
Los espectros de la libertad sometida
El discurso de Milei en Davos puso en evidencia la incapacidad intelectual y pragmática del libertario para comprender el escenario global que lo circunda y sobre el cual debe actuar sin dilaciones. Puso sobre el estrado una discusión que no le pertenece a la Argentina y que se enrola en parámetros globales que distorsionan los ejes sobre los cuales se encumbra la disputa internacional.
La ignorancia general que impera política y mediáticamente en materia geopolítica en el ámbito local desvirtuó el tema central que el relato libertario niega: Milei evitó hablar de economía frente a Donald Trump y otros líderes mundiales. Los datos argentinos, más allá de las falsas palmadas en la espalda que pueda recibir quien ocupa el sillón de Rivadavia, ponen de manifiesto el deterioro del modelo mileista.
La ausencia de dólares y los índices negativos en términos de trabajo, producción e inversión dan cuenta de la debilidad del “plan” que se sustenta en una filosofía anquilosada y proclive a la crisis permanente. El gobierno libertario está desesperado por conseguir dólares frescos para sostener la timba financiera y los pagos de deuda a los organismos financieros internacionales. La apuesta fue clara: distorsionar todo lo que se pueda del trasfondo económico y político. Una táctica peligrosa que deja a la Argentina a la deriva.
En las últimas horas, Trump aseguró que Washington no “ayudará” al resto de los países como lo venía haciendo. Su política, en principio, estará centrada en bajar la inflación a través de una estructura de control de precios y en satisfacer la demanda interna. Estados Unidos piensa en Estados Unidos, una lógica histórica que Milei no llega a distinguir en su totalidad.
El presidente estadounidense se sabe en inferioridad de condiciones frente a la avanzada de los BRICS, que continúan sumando adherentes. El repliegue global del universo unipolar reconfigura el mapa mundial sin bajar las tensiones preexistentes. Trump tantea el terreno con presiones y declaraciones ambiguas. En tanto, define el cumplimiento de sus promesas de campaña y embiste contra la inmigración latina. Asimismo, evidencia su desprecio por aquello que nada tenga que ver con la cultura anglosajona.
ADENTRO, AFUERA, DE LADO A LADO
Milei tira el cebo y el progresismo se prende de él de manera desesperada e inútil. Funcional a la estructura de dependencia, legitima al libertario, dando crédito a sus dichos y se despreocupa de los temas centrales que hacen a la clase trabajadora y a los más humildes. Esta actitud denota una notable pérdida de conciencia nacional, al mismo tiempo que asume una agenda ilustrada que subestima a las fuerzas populares.
No es la cultura Woke la que está en peligro, sino la Argentina. La falta de escucha a las demandas del pueblo pone en riesgo a las estructuras organizativas del andamiaje político popular, anquilosado en la comodidad de pensamiento y perezoso en el accionar. La prédica ideológica emocional pierde sustento a la hora de proyectar un renacimiento de la fuerza nacional, imbuida por el mandato liberal global de la cultura anglosajona.
Resulta llamativo que para esos sectores, siempre reactivos a la cultura peronista, las fuerzas populares estén permanentemente en deuda se aprendizaje sobre las buenas costumbres de la civilidad occidental. La exteriorización de libertades individuales se compara con las necesidades de la comunidad, sobrestimando la “pureza” de la razón colectiva y dando por sentado que los más humildes están realmente preocupados por las demandas sectoriales.
La pérdida de ubicación y conciencia histórica lleva al sobregiro ideológico que se potencia ante la falta de conducción táctica y estratégica en el campo popular. La determinación de la ausencia de sentido y de contenido político conduce a callejones sin salida: mientras la dependencia no sea atacada como corresponde, ningún individuo podrá realizarse.
ESLABONES DE LA CADENA
Los centros nerviosos de la cultura urbana han perdido la capacidad de pensar más allá de la penetración cognitiva. El adormecimiento del pensamiento crítico responde al dogma del poder político económico encarnado por los triunfadores de la lucha intracapitalista. En todo caso, el imperativo responde hoy a una nueva constelación oligárquica que reúne al capital tecnológico, al capital rentístico extractivista y al capital de servicios.
La complacencia en la ignorancia es una característica del momento, sobre todo por el desplazamiento de dos factores claves que hacían a la función de la cultura nacional: el del eje trabajo-educación y el de la Comunidad Organizada. La prédica apátrida que inauguró la Dictadura del ’76 bajo la dirección económica de Martínez de Hoz, exponente de la oligarquía, expandió la idea tramposa que rezaba: “hacia un cambio de mentalidad”. Ello fue acompañado por la máxima thatcherista del “no hay otra alternativa”.
Ambas conjunciones fueron determinantes para sostener el modelo que sustituyó al trabajo por la libertad de comercio e impuso el dogma del libre mercado. El rumbo se direccionó a descentralizar el rol político y organizativo de la comunidad, donde el individuo se convirtió en sujeto y fue confinado a la dictadura del Yo en detrimento de la liberación que promueve el nosotros.
Esta estructura de poder se consolidó, a grandes rasgos, a través del imperativo de las denominaciones de subordinación y degradación que dieron sustento práctico a la política de la dependencia. La canalización de la propaganda y el lema se manifiestan como expresiones insurgentes a través de la promesa de libertad sin liberación.
La libertad significativamente pierde valor sociocultural al transformarse en condición estructural de la subordinación y la dependencia, al mismo tiempo que se vacía de contenido. No hay posibilidad de liberación en la sujeción.
EL YUGO DE LA HISTORIA
La trampa liberal está sustentada por la necesidad de asociación entre individuos sujetos a las necesidades materiales. La sociedad está condicionada por el contrato a través del cual se excluye y se descarta. Solo el más apto para el sistema tiene derecho a ser parte de esa masa societaria. El resto está condenado a vagar por los territorios hostiles de la supervivencia. Es curioso, pero en esa tierra no importa el número ni el género.
Mientras tanto, en medio de la crisis sobrevienen las traiciones. Desde 1983, con el advenimiento de la socialdemocracia alfonsinista, imitadora de las aspiraciones europeas y dependiente de la asociación anglosajona, se dejó de hablar del pueblo; fue desplazado por el ciudadano como signo de civilidad y de progresiva inclusión. La falacia encubrió la traición de Alfonsín a Yrigoyen y a Balbín, pero se lo erigió como paradigma de la democracia. Un síntoma de la práctica de entrega de banderas y de la ausencia de reflexión ética.
La tierra se pobló de sujetos blancos, que usaban perfumes tan importados como las ideas que pregonó la democracia liberal. El mestizo, el criollo, el hispano, fueron eliminado del mapa conceptual de la progresía bien pensante. El peronismo desperonizado asumió esa conceptualización, dejó de hablar de trabajadores para aprehender las categorías del enemigo. Sin sujeto histórico real y concreto no se necesitó la constitución de una conciencia nacional que además adolecía de causa.
Se reivindicó el contrato social como una categoría superadora e ilustrada del pensamiento peronista. La operación fue tan rotunda que los propios peronistas desperonizados en el gobierno prescindieron de la base constitutiva de la doctrina nacional: La Comunidad Organizada. La matriz de realización quedó destrozada en función de no dar crédito a la fecunda concreción política de lo nacional.
ENTRE LO REAL Y LO POSIBLE
La prédica moral de la distribución de la riqueza que esgrime el progresismo liberal como categoría superadora del peronismo choca bruscamente contra la realidad histórica. La ausencia de concepción doctrinaria y de una base filosófica sintetizan la perspectiva inclusiva sobre una base de anacronismos políticos que se diluyen al no poder gestar la realización individual en comunidad.
La inclusión por ingresos es una parte constitutiva del paradigma materialista y se encuadra en su perspectiva dialéctica. El kirchnerismo le dio a ello una ponderación superlativa que las generaciones progresistas confundieron ideológicamente con la revolución justicialista. Mientras que las demandas de realización de los sectores más humildes fueron soslayada en función del sostén de un relato que acompañó el proceso de desperonización iniciado con el golpe del ’76.
Ahora bien, en este contexto hostil para las fuerzas nacionales, donde la apatía legitima el accionar libertario, el renacimiento del peronismo parece lejano. No obstante, si se tiene en cuenta el despliegue de las fuerzas intermedias, reacias a dejarse anclar por la estructura partidocrática, no parece imposible.
Si se observa el mapa global, sus reordenamientos, sobre todo a partir de las restituciones económicas propuestas por China y Rusia y sus dispositivos políticos que pretenden recuperar el sentido de comunidad, podemos comprender que el peronismo es la única fuerza con el espíritu necesario para combatir al capital, porque su doctrina y su filosofía están en condiciones de quebrar el orden liberal de la semi-colonia.
El renacimiento posible del peronismo no hay que buscarlo en el discernimiento de agendas que lumpenizan la organización política y sostienen el orden vigente, aunque desafíen al liberalismo reaccionario para imponer un liberalismo emocional progresista. El peronismo vive en las organizaciones libres del pueblo y en los atisbos de comunidad que se articulan en los territorios. En la Comunidad Organizada el nosotros se torna una unidad indisoluble e integradora y no meramente inclusiva.
En ese sentido, sobre todo teniendo en cuenta lo que Milei calló en Davos, el renacer del peronismo está atado a la recuperación de su filosofía, que es una filosofía nacional, que ubica al hombre por encima de las condiciones materiales. El renacer del peronismo está atado a esa filosofía porque es una filosofía de realización y como tal, de liberación.
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