
La hora de los pueblos: Condoleezza Rice tenía razón
En agosto de 1968, durante su exilio en España, el tres veces presidente argentino Juan Domingo Perón publicó La Hora de los Pueblos. El libro del ex mandatario –que permaneció en el destierro forzado durante 18 años– se conoció en su país recién en 1973, un año antes de su muerte. En ese texto de sorprendente vigencia, el militar y estratega puntualiza:
"La integración de la América Latina es indispensable: el año 2000 nos encontrará unidos o dominados, pero esa integración ha de ser obra de nuestros países, sin intervenciones extrañas de ninguna clase, para crear, gracias a un mercado ampliado, sin fronteras, las condiciones más favorables para la utilización del progreso técnico y la expansión económica, para evitar divisiones que puedan ser explotadas; para mejorar el nivel de vida de nuestros 200 millones de habitantes; para dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los 'grandes' y el despertar de los continentes, el puesto que debe corresponderle en los asuntos mundiales y para crear las bases para los futuros Estados Unidos de Latinoamérica".
Y más adelante agrega: "Sólo mediante esta Comunidad Económica Latinoamericana se puede dar origen a un Mercado Común Latinoamericano [...]. Nadie se hace rico pidiendo prestado ni siendo objeto de la explotación ajena".
Desde la irrupción del peronismo en octubre de 1945 hasta la muerte del líder en julio de 1974, sus pragmáticas ideas dividieron en dos a la Argentina. Denostado por muchos, pero reivindicado por muchísimos más, hoy hasta algunos de sus más tenaces opositores reconocen que fue el único estadista que dio ese país sudamericano en todo el siglo XX.
La Hora de los Pueblos es una obra premonitoria, resultado de una mente brillante. A casi 40 años de distancia y aunque aún falta mucho camino por recorrer, día a día sus predicciones parecen convertirse en realidades a través de proyectos como el Mercado Común del Sur, la Comunidad Suramericana de Naciones y, ahora, el Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP) propuesto por el presidente boliviano Evo Morales. Este "indiecito" de los Andes, que parece tener los pantalones bien puestos, fue breve y claro: "Queremos socios, no patrones".
Todas estas iniciativas opuestas a los Tratados de Libre Comercio (TLC) y la Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que impulsa Estados Unidos, constituyen una reacción natural frente al agotamiento del modelo económico aplicado en las últimas dos décadas, basado en la desregulación, las privatizaciones, la afiebrada apertura de los mercados y el raquitismo estatal. Ya no es tolerable que un gobierno mundial invisible, compuesto por ocho potencias, grupos de presión como el Club Bilderberg y el Council of Foreign Relations, y organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional impongan sus designios a los países más débiles.
No se equivocaba la poco agraciada jefa de la diplomacia norteamericana, Condoleezza Rice, cuando en noviembre de 2005 en el Senado de Estados Unidos comparó al presidente venezolano Hugo Chávez con Perón y advirtió: "Para que el sur del continente pueda ser asimilado, debe alejarse de Perón. Si, de aquel desprestigiado demagogo seminazi argentino llamado Juan Domingo Perón".
Conocida en los pasillos de la Casa Blanca como "el halcón negro con faldas", Condoleezza Rice exhumó los viejos dichos de Spruille Braden, el embajador de la triste figura que en 1945 organizó a la Unión Industrial Argentina, la Cámara de Comercio y la Sociedad Rural, junto a casi todos los partidos patronales (la Unión Cívica Radical, el Partido Demócrata Progresista y un sector de los conservadores), con los partidos Comunista y Socialista y una parte del Ejército en aquella fláccida Unión Democrática también de triste recuerdo.
Ayer, las ideas de avanzada de Perón dividieron a la Argentina en dos campos a los que él definió como "la patria" y "la antipatria". Hoy, desde la tumba, los ecos de su vocación integracionista parecen unir a Suramérica en un solo bloque.
Desde el especial Olimpo que los grandes movimientos populares reservan a sus conductores, el viejo y pícaro general quizá exhiba en este exacto instante su sonrisa gardeliana de "zorzal criollo" de la política nacional e internacional.
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