Al filo del presente
Dmitry Feoktistov, embajador de Rusia en Argentina, escribió hace unas horas para un medio local: “Hoy estamos presenciando grandes procesos de transformación de la economía mundial. Los “centros de gravedad” institucional, productiva, financiera, comercial y tecnológica se van desplazando cada vez más hacia el Sur Global”.
No es suspicaz la apreciación. La disputa geopolítica está entre nosotros. En nuestro territorio. Claro que no es novedad. La preexistencia de la ocupación territorial en el Atlántico Sur por parte de la OTAN y el bloque sajón denota una avanzada persistente en la región, sobre la cual no se ha tomado debida nota en tiempo y forma.
Hace tiempo que Argentina abandonó toda iniciativa geopolítica, más allá de los acuerdos bilaterales que siempre terminan por suscribirse en términos de subordinación y de espaldas al conjunto del pueblo. La condición de semi-colonia en función de la dependencia con la moneda de la explotación, es decir, el dólar, y la soga al cuello que representa la deuda externa, se tornaron en elementos determinantes para desprenderse de una visión parcializada de la situación nacional y su posicionamiento internacional.
El gobierno de Milei se desprendió de todo principio nacional, empujado por la oligarquía financiera local, siempre bien predispuesta a bajarse los pantalones si los negocios son rentables. El gobierno libertario, sujeto al dogma liberal reaccionario, impulsa la disolución nacional al tiempo que lotea la economía y pone carteles de remate en todo el territorio argentino.
En estos marcos, el sentido de pertenencia y arraigo a la tierra y al sentir patriótico fue deconstruido en base a los acuerdos de superestructura que los sectores dominantes mantuvieron con el progresismo liberal disfrazado muchas veces de peronismo, sustentado por el mentado “pacto social”.
En la actualidad, la situación se agudiza. A la ocupación británica en Malvinas se le añade la apertura de los cielos y de los mares, ya vigente, pero con el agravante de la intrusión militar. Hace tiempo que la guerra está aquí. La pantalla coyuntural no permitió ver las dimensiones de la misma ni visibilizar los medios por los cuales se viene desarrollando.
Feoktistov sostuvo que “durante décadas, Estados Unidos y las potencias europeas han prometido ayuda a los países de África, Asia y América Latina, pero ésta no lleva a la creación de economías estables e independientes. A cambio de sus inyecciones financieras, Occidente obtiene el control sobre los sistemas educativos, la política de recursos humanos y el algoritmo de la toma de decisiones políticas en los países en desarrollo”.
La pregunta es quién presta atención a estas palabras. Mientras los legisladores de Unión por la Patria luchan por un lugar en el Valhalla, abriéndose camino con una mística europeizante y abiertamente ajena a los problemas de fondo, el tablero mundial se mueve de manera frenética y violenta. Palestina y Ucrania son los focos más notorios y visibles. Pero el fuego se esparce por África e Hispanoamérica de manera acelerada.
Durante la administración demo-liberal de Alberto Fernández, la disputa geopolítica en territorio nacional se dio en torno a la vía navegable Paraná-Paraguay y sobre la construcción del Canal Magdalena. Los intereses de China, Rusia, Bélgica, Paraguay, Uruguay, Brasil y Estados Unidos terciaron para producir una desdeñable inacción, lo que evidenció las dificultades políticas del Frente para asumir con responsabilidad estratégica y patriótica las soluciones adecuadas a las necesidades argentinas. Por entonces, un dirigente sindical precisó que faltó vocación patriótica para salvaguardar los intereses de la Patria.
En este contexto, para el embajador ruso, “los occidentalistas se presentan como “benefactores” profesionales que abogan constantemente por la implementación de reformas en otros países para “promover” su desarrollo. Pero en realidad, su objetivo es controlar los flujos de información y los mecanismos reguladores, crear instrumentos de presión sobre las personas que toman decisiones, proporcionar preferencias competitivas (a menudo no de mercado) a sus propias empresas e implementar desequilibrios estructurales en los procesos económicos”.
En marzo de este año, el Comando Sur anunció que los buques de guerra USS George Washington, USS Porter y USNS John Lenthall “realizaron ejercicios de aproximación y operaciones en el mar con fuerzas marítimas de países socios en América del Sur durante el despliegue ‘Mares del Sur 2024’. Se llevaron a cabo misiones con Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Uruguay”.
No hay manera de alegar inocencia. La amenaza no es latente. Es efectiva. Estamos bajo fuego enemigo de manera constante y casi no lo percibimos. La noticia pasó desapercibida: el gobierno argentino entregó Fabricaciones Militares a Estados Unidos. Allí se producirá armamento para proveer a Ucrania. No hubo alarmas. Nadie se inquietó. Todo pasa. ¿Todo pasa?
La avanzada occidental se cobró un nuevo saldo. Durante el fin de semana, Pável Dúrov, empresario ruso y dueño de Telegram, fue detenido por las fuerzas de seguridad que responden al francesito Emmanuel Macron. El gobierno francés, como cadete de la OTAN, expuso un sinnúmero de cargos posibles para justificar la detención. Occidente tiene a su nuevo Julian Assange. Otro capítulo de la vieja nueva guerra fría.
No todo es lo que parece. Consultado para esta nota, el especialista Christian Lamesa explicó que este hecho “está conectado con el hostigamiento que se hace a todo lo ruso”. Agregó que no es casual la detención de Dúrov: “Sabemos que Telegram ha tomado mucha relevancia en el último tiempo dada la poca confiabilidad que reviste WhatsApp”.
Es conocida la vinculación de Meta con la divulgación de datos personales. Son conocidos también sus vínculos con la CIA. Lamesa recordó que en Telegram se difunde información que “los medios occidentales buscan censurar. Esto puede ser una presión para que esta plataforma se muestre más colaborativa con Occidente y con la información que se mueve dentro de estos canales“.
La rusofobia es una característica de la guerra de cuarta y quinta generación. Nada es nuevo. Tampoco lo es lo que ocurre con la geopolítica en Argentina. Su abordaje está inclinado a sustentarse desde la perspectiva económica. Son contados con los dedos de la mano los dirigentes que pueden hablar con soltura sobre estos temas. El temor a la represalia que pueda tomar la embajada si no se sigue el guion trazado en mayúsculo.
En este contexto, ya en el plano local, la atomización entre la dirigencia política y las bases populares amplía el campo de operaciones. Lo que ocurre a nivel global tiene impacto directo en la economía casera. La dependencia que generan el dólar y la deuda externa maniatan al pueblo trabajador, preocupado hoy por la supervivencia cotidiana.
Mientras tanto, una táctica de aquellos que revisten en las filas del manoseado peronismo es confundir a propios y extraños con maniobras que distorsionan a Perón. El nombre del juego es “debilidad”. La semana pasada, los legisladores propios ensalzaron al topo radical, Martín Lousteau, y en el Senado no faltaron quienes coquetearon políticamente con la vicepresidenta Victoria Villarruel. Ambos personajes son representantes fieles del globalismo en Argentina. Los dos son cómplices y actores directos del ejercicio de la entrega.
No hay argumento posible que en este contexto sostenga la jugada. Los legisladores de Unión por la Patria carecen de visión estratégica en nombre de un falso pragmatismo. Si estamos en guerra, ¿cuál es el beneficio de pactar con agentes que responden de manera abierta y directa al enemigo? La política de alianzas coyunturales legitima al régimen global e imparte un mensaje de constante sometimiento, al mismo tiempo que borra toda noción de identidad histórica.
Perón, bajo el seudónimo de Descartes, supo escribir: “La guerra, con la aplastante elocuencia de los hechos, rompe toda posibilidad de apoyar las victorias inexistentes en la difusión sofística de noticias optimistas”. Por lo que podemos añadir que los pactos que se realizan a espaldas del pueblo, mancillando su nombre, son pura propaganda del régimen.
“La humanidad conoce dos azotes que la han agobiado en su historia: el imperialismo, que, al suprimir la libre determinación de los pueblos, la soberanía de las naciones y la independencia económica de los países, los priva de su libertad esencial; y las dictaduras, que, al suprimir en parte la libertad individual, insectifican al hombre”, añade Perón.
En este contexto, la lucha política vuelve a inscribirse en los marcos de liberación o dependencia, Patria o anti-Patria. Por eso carece de sentido realizar acuerdos tácticos con los agentes del régimen. La liberación nacional no llegará de la mano de radicales, libertarios, progresistas liberales, ni de seudoperonistas acomodaticios, sino de la organización del pueblo trabajador, que es quien libra las batallas más difíciles día a día.
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