuestro régimen democrático, jerarquías del talento, intereses y honores, que no pueden ser desterrados de la sociedad, porque forman parte de su esencia y son resortes necesarios para el manejo de las instituciones y de los hombres.

La unanimidad pasiva no existe ni debe existir en un organismo político de franco culo democrático. Por eso hay que formar un partido sin ortodoxias, que se adapte a una sociedad constituida, más que por estados sociales, por sectores sociales. Libremos a la nueva organización del pecado cívico que significa admitir que actúen sobre las masas proletarias, enconándolas, el rencor de clases contra los motejados de ex flotadores de los desposeídos.

En nuestro programa, en el programa del nuevo partido que anhelamos, debe brillar como punto culminante, el concepto que haga comprender a todos los argentinos la grandeza de nuestro pasado y la austeridad con que se lo forjó, austeridad que dio los recursos espirituales para justificar los desaciertos y errores de todos los luchadores, cuales quiera sea el bando en que actuaron, cuando después de la común con tienda por la Emancipación y la Independencia, trazaron la organización del país. Y haciéndonos eco de la prédica de ese concepto, realizada por los hombres del nuevo organismo, continuar la tarea sin desfallecimientos y sin timideces.

Suspendamos todo escepticismo y contengamos todas las urgencias, y con emocionada esperanza dejemos actuar a quienes tienen el depósito de nuestros anhelos y cargan las responsabilidades tremendas de cumplir un plan de tan grandes magnitudes.

Ni la murmuración ni la malicia, deben nacer ni tener cabida en nuestras filas. Poco debe ser siempre nuestro entusiasmo para la defensa de la Revolución y sus hombres.

El Movimiento está enriquecido por un caleidoscopio de figuras nuevas. Las intachables figuras que han coincidido en la fórmula triunfante para gobernar al país, en base a los postulados que les sirvieron de plataforma, lo hacen con decoro, por convicción y por misión.

Para neutralizar la acción de los gestores de la contrarrevolución, hay que dejar las disputas por detalles o preeminencias personales o de círculos y no transar con nada que impida la diáfana conducta y los procedimientos limpios que evitan toda claudicación.

Impedir que los resortes del Estado se desgasten por la intriga o la conspiración, es tarea altamente patriótica y uno de los deberes y exigencias al afiliado del nuevo partido que apoyará con su organización al Movimiento.

Nadie posee los elementos de juicio como para interpretar el sub suelo de los acontecimientos de la Revolución. Y no es tampoco función honesta de los contemporáneos, pretender hacerlo.

Hay que rechazar el pensamiento de crear un partido sin base programática, con ideario simplista. Ni lo espontáneo ni lo intuitivo. Los cimientos de un edificio no pueden ser hechos con argamasa vaga y aérea, porque esos son elementos demagógicos que sólo puede concitar el entusiasmo o despertar el interés de los pujavantes o logreros ya cono ácidos en la política. Anhelamos un laboratorio de soluciones generosas y no un hervidero de pasiones secundarias.

Muchas veces, a pesar de la firme voluntad, contra el tesonero es fuerzo y el anhelo innovador, se incuba la contrarrevolución, porque el adversario acecha atento y se apresta a devorar su presa al menor des fallecimiento.

La oposición no desperdicia brecha para introducir su cuña. Y seguimos abriéndolas con una inconciencia peligrosa, reincidiendo en el error de combatir con más ahínco a nuestros hombres, que al adversario común.

Grave error y pésima táctica.

Hay que tolerar las disensiones porque ellas, lejos de producir un debilitamiento, contribuyen a mantener la efervescencia y preocupación de los afiliados. Le da al organismo las características de cuerpo vivo, imbuido de una misión que ennoblece la tarea. La masa partidaria debe ser acción e inquietudes espirituales permanentes, y no hay que evitar sus sacudimientos en la hora necesaria que lo sea.

El entusiasmo de la gente simple, de la que no está dispuesta a todo esfuerzo y a todo gesto, por no ser fruto de una disciplina intelectual o científica, por no constituir una convicción, sino una emoción, cae fácil mente en desgaste y se diluye por obra de los que actúan en la sombra, si a sus inquietudes se responde con el anatema. Y a ello, no escapan muchos dirigentes de este movimiento que, incautos, llevados por impulsos románticos, porque consideraron tierra firme el área ideal de los sueños, se rebelan y sin quererlo, con su actitud preparan el trampolín para el salto reaccionario. Y entonces, cuando todo está más allá de las fuerzas y de la capacidad de contención, cuando lo que fue discrepancia o descontento, se transformó en agrio encono y abrió trincheras de lucha y determinaciones de sangre; cuando los imponderables pesan con gravitación creciente de ola asfixiante, la fuerza que se creyó ingente ya no existe.

Un gobierno que nace de un movimiento como el que llevó al poder al general Perón, tiene que advertir, sin apasionamientos, que sus actos no se reducen a la solución de los problemas del Estado, máxime cuando aquél no ha delegado la dirección política; cuando por considerar necesarios, a la responsabilidad del gobernante, suma la del jefe preocupado todos los detalles de la actividad partidaria.

Agréguese a ello, la sensación que causa saber y ver que entre al algunos de los que reciben el honor de los lineamientos generales, al enfocar el problema no evitan la tentación -vana y estéril- de tirar para adelante, sí, pero sesgado.

Y los que vieron nacer el movimiento, los que lo vieron peligrar por la arremetida de muchos de los que ahora están en él, algunos cuando ya comprobaron la inutilidad de oponérsele y aceptaron el triunfo, y no soportaron quedar en la postura que los sorprendió la victoria, es natural que cometan el pecado venial de la desconfianza y levanten sus voces y se insurjan en defensa de lo que creen en peligro, y que aman porque significa la concreción de un ideal largo tiempo acariciado.

No hay que apostrofar ni anatematizar a los que con buena fe des confían, porque esos son los centinelas de todas las horas; saben lo que costará recobrar lo obtenido, si se pierde o malogra, por omisiones o errores, por complacencias con los adversarios o tibiezas con los enemigos, que también los tiene el movimiento, y muy peligrosos y enconados.

Hay que poner en vigencia un programa constructivo de normas se guras y estilo revolucionario. Sólo puede subsistir una revolución, con ideales concretos. Y cuando se ha tomado posiciones y la revolución de abajo, puede continuar desde arriba, sin vaguedades ni patrioterías hueras, sino con principios definidos, como emergen de la propia obra del forjador del Movimiento, únicamente se puede fracasar por ineptitud, por ingenuidad o por malicia, que son formas de incapacidad...

Hay que pesar con meditado sentido la responsabilidad que implica ser un hombre de la Revolución en posesión de un cargo, para prestigiarlo trabajando por ella. Los que no se sientan con capacidad para desempeñar la función en todas sus dimensiones, que se concreten a no desvirtuarla, que no pierdan ni la modestia de su origen ni pretendan deformar su condición y ambiente, porque cuando tal se hace, se cae en el ridículo. Precisamente, la única forma de honrar un cargo, como el de la representación popular, por ejemplo, es siendo lo que se es, sin sentir la vanagloria de lo circunstancial. Vivir la misma vida, con más responsabilidad si es posible, y mañana, cuando termine la función, continuar como todos los días en la tarea específica, artesana o profesional, sin nostalgias ni petulancias.

Eso es lo que anhela nuestro Movimiento. No quiere crear un complejo ni asumir una responsabilidad en lo que a esto se refiere. El Movimiento tiene su líder, y éste debe hacer sentir toda la gravitación de su personalidad sobre sus correligionarios, cuidando de ese modo hacer que no tenga interrupción de continuidad, su ingente obra revolucionaria.

El veneno de la contrarrevolución, hace tiempo se administra. Se les da a los estudiantes por medio de los propios catedráticos, que toman su posición, y aprovechan sus estrados para ejercer su acción.

Está en las masas obreras, esas que aún no comprenden nuestro Movimiento, porque anhelan que sus reivindicaciones vengan por el ca mino sectario de sus ideales foráneos. Está en una parte de la clase me día, que analiza los problemas con criterio cerrado y egoísta. Está en el funcionario público, que hoy levanta la bandera de la inamovilidad y utilizó sin discreción su situación privilegiada, para salirse del límite de su derecho y caer en los excesos de la lucha política, no escatiman do ni siquiera el dicterio.

Está en la magistratura, que, para mantener la prestancia de sus fueros, poco hizo en defensa de la ley. Y a todo ello, agréguese el nefando contubernio de las fuerzas que vieron y ven un poderoso ariete en la acción de los agentes internacionales para quebrar la postura casi in sólita del líder de nuestro movimiento. Y decimos casi insólita, porque para los simples y para los que nunca supieron estribar y cuadrarse frente al fuerte, ¡resultaba suicida un no! rotundo a quien con salvoconducto diplomático pretende dirigir los destinos de nuestra Nación.

No hay que olvidar tampoco, que nuestro Movimiento es un gran movimiento nacional donde, como ya se ha dicho, han llegado hombres de todos los sectores y de todos los temperamentos. Desde el hombre sencillo y recio, al obrero disciplinado y autodidacta, soñando reivindicaciones nacidas en el país de la utopía; desde el profesor prestigioso y sereno, al personaje vanidoso y ególatra; desde el financista unilateralidad, al comerciante ganancioso, todos llegaron y fueron, por la acción conjunta, factores y resortes del éxito.

Pero para que ese éxito no se malverse, las directivas del Movimiento deben identificar a los leales y no excomulgados, por el sacerdocio de falsos profetas, por turiferarios de la última hora, por los que llegaron casi en la hora del vivac, y con estridencias y gesticulaciones pretenden hoy los puestos de vanguardia.

Hay que distinguir claramente, para bien de todos, a los correligionarios de los afiliados circunstanciales, única forma de hacer frente con eficacia a los adversarios cohesos y enconados. Y hay que hacerlo antes que los correligionarios por leales, se sientan imbuidos del descreimiento.

En todo movimiento, no es muy grande la hueste de los fervorosos.

Es el fervor el que le hace grande. Hay pues que cuidar ese fervor.

Nuestro respeto por la Constitución debe ser la mística de la Revolución triunfante, y, por tanto, el basamento del programa del nuevo partido. Nada nos obliga a lo arbitrario, a lo ilegal. Poseemos por imperio de nuestro triunfo, la mayoría necesaria para realizar todos los actos y producir todos los hechos ajustados a la legalidad.

Hay otro aspecto al que deseamos referirnos ligeramente. En política, psicológicamente, se interpreta mal la teoría, ya no digamos la práctica, de pacificar el ánimo cívico de los adversarios, con recursos hidalgos como el de poner en manos de los mismos, instrumentos y honores que en la primera etapa de una revolución no deben salir de las de los auténticos revolucionarios.

Hay gestos que convierten en personajes de rango, a criaturas mediocres. La revolución se hizo para dar sepultura a los Tartufos. Dos cosas hay que negarle al adversario: las persecuciones y las posiciones.

El presidente de un país republicano, no es un taumaturgo del cual hay que esperarlo todo. Para que podamos afirmar esta verdad, él debe tratar que su optimismo no exceda los límites de una realidad que el gobierno no controla ni determina. Y decimos esto, porque es el arma que usan siempre los opositores. Se llama fracaso de gobierno, a lo que no es posible que nadie realice. Los opositores se congregan de un extremo a otro del país, y van a coincidir contra el gobierno, unos por odios ata vicos, otros movidos por enconos recientes, generalmente desplazados, resentidos, o urgidos que no supieron esperar con calma el reconoce miento de sus méritos, a lo que se suman, para estimular la postura, los proselitistas de los partidos sectarios, de elaboración foránea, que como grandes paréntesis actúan encerrando a la fuerzas ingenua que se diluyen porno saber adaptarse a una realidad demasiado exigente.

En política, hay dos cosas que no se pueden tener imprevisión inocencia.

Hay que pensar en el peligro y creer en el. Y esa creencia traducirla en medidas de cautela, que no es desconfianza. Este concepto debe ser extremado cuando el partido político tiene la responsabilidad del gobierno

Hay que pensar que una contrarrevolución nace de un conjunto de factores entre los que se destacan muchos enemigos del gobierno, defensores tibios y numerosísimos Indiferentes que esperan tranquilos los SUCESOS

La revolución no debe ser intransigente. Debe ser tolerante pero no generosa. Lo que ha costado sangre y lágrimas, no se puede entregar a quienes no la sienten, acaso por ello mismo, subconscientemente la aborrezcan.

Dicen que el criterio de selección que tienen las revoluciones, es el de devorar a sus propios hombres.

Tratemos de desmentir ese concepto. Que no tengan ascendiente en nuestro partido los que recogen en sus palabras heces sociales y para enlodar reputaciones respetables. Tratemos de evitar que la improvisación se transforme en norma.

Pongamos un dique a todo lo sectario, Mostremos que nos atenta un patriotismo constructivo donde no cabe lo avieso, y que anhelamos perfeccionar las instituciones, con un Sentido espiritual e histórico y que para eso deseamos tener un organismo político en el que, si fuera posible, se encuentren sin resquemores ni de confianzas, todos los ciudadanos de la Nación.

Ningún momento más propicio que éste, en que se consuma el pro ceso de la disolución de las fuerzas oligárquicas, y la retracción de los partidos sectarios.

Tenemos una mayoría legislativa que nos permite trabajar sin interferencias, cumpliendo el programa de la Revolución. No nos entreguemos a la acción estéril. Que nuestros representantes repriman estridencias y narcisismos, sólo necesarios a la oposición, para entregarse a una tarea orgánica y a un plan de trabajo serio.

Un parlamento moderno no es tribuna para justas oratorias. Trabajar, trabajar y cumplir con el pueblo, dándole los instrumentos lega les que necesita el Ejecutivo para concretar sus proyectos. Si la oposición, quiere tener el honor de participar en el perfeccionamiento de esta obra, démosle oportunidad para que lo haga y que sea en buena hora, y si no, quede la estridencia y el palabrerío, resonando, para que la historia juzgue quienes tradujeron las palabras en obras, y quienes se diluyeron en bizantinismos.

Sólo así podremos evitar un contraste. Recordemos aquellas palabras de Azaña cuando dijo: "Miradlo bien, republicanos, que el día de Nuestro fracaso no tendremos a mano el fácil recurso de echar la culpa a nuestro vecino. No, si la República se hunde, nuestra será la culpa. Si no sabemos gobernar la culpa será nuestra."

Refrenar impulsos con la seguridad del que va por buen camino, seguir con paso firme en la marcha, sin escuchar motes ni agravios, sin ver gestos provocativos ni obstáculos. Responder con hechos, repetimos, al palabrerío huero con énfasis doctrinario que tanto mal ha causado al país.

Y nada de jardines babilónicos. No postergar el estudio y la solución de los problemas básicos, encarados por el presidente Perón, por tratar los secundarios, los que no tienen un carácter de urgencia, aunque existan quienes así lo consideren.

Hay que hacer llegar en el menor tiempo posible a todos los sectores de la Nación, traducido en actos, la fe y esperanza de un pueblo que se agitaba impotente en el vacío. Que el derecho sustituye a la fuerza, la ley a la arbitrariedad. Que no haya ni violencia ni sumisión. Porque hay obediencia y autoridad. Desaparezca la inhibición de la capacidad, y ocupe el lugar que detenta la incapacidad. Sustituye el valor a la jactancia, el honor suplante a la desvergüenza. El bracero del campo, el propietario de la tierra, el patrón, los obreros, los capitalistas, el productor, el contribuyente, el industrial y el comerciante, el artesano y el empleado, el soldado y el sacerdote, todos, sientan la satisfacción, la tranquilidad de una vida pública justamente ordenada, la seguridad de un patrimonio legitima mente adquirido, la inviolabilidad del hogar, la plenitud de la vida en el seno de una nación civilizada.

Cesen las rebeldías de las clases que vivían sin esperanza. Trabajemos porque prevalezcan en todo su imperio la Justicia y el Derecho, para que la contrarrevolución sea un crimen o una locura.

Todo lo que ayer fue arrojo, hoy debe ser previsión y cordura, tino y cautela. Los hombres de la Revolución no deben aspirar ser personajes de romance, sino figuras de una epopeya auténtica, la epopeya cívica que la Nación necesita para completar su definitiva organización social económica.

Por la lógica del plano inclinado en que entran algunos hombres, rue dan las posibilidades y los prestigios de los partidos, si la expectativa de los correligionarios en lugar de ser reacción enérgica y cordial, es lenidad y tolerancia.

No ha sido nuestro programa el de la agitación estéril, ni el de la promesa vana. La cómoda posición de los que pretenden suavizar aristas a base de concesiones de bienes que son de todos, y que en lugar de disminuirlos hay que aumentarlos, no es posición de revolucionario sincero.

No aceptamos la táctica del valor entendido, los que pensamos que la Re evolución continúa y más que nunca exige sacrificios, y más que nunca anhela adhesiones leales.

La Democracia no es un valor convencional para nosotros. Lo es para los que no se avienen a vivir sin privilegios injustos. Será para los que aspiran al regreso de situaciones incompatibles con la moral y hasta con las buenas costumbres, para los que la proclaman con el solo fin de infiltrarse en las filas del Movimiento para anarquizar, y lograr luego lo propio con la vida civil de la Nación para preparar el clima propicio al advenimiento de un régimen que ya tiene esclavizadas a más de tres cientos millones de almas.

No nos cieguen ni la pasión ni el fanatismo. No impida una evolución necesaria el fetichismo o la superstición. Algunos correligionarios de mi partido, hesitan, se inquietan y hasta dudan, porque se les hace cuesta arriba dejar de rotularse radicales. El radicalismo, en el nombre, no es radicalismo. Hay que ser radical en la doctrina y en los procedimientos.

Lo que nos trajo a este Movimiento, lo que nos hizo un día, retorciendo el corazón, porque dejábamos hondos afectos, alejarnos de las directivas del radicalismo tradicional, ha sido precisamente la convicción de que los titulados radicales de hoy, los dirigentes, ya no son sino una supervivencia de perdidas virtudes revolucionarias.

Cuando se suprimen las ideas y se desatan las pasiones, no se puede continuar dirigiendo un partido, no se puede crear el ambiente porque la autoridad sea obedecida y el Derecho y la Justicia sean una expresión inequívoca de la verdad.

Vinimos a este Movimiento seducidos por el dinamismo de un líder, que levantaba como bandera la de la Patria, y como programa exhibía el apretado manojo de los postulados del radicalismo.

Vinimos, agrego, dejando sentimientos muy hondos y muy acrisola dos. Y muchos correligionarios nos siguieron y están con nosotros. ¿Por qué lo hicieron? Porque como nosotros, deseaba ver a su Patria salir del pantano y avanzar hacia su destino con paso seguro y firme; para que las exigencias de una política internacional inevitable, no la encontrara de rodillas y si firme y de frente para defender el patrimonio común de la soberanía y los principios ecuménicos de su origen. Y porque compren dimos que hemos hecho bien en salir de la inercia y la declamación, para entrar en el dinamismo constructor, deseamos el organismo que rija y ordene nuestra actividad cívica, con la eficacia que exige la actualidad, canalizando las voluntades en normas de conducta, que hagan imposible la repetición de acontecimientos dolorosos y situaciones extrañas que tanto daño hicieron al país y tan hondamente gravitaron sobre una generación.

Es sensible que la oposición no comprenda esta actitud, y no acepte un triunfo tan categórico como el que ella produjo instaurando este gobierno. Es sensible que la oposición crea que es más patriótico y más político dedicarse a sembrar rebeldías, que en una honesta cooperación impulsar a la Nación y al Estado hacia el progreso. Dicen que el tiempo es agua en el canasto de la historia y que, en el reloj de la política, jamás se repiten las coyunturas. Por eso no hay que dejar de aprovechar todos los instantes en bien de nuestra causa. Sólo admito que sean remisos los que no están convencidos de la verdad y justicia de la misma.

El tiempo suele traicionar al que se le confía demasiado, porque las ocasiones se dejan arrastrar por esa inexorable corriente histórica que se alimenta, en gran parte, de lo imprevisto y lo incalculable. Al tiempo no se le sujeta, porque su propia condición lo hace huidizo. La oportunidad después, no hay que perderlas. Hay que actuar con decisión. La política del dejar estar, para que otros realicen o resuelvan, para librar al azar o a circunstancias desconocidas, las determinaciones inalienables de todo ser o cuerpo responsable, es dormir sobre el filo de lo contingente, que a cada minuto se hunde en los sucesos de la vida.

Que los conceptos antagónicos de la vida y de la historia, no se disputen el predominio en la conciencia argentina, y no se incurra en el error de crear un partido sin la autoridad necesaria para gravitar en los hombres a quienes entrega honores y mandatos, evitando que estos usen esos mandatos y honores, con olvido de los deberes e intereses partidarios.

La Constitución Argentina, pone en manos de su primer magistrado una suma de poder inigualable. Y cuando, como en el caso del general Perón, se obtiene esa suma legal de poder por la voluntad de un pueblo que ha podido manifestarse en comicios inobjetables, adquiere una jerarquía y asume una sugestión imponderable.

Y si el depositario de ese poder aúna las condiciones de adalid, y representa una mística al punto de hacerlo también depositario de los mejores anhelos y esperanzas de una nación, dispone de las posibilidades de realizar y cumplir integralmente su programa, sencillamente grandioso y, acaso, sin paralelo en la historia.

Pero esa mística, por ser tal, no puede ser delegada ni compartida.

El gobernante está en condiciones excepcionales para que su misión sea histórica y trascendental. Para que ello se realice, nada ni nadie debe hacer que disminuya la confianza y la emoción de la ciudadanía, depositada en él. Sordos a las murmuraciones, insensibles a las insidias, reaccionando ante la calumnia y la maledicencia, refirmemos nuestra fe en él, renovando diariamente nuestro optimismo para que se fortalezca el suyo.

 

LEANDRO PIRIZ

HECHOS E IDIEAS
AÑO VII - Nº 45
DICIEMBRE 1947

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