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Carta a Hernan Benitez (06-11-1956)

Caracas, 6 de Nov. de 1956


Contesto su agradable carta del 29 de septiembre pasado y tengo el agrado de retribuirle su gentil saludo con uno lleno de todo mi afecto y mi recuerdo.Veo, por su carta, que todo comienza a aclararse, tan pronto han co­menzado a disiparse las lagunas de la calumnia y de la infamia, acumuladas sobre hombres que cumplieron un deber, como lo entendieron, con las fallas consubstanciales a su condición de hombres y también con las pocas virtudes que nos es dado mostrar. Estos, nos están haciendo mejorar, de acuerdo con el viejo aforismo castellano: "atrás mío vendrán, los que bueno me harán". Me agrada saber que la Iglesia comienza a darse cuenta de lo que ha hecho.

Yo estoy conforme con mi conducta. No sé si muchos podrán decir lo mismo. Pero poco me importa eso, desde que ellos responderán de su con­ciencia, como yo respondo de la mía. He aprendido tres cosas en mi vida, que me han servido siempre: a ver las cosas como son, a mirar los peligros de frente y a responder sólo a mi conciencia. Por eso hoy puedo decir la ver­dad de frente y en el futuro la podré decir mejor, porque entonces, ya muchos la habrán comprendido, y, sufrido, que es la mejor manera de comprenderla.

He recorrido casi todo el Continente Latino-americano y he podido apreciar cómo se ha encarnado el Justicialismo aquí. En ese viaje me he convencido de que, luchar por los humildes, si bien tiene sus sinsabores, tie­ne en cambio, extraordinarias satisfacciones. No imaginaba nunca tener tan­tos amigos en todas partes. Los brasileños, los paraguayos, los venezolanos, los colombianos, los chilenos, los bolivianos, los panameños y hasta los ne­gritos jamaicanos y los "chombos" del Canal, han rivalizado para hacerme la vida agradable y placentera donde haya llegado. Uno se concilia así con la vida y con los hombres.

Hoy estoy más convencido que nunca que no equivoqué mi vida, cuan­do la dediqué a servir a los humildes. Creo firmemente que, el tener un ideal y servirlo, es la base de la felicidad, que se encuentra más en el sacrificio y el trabajo Que en ninguna de las otras formas de satisfacción. Las horas, como los cántaros, cuando están vacías, no tienen valor alguno pero, las horas, co­mo ios cántaros, cuando se los llena, pueden llegar a tener un valor incalcula­ble. Lienar las horas con un ideal es valorizar las horas. El hombre que no tiene un ideal para servir, no merece la vida, como no nace el hombre que es­capa a su destino. Muchos grandes hombres han pasado desapercibidamente por ia vida porque no tuvieron un ideal que servir y muchos pobres hombres fueron grandes porque la dedicaron a ese ideal. Yo pertenezco a los segun­dos: un pobre hombre a quien una causa ha hecho grande, y "no se puede ser grande impunemente". Ahora, es necesario saber soportar virilmente los gol­pes del destino. También gozar de las satisfacciones que el alma proporciona.
£n los tiempos y en el mundo en que nos ha tocado vivir, nada hay tan peligroso como decir la verdad y defender la justicia. Sin embargo, nada hay tampoco tan honesto como hacerlo. Los simuladores y los calumniadores que pretenden justificar su conducta en la mala conducta de los demás, pier­den su tiempo, porque la mentira tiene las piernas cortas. Los que pretende*1 crear una realidad a base de falsedades se equivocan, porque, afortunaaa- mente, la realidad es siempre la verdad. Podemos decir una mentira, pero no podemos hacer una mentira. Toda la infamia que estos falsarios han despa­rramado sobre nuestros hombres, no justificará jamás las infamias que ellos están cometiendo, desde que el mal de los demás no explica jamás el propio mal. En cambio, cuando se descubra la superchería, ellos habrán agregado una infamia más a todas sus infamias. De cualquier manera, prefiero estar en mi "pellejo" y no en el de ellos.
Sé que estos malvados, como un tropel de bárbaros, están cometiendo toda clase de atrocidades. Ello sólo demuestra la verdad de todo cuanto diji­mos nosotros porque, nadie pretenderá demostrarnos que se han vuelto ca­nallas de repente. El error nuestro estuvo en no haber comprendido la ver­dad a su tiempo y en haber pretendido desconocer las lecciones que la histo­ria contiene a lo largo de todos los tiempos. Pero nada llega demasiado tarde, cuando se saben aprovechar las enseñanzas. Creo que a nuestro Movi­miento, este terrible azote le ha hecho un bien incomparable: le ha demos­trado la realidad que, desgraciadamente no se penetra, profundamente, sino con dolor y sacrificio.
Nuestra doctrina necesitaba la prueba del ácido y creo que la ha resis­tido y ha triunfado. Eso es lo que ahora interesa. Nuestra gente está en la lu­cha, firme y leal, como en sus mejores tiempos. Hay un poco de temor. Los pueblos, decía Eva Perón, no están formados sólo de Santos y de Héroes. Sus debilidades también muestran sus grandezas.
Si algunos dirigentes peronistas defeccionaron en la derrota, en cam­bio muchos millones de peronistas leales permanecieron firmes en la defen­sa de la causa. La Caída ha servido para purificar el Movimiento, intensifi­carlo y extenderlo, los malos y los incapaces se han eliminado, para pasar a "merodear" entre los "gorilas". La realidad es que la masa ha superado a los dirigentes. Este es el hecho más característico del momento actual argentino y quien no lo perciba está condenado irresistiblemente al fracaso. Tiene la fuerza de un oleaje, tal vez lento, pero irresistible. Su fuerza, como una con­moción subterránea, es notada por todos, pero no todos advierten su origen y su trascendencia. Es que, paralelamente a la reacción sangrienta y usurpado­ra de la revolución del 16 de setiembre, luego del primer momento de asom­bro y atonía del pueblo, fue surgiendo "desde abajo" un estado de insurrec­ción popular con características, modos y procedimientos inéditos en la his­toria nativa y cuya comprensión y proyección escapan, desde luego, a las mentes habituadas únicamente a los procesos conocidos, e incapaces, en consecuencia, de captar los hechos nuevos.Este estado inédito de las masas, lógicamente, no podrá ser manejado ni contenido con los métodos clásicos. He aquí la razón porqué los viejos di­rigentes, tanto políticos como gremiales, cualquiera sea el bando en que ac­túen, o son incapaces o han sido desplazados. Así se explica también que la totalidad de los dirigentes que real y efectivamente se encuentran ahora a la cabeza de las nuevas formaciones peronistas y trabajadoras insurreccionales, son casi todas figuras que actuaban en segundo plano. Ellos también han surgido "desde abajo". El origen del estado actual es la obra de "politiza­ción" que la doctrina peronista ha realizado en las masas populares. Nada hay más anacrónico en los planteos y las posiciones de algunos jerarcas y antiguos dirigentes desconectados en absoluto del sentimiento popular y del "hecho nuevo" que no han podido captar, ni ver, ni comprender.

La fuerza del peronismo radica en que, su línea intransigente, frente a unos y a otros, está en la propia naturaleza del desarrollo histórico, en tanto las otras tendencias sólo viven y pueden obrar en el plano estrictamente po­lítico. Sus éxitos sólo pueden ser éxitos políticos, sin la gravitación ni la per­manencia del quehacer histórico. Y, por ser éxitos meramente políticos, su signo en el tiempo y en el espacio, es la fugacidad. El quehacer político sólo puede adquirir vivencia cuando tiene como sustento la línea histórica. En épocas de normalidad, es fácil confundir la importancia del hecho político que adquiere así falsamente categoría permanente, pero existen períodos de la vida nacional en los que está en juego su propio destino, en que el queha­cer histórico es el dominante. Estos períodos están señalados por la presen­cia de los "hechos nuevos".

Por eso, los antiguos dirigentes gremiales, políticos y militares, cual­quiera sea el bando en que actúan, están fuera de la proyección histórica: los del elenco de la tiranía, por la propia naturaleza de su proceso están conde­nados irremisiblemente; el conglomerado político, por su parte, en cuanto a dirigentes, ha sido superado por la dialéctica de los hechos. En definitiva, puede asegurarse, sin dogmatismos ni prejuicios, que unos y otros no han percibido las condiciones en que se está desarrollando este momento de la vida nacional. Tanto es así, que todos ellos, los católicos nacionalistas en sus varios matices, los neoperonistas (de peronismo sin Perón), los bengoístas y los grupos militares detrás del último golpe de estado, constituyen simple­mente la réplica y el reverso, pero con los mismos módulos del elenco de la tiranía. Es natural entonces que, a los medios y procedimientos de la tiranía, opongan el arbitrio simplista del manotazo militar, del golpe de estado. Un recurso que, además de no ser precisamente infalible, tiene el grave incon­veniente cuando fracase, de provocar y explicar las medidas más extremas de la reacción e imponer al pueblo una terrible contribución de sangre. Pese a sus características bélicas, el golpe de estado, sin embargo, no deja de ser un procedimiento político. En esta hora argentina, sólo la insurrección n a - cional es el hecho histórico.

Esta situación comienza, sin embargo, a ser penetrada por algunos equivocados que se apresuran a "mojarse en aguas del Jordán" y así llegan todos los días noticias de los que quieren tomar contacto con nuestros co­mandos internos y externos a fin de seguir las directivas generales que re­glan la conducta de todos con unidad de acción.

Algunos dirigentes, como la Junta de Emergencia de la C.G.T. que ac­tualmente trabaja en el campo gremial, creen que es posible actuar por su cuenta en la defensa de los intereses profesionales y sindicales. Su situación es en extremo difícil. Es indudable que su posición es aleatoria frente a la ti­ranía y frente a la masa. A la primera porque estará siempre sindicada como peronista y a la segunda, porque actuando con los enemigos estará siempre sospechada de falsa en su posición con respecto al Movimiento Peronista que actúa en franca rebelión. Yo comprendo la posición de la Junta pero du­do que los demás la comprendan igual. En este momento la masa peronista se encuentra organizándose en la clandestinidad con fines de insurrección en todo el país. Su posición es firme y aun los que no se encuentran ligados a los organismos clandestinos, se sienten inclinados a la resistencia, esperando lo que irremisiblemente ha de ocurrir. Poco a poco se van coordinando las acciones y las nuevas formaciones en todas partes, en las que prima la deci­sión de actuar en el sentido insurreccional.

Algunos "angelitos" piensan en la posibilidad de la "pacificación" na­cional, pero sus móviles no son los que persigue el pueblo que sólo anhela soluciones definitivas y, estas soluciones definitivas, no pueden venir en for­ma alguna cediendo terreno a las imposiciones de los partidos políticos que, en último análisis, fueron los reales culpables de los fusilamientos y las ma­sacres de obreros y ciudadanos. Yo también era pacifista hasta el 9 de junio pero, después de los crímenes cometidos por los tiranos, apoyados por los partidos políticos, ya no tengo una esperanza que esto se pueda solucionar sino en forma cruenta. El odio y el deseo de venganza que estas alimañas han despertado en el pueblo, saldrán algún día a la calle convertidos en fuer­za motriz y sólo después será posible pensar en pacificación y unidad del pueblo argentino. Pensar de otra manera es desconocer la historia y sus va­liosas lecciones. Por eso, estar hoy fuera de la posición insurreccional es es­tar fuera del panorama real que vive el país y de toda proyección histórica. Las consecuencias de esta falsa posición, para un dirigente, no pueden ser otras que el repudio de la masa y la pérdida total de su predicamento.

Yo veo coincidir las necesidades nacionales, los objetivos del pueblo y el estado anímico de las masas y, cuando estas tres circunstancias son coin­cidentes, no hay fuerza capaz de torcer los acontecimientos. Será dura la lu­cha y quizá larga, pero debemos evitar que se "cicatrice en falso", porque las consecuencias finuras serán mucho peores. Hay que hacer el sacrificio a tiempo porque, con el tiempo, los sacrificios se multiplican, desde que la violencia en los acontecimientos está siempre en razón directa de su tiempo de gestación. Por eso, hay que apurar un desenlace violento, aunque ello pa­rezca un poco cruento, porque peor será si se espera. Por eso creo que el pueblo tiene razón.

Les he dado una organización, una doctrina y una mística, durante once años he "politizado" las masas. Los he preparado para la lucha contra la reacción y les he indicado el camino para hacerlo, a través de las grandes re­formas. Ahora le queda al pueblo no equivocarse en las formas de ejecución y tener las decisión necesaria para triunfar. Se enfrentan: la reacción (apoya­da por las fuerzas militares, eternas enemigas del pueblo) con el pueblo mis­mo. Las fuerzas, mediante la represión violenta, impondrán despojos al pue­blo, hasta conseguir los objetivos impuestos por la reacción. Frente a eso el pueblo, debe decidir su actitud, sin olvidar que nuestra revolución es lo per­manente y la reacción sólo lo circunstancial. Si la actitud es contemplativa, lo perderá todo y deberá en el futuro, como antes, trabajar para que gocen los oligarcas y los capitalistas, mientras los trabajadores deberán debatirse en la miseria, en el dolor y en el sacrificio estéril. Si, en cambio, es activa y combativa en extremo, los reaccionarios y las fuerzas que los sirven deberán pensar si no les conviene transar, para evitar que la ruina los arrastre también a ellos, que son los únicos que tienen algo que perder. Una actitud decidida del pueblo es lo único que puede salvar a los trabajadores de una ruina segu­ra, en medio de la abundancia. ¿Si el pueblo hace esto, cómo los trabajado­res podrían tener una actitud contemplativa? Las Directivas e Instrucciones del Comando Superior Peronista, son bien claras. Si se cumplen, se llegará a una solución mucho antes de lo que se piensa. Si no se cumplen, los trabaja­dores tendrán que lamentarlo toda la vida, pero será demasiado tarde.

La garantía de que nuestras fuerzas se mantengan cohesionadas está precisamente en que se las mantenga en la lucha activa todo el tiempo. No comparto la idea de que para mantener las organizaciones debemos mante­nerlas alejadas de la lucha activa, porque así lo que ganarían en integridad material lo perderían en integridad moral. Es lo que les pasó a los alemanes en la Primera Guerra que, por salvar en Kiel su escuadra, terminaron per­diendo la guerra y los barcos.

No por pasión, sino por reflexión, debemos buscar por todos los me­dios que la solución salga por el lado de la insurrección nacional. Algunos te­men el caos, pero olvidan que las revoluciones como la nuestra, parten siem­pre del caos. Luego tenemos que provocarlo, en vez de temerlo. Esa será la única ocasión en que el pueblo pueda tomar las cosas en sus manos y cobrar la cuenta, sin lo cual habrá anarquía, lucha y sangre para un siglo. Yo cometí el error de no entregar las armas al pueblo cuando debí hacerlo porque, como usted, creí que estos bandidos no lo eran tanto, de lo contrario hubiera evita­do muchas vidas perdidas, muchos sufrimientos y mucho salvajismo.

Total, a éstos o los cuelga el pueblo justicialista y termina el asunto o deberemos esperar un poco para que los cuelguen los comunistas. Ellos pueden elegir, pero su destino está ya marcado. Si no observemos cómo va el mundo. Toda esta inmensa convulsión que presenciamos nos dice algo. Es que se está dilucidando el signo que ha de presidir al Siglo XXI. En la lucha entre las "democracias" imperialistas del Siglo XIX y las "democra­cias populares" del Siglo XXI. Como la historia no marcha para atrás, es fá­cil deducir que a esas "democracias populares" las haremos nosotros o las harán los comunistas. El desarrollo de las acontecimientos parece dar la ra­zón a esta idea. Recuerdo que en la primera mitad del Siglo XX, que he vi­vido en su totalidad, ha sido fructífera en esta clase de enseñanzas. Hace cincuenta años, el comunismo en el mundo, se reducía a un teórico y cuatro o cinco agitadores. Ellos lanzaron al mundo el rebaño de los socialistas para destilar la doctrina marxista. Así lo hicieron pero, como rebaño que eran, se quedaron a comer, donde encontraron buena comida. Esa fue una ventaja pero, los comunistas ni lerdos ni perezosos, en la Tercera Internacional les ajustaron las cuentas y se quedaron sólo con los que no se habían converti­do en amarillos. Ya al terminar la Primera Guerra, esos cuatro o cinco agita­dores, hicieron la Revolución de 1917 y ya el comunismo eran 200 millones de rusos con 28 millones de Km2 de territorio. Durante el interregno entre una y otra guerra el Komitern primero y el Kominform luego, se encargaron de esparcir la semilla comunista activa en todo el mundo. Vino la Segunda Guerra y el resultado ha sido que de los 3.500 millones de habitantes que tiene, aproximadamente, la Tierra, los comunistas dominan o dirigen a unos 2.500. Para verlo, sólo un rápido cálculo: 200 millones de letonios, esto­nios, lituanos, polacos, alemanes, húngaros, austríacos, rumanos, búlgaros, checoeslovacos, yugoeslavos, que les entregaron entre Roosevelt y Chur- chill que, con los 200 millones de indochinos, polinesios, vietnameses, etc. que con los 800 millones de hindúes hacen otros mil millones y 500 millo­nes entre árabes y nordafricanos, son el total 2.500 millones. Si esto sigue así ( y los acontecimientos de Medio Oriente lo confirman) antes de diez años el mundo será comunista. No creo que los americanos del norte lo pue­dan evitar.

Quien sabe si será del todo malo, ya que peor que los que hemos so­portado durante los últimos siglos, no pueden ser. Nosotros, desgraciada­mente, no estamos en condiciones de decidir, porque aún por muchos siglos el destino del mundo se decidirá en el Volga o en el Rhin y no en el Missisi- pi, en el Orinoco, en el Amazonas o en el Río de la Plata. De algo valen to­davía los cuatro mil años de cultura de la vieja Europa. Solo nos quedará el recurso de tratar de vivir, como lo hemos hecho hasta ahora. La situación no cambia, sólo cambiará el patrón. Pero, ese patrón será el que deba colgar a nuestros oligarcas, si se escapan ahora del pueblo argentino justamente in­dignado. Yo habría querido salvarles el pescuezo pero han sido tan brutos que no lo merecen. La fortuna les tendió la mano y fueron tan torpes que ni siquiera atinaron a asirse.

En esta evolución, la Iglesia también tiene su parte, que no escapará a la suerte de los oligarcas y capitalistas con quienes prefirieron estar, abando­nando al pueblo que debe ser su preocupación fundamental. No es que el pueblo abandone a la Iglesia, sino que la Iglesia ha abandonado a los pue­blos. Eso es lo trágico. Ninguna amenaza pesaría sobre su destino si se hu- bicra cumplido la doctrina de Jesús. Por apartarse de ella es que las ace­chanzas nacieron y por disfrutar de la buena vida burguesa es que se desvia­ron de la palabra divina, prefiriendo gozar a cumplir su sagrado sacerdocio, que es lo único que hace invencibles a los hombres, porque los acerca extra­ordinariamente a Dios. En la Argentina y en el mundo, el panorama de la Iglesia ha sido el mismo, el mismo será su destino. Dios quiera que el arre­pentimiento no llegue demasiado tarde, porque todavía se está a tiempo de salvar "la ropa". Veo que Roma modifica sus errores anteriores. Se ha im­partido la orden de no atacarme más. Cuando llegué aquí era inconcebible el ensañamiento de que hicieron gala todos los representantes de la Iglesia. Es­grimieron toda clase de calumnias, infamias y diatribas para perseguirme. Los diarios clericales de todo el mundo fueron implacables en sus insultos y en sus calumnias.

Yo aguanté impasible sus andanadas de diatriba pensando éstas son tributos que se le rinden a un mérito o un valor. Tenía razón, luego no tenía necesidad de insultar a nadie, conocía la verdad y no tenía por qué mentir. Sabía que ellos cumplían órdenes, yo no tenía órdenes que cumplir. En mis reportajes jamás hablé de ellos. Si me preguntaban los eludía. Me in­teresaban los sucesos, los hombres eran meros instrumentos del destino, a mí me interesaba el destino. Así murieron poco a poco y, sin duda, la ver­güenza debió vencerlos. Imagino que hoy les remorderá la conciencia el mal que hicieron y la falta que cometieron al hacerlo. Yo, en cambio, hoy como ayer, en ese sentido, no tengo nada de que arrepentirme y, además, he apren­dido a perdonar.

La canalla dictatorial que azota al pueblo y entrega a la Patria tendrá su merecido. Siempre he sido un convencido que los que proceden mal su­cumben víctimas de su propio mal procedimiento. No los salvarán sus men­tiras, ni sus calumnias, ni sus simulaciones, porque el pueblo argentino ha aprendido a discernir por sí. Tampoco nadie podrá torcer el curso de los acontecimientos.

Hace un año, en el libro de combate que escribí "La Fuerza es el Dere­cho de las Bestias", en una gran síntesis, pude deducir cuanto ha ocurrido, pues conocía los asuntos y los bárbaros que usurparon el poder, luego me era fácil penetrar ya entonces las consecuencias. Todo ha resultado una pre­dicción, hasta ciertos detalles. He predicho también el final que espero no me ha de defraudar. Por eso, para mí, este drama sangriento y apasionado, tiene un epílogo que me es conocido y mi tarea se reduce a ayudar al destino para que todo sea como está dispuesto.

Es así que trabajo todo el día y parte de la noche. Tengo contacto con miles de personas con quienes cambio semanalmente correspondencia direc­ta o indirectamente. Nuestro servicio exterior es colosal, tenemos agentes en todos los países del mundo y organizaciones amplísimas en cada país, que no tienen ni para empezar con los paniaguados de la dictadura que hacen de diplomáticos para ocuparse de contrabandos, negocios y farras. Nuestra gen­te es idealista y exilados en cada país se ocupan de alma de sus funciones, no descansan y los tienen locos a los "gorilas" que hacen de embajadores del crimen, el asalto y el robo que allí se han enseñoreado. Pero todos saben aquí de quiénes se trata y cada día reciben una demostración de desprecio que tanto merecen. A nosotros, en cambio, en todos los países nos ayudan y nos hacen sentir mejor de lo que en realidad estamos.

Yo, con el descanso de este año de trabajo, estoy mejor que cuando es­taba allí, bajo la acción de la intoxicación física y moral que la función de gobernar trae aparejada. Como a Usted han intentado varias veces hacerme atentados pero, como en su caso, Dios ha sido bueno conmigo. En Paraguay les falló porque la Guardia Nacional de ese país los tomó presos a todos los que merodeaban. En Venezuela se está diligenciando ya una intentona que ha caído también en las redes nuestras. No creo que tengan éxito porque, pa­ra matar por dinero, hay un grave inconveniente: que hay que salvar también el pellejo para disfrutarlo. Y éstos no disponen de un fanático que pueda ha­cerlo, que sería la otra forma. Por otra parte, nadie muere el día antes.

Disculpe la extensión de esta carta pero hace tanto tiempo que no charlamos desde los tristes días de la muerte de la pobre Eva, que ni siquiera en su tumba ha podido escapar a la criminalidad de estos vánda­los, que no han querido desperdiciar la ocasión de aparecer también como miserables profanadores.

Le ruego que salude de mi parte a todos los amigos y compañeros que allí luchan por la causa que es de todos y les diga de mi parte que jamás he de volver a pedirles que eviten las violencias como sabía hacerlo desde la Casa Rosada.

Juan Perón

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