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Carta aJohn W. Cooke (12-06-1956)

12 de junio de 1956

Mi querido compañero y amigo:

Contesto su comunicación del 20 de mayo próximo pasado y le agradezco su amable recuerdo y sus saludos. Agrego a ello mi ad­miración a su espíritu de sacrificio y a la clarividencia de sus juicios, dos condiciones que hacen a los hombres dignos de ser seguidos.

La canalla dictatorial no es, como algunos pretenden, un gobierno revolucionario, sino una banda de ladrones, asaltantes y asesinos que, mediante la fuerza, se ha apoderado del gobierno para servir intereses foráneos y satisfacer pasiones propias mediante el asalto, el robo y el asesinato. Por eso emplea el terror, la tortura y el crimen, como medios para satisfacer sus infames designios. En consecuencia, debe ser tratada como tal por la ciudadanía y en especial por el pueblo que sufre sus depredaciones de todo orden.

Millones de argentinos sufren directa e indirectamente su te­rrible acción. Sus robos cuantiosos en las organizaciones sindicales, Fundación Eva Perón, y en los bienes privados de los peronistas. Sus crímenes abominables que comienzan por la masacre de la Alianza y siguen con el asesinato de obreros en Rosario, Avellaneda, Berisso, Capital Federal y fusilamiento de trabajadores. Aparte de estos asesinatos en masa, el ensañamiento con los peronistas detenidos, ha sido de una crueldad inaudita. Numerosos compañeros han enloquecido y otros han muerto.

Aparte de todo esto, la tiranía inaudita de estos mostruos ha im­puesto a la población el terror y, mediante él, el hambre y la miseria a toda la población proletaria, produciendo la desocupación y la des­trucción sistemática de las fuentes de trabajo nacional, para servir a los fines de la recolonización del país, por las fuerzas capitalistas que financian y dirigen este abominable acto de vandalismo inter­nacional.

Se ha privado a los obreros de todos sus derechos, de todas sus organizaciones, de todos sus bienes conquistados en años de economía y esfuerzo, se ha vuelto al trabajo de explotación, con salarios de hambre frente al costo de la vida, se los ha despojado de sus diarios y sus empresas compradas legalmente, para devolverlas a los pulpos que las explotan en perjuicio del pueblo. Se ha derogado la Constitu­ción Justicialista por decreto y con ella los "Derechos del Trabajador". Ahora se deroga la independencia económica conseguida con el es­fuerzo popular de diez años de trabajo y sacrificio. Se está destru­yendo la industria argentina, a fin de someter al país a la explotación de las industrias imperialistas.

Este cuadro de desolación parece imposible a sólo ocho meses de la acción de estos bandidos pero, estoy persuadido que siguen sembrando vientos y que llegará el día en que recojan tempestades. El odio y el deseo de venganza que existe hoy en millones de argentinos, ha de transformarse un día en "fuerza motriz" y esa fuerza aprove­chada a través de una buena organización ha de dar resultados ex­traordinarios. La desesperación, el odio y la venganza, suelen conci­tar fuerzas aún superiores al entusiasmo y al ideal. Los pueblos que .no reaccionan por entusiasmo sólo reaccionan por desesperación: es a lo que se está llegando en nuestro país. Los fusilamientos no harán más que acelerar el proceso.

El fracaso de la asonada del 10 de junio ha sido la consecuencia del criterio militar del cuartelazo. Los dirigentes de ese movimiento han procedido hasta con ingenuidad. Lástima grande es que hayan comprometido inútilmente la vida de muchos de nuestros hombres, en una acción que, de antemano podía predecirse como un fracaso. Yo vengo repitiendo, a los mismos peronistas precipitados, que no hare­mos camino detrás de los militares que nos prometen revoluciones cada fin de semana. Ellos ven el estado popular y quieren aprove­charlo para sus fines o para servir a sus inclinaciones de "salvadores de la Patria" que un militar lleva siempre consigo. Pero aquí se trata del destino de un pueblo y no de las inquietudes o ambiciones de ningún hombre.

Hace cinco meses impartí las instrucciones sobre la forma en que debíamos encarar el problema: mediante la resistencia civil. Du­rante estos cinco meses no he hecho sino repetir que los golpes mi­litares no interesaban al peronismo porque no era solución salir de las manos de una dictadura para caer en otra. Que la única solución aceptable para nosotros era la voluntad del pueblo y que para ello debíamos recurrir a las fuerzas del pueblo y no a las fuerzas milita­res. Que la acción de las fuerzas del pueblo eran operaciones de resis­tencia y no golpes de estado. Que mediante aquéllas se podría lle­gar al caos que era el único momento en que pueblo podía tomar las cosas en sus manos. Que la nuestra era una revolución social y que este tipo de revoluciones habían partido siempre del caos y, que en consecuencia, nosotros no debíamos temer al caos sino provocarlo, teniendo la inteligencia de prepararnos para dominarlo y utilizarlo en provecho del pueblo. Todo ello lo he repetido miles de veces a todos los apresurados que confiaban más en un golpe de la fortuna que en la preparación sistemática y racional de un trabajo adecuado.

Desgraciadamente, el golpe fallado del 10 de junio, me ha dado la razón pero, el precio ha sido demasiado grande. Hubiera preferido equivocarme. Sin embargo, esto ha de servirnos para no insistir en un camino inconveniente. Nuestra finalidad ha de ser la Revolución So­cial, con todas sus características y con todas sus consecuencias. Para ello es menester que nos preparemos concienzudamente y que estemos resueltos a realizarla en un año, dos, cinco o diez, pero decididos a realizarla. Nada hay que pueda apurarnos en forma de poner en du­da el éxito que, por lo que estamos viendo, tenemos asegurado. Aun­que nosotros no trabajemos, tenemos allí a dos que trabajan por nos­otros: Aramburu y Rojas.

Como en las demás etapas de la historia del mundo, en esta se­gunda mitad del siglo XX, se está gestando y consolidando la ideolo­gía que ha de presidir al siglo XXI, que va afirmándose en las "De­mocracias Populares" y en repudio de las "Democracias Imperiales''. En estos cincuenta años que quedan del siglo XX se han de afirmar "las horas de los Pueblos" mediante revoluciones sociales. Las ha re ¡nos nosotros o las hará el Comunismo. No volveremos al Siglo XIX es lo único que podemos asegurar, aunque los anglosajones estén em­peñados en ello. La historia no tiene reversión. Nos basta ver lo que está pasando en nuestro desgraciado país, cuyos vándalos dictato­riales se encuentran empeñados en hacernos volver sólo a 1913. Lo que ocurrirá será que ellos volverán pero el pueblo seguirá adelante y su despertar será tan trágico como grande sea el tiempo en que tarden en persuadirse de ello.

Las grandes decisiones ideológicas se han de decidir en Europa. Nosotros seremos después lo que debamos ser por reflejo, ya que carecemos de luz propia. Quizá en el Siglo XXIII o XXIV nos toque a nosotros pero todavía no estamos maduros. Los yanquis están peor porque, en este sentido, han sido arrancados verdes, pero ese es otro asunto. Nos basta a nosotros saber todo esto para darnos cuenta que estamos en el camino correcto, ahora, no nos queda más que cami­nar pero caminar despacio y bien. El tiempo trabaja para nosotros, ¿a qué pretender abreviar inútilmente este tiempo que nos es favora­ble, para reemplazarlo con acciones aleatorias? Nosotros los viejos debemos saber que las grandes transformaciones que aparejan las revoluciones sociales, rara vez pueden ser ejecutadas por una sola generación. Debemos estar prontos a entregar la divisa y la bandera a los jóvenes que, templados en la lucha, serán mejores que nosotros. Cuando leo cartas como la suya, yo no tengo la menor duda de nues­tro triunfo, porque veo en ellas la superación de una nueva genera­ción que ha de perpetuarnos con sus éxitos. Debemos anhelar el éxito de una causa, mejor aun si es realizada por nuestros muchachos, porque entonces la aseguramos para siempre.

Nuestro camino es simple: organizamos concienzudamente en la clandestinidad. Instruir y preparar a nuestra gente, con todo el tiem­po que sea necesario para los fines que nos proponemos, agruparnos en organizaciones disciplinadas y bien encuadradas por dirigentes ca­paces, audaces y decididos, que sean respetados y obedecidos por la masa, planificar minuciosamente la acción y preparar adecuadamente la ejecución mediante ejercitaciones y "gimnasia" permanente. Si para ello es menester utilizar al Diablo, recurrimos al Diablo oportu­namente. Para esto el Diablo está siempre preparado.

Es indudable que el Movimiento Obrero, como el Movimiento Po­lítico, a pesar de los golpes sufridos y las bajas ocasionadas, deben haberse fortalecido extraordinariamente tanto en lo cualitativo como en lo cuantitativo. Los desaciertos políticos de estos animales nos irán haciendo cada día más poderosos y nuestra responsabilidad irá tam­bién creciendo con ello. Ahora no quedará duda de los errores y de la infamia de muchos de los dirigentes gremiales y políticos. También ustedes, los que han soportado virilmente los golpes de la canalla dic­tatorial, se han afirmado definitivamente en la dirección. Los jóvenes dirigentes estarán también firmes en el encuadramiento de la masa y muchos otros estarán aún surgiendo en las actuales circunstancias. Todo conforta, a pesar de la desgracia, pero el camino de la felicidad pasa siempre por el sacrificio.

También e3 necesario que el pueblo se convenza que su liberación debe ser obra suya. Si yo, por arte de algún sortilegio, le resolviera hoy su problema le habría hecho el más flaco servicio y quizá poco tardaría en ser dominado. De qué podría valerle lo que le diéramos si no es capaz de defenderlo y mantenerlo. Los pueblos que no saben de­fender sus derechos y su libertad, merecen la esclavitud. El pueblo argentino, por primera vez en su historia política, está haciendo es­cuela de sacrificio. Nosotros los dirigentes tenemos la obligación de hacer, pero también tenemos el deber de educar. Construir para el pueblo es grande, pero mayor es aún enseñarle al pueblo a construir por sí. Por eso creo, como usted, que estos días han sido grandemente beneficiosos para nuestro movimiento que crecerá en extensión pero mucho más crecerá en profundidad moral.

Nosotros estamos asistiendo a los prolegómenos de esta lucha, desarrollada por la reacción frente a los elementos entusiastas del peronismo. En ella participan nuestra juventud, los obreros que tienen conciencia y los elementos políticos que tienen arraigada la causa que nos promueve. El caos económico y las miserias y privacio­nes emergentes harán que muchos otros se incorporen a la resisten­cia. Nuestro pueblo, en una gran parte compuesto por conformistas y "panzistas", indiferentes a la lucha idealista, se sentirán tocados en sus visceras sensibles (el estómago y el bolsillo) y entonces reaccio­narán también para incorporarse. Todo ese trabajo nos queda por realizar, ayudados por la incapacidad, la ignorancia y la violencia de nuestros enemigos, que cada día se sienten más solos, en medio de su fuerza.

De ahora en adelante hay que organizar la lucha integral por todos los medios. Cada hombre, cada entidad, cada gremio, cada or­ganización debe tener por finalidad la lucha. Pero es necesario que la lucha sea básicamente de guerrillas. La fuerza de la reacción no debe encontrar nunca donde golpear pero debe recibir todos los días y todo el día los impactos de la resistencia. Hay miles de formas de combatir en la clandestinidad, sin ofrecer blanco.

La RESISTENCIA es una lucha intensa diluida en el espacio y en tiempo. Ella exige que todos, en todo lugar y momento se con­viertan en combatientes contra la canalla dictatorial que usurpa el Gobierno. A las armas de la usurpación hay que oponerle las armas del pueblo.

El epílogo de este terrible drama que vive el pueblo argentino es el caos del cual solamente pueden salir soluciones definitivas. A él nos llevará la banda de ignorantes y bandidos' de la canalla dictato­rial. Pero, el caos será la hora del pueblo, porque destruida la fuerza y disperso el gobierno, todo quedará en sus manos. Habrá llegado la hora de la justicia.

Para ello hay que dedicarse a la resistencia. Mientras ésta se realiza, las fuerza? populares deben prepararse para la segunda ac­ción: la paralización y el derrumbe. La resistencia no depende en sus resultados d¿ realizar grandes acciones de sabotaje, sino miles de acciones de todo tipo realizadas por todos individual y colectivamente. Es la suma de millones de pequeñas cosas en todo el territorio del país y en todas sus actividades, lo que hará realmente efectiva la re­sistencia. Nuestro pueblo es más apto para esta lucha subrepticia e insidiosa, que para la lucha abierta. Hay que aprovecharlo entonces.

Mucho me temo que el pueblo no sea capaz de encaminar su ac­ción en la resistencia por desorganización, temor o simplemente por despreocupación en la lucha. El espíritu individualista de los hom­bres es muy poderoso, especialmente en los momentos difíciles, cuando algunos creen que solos se pueden salvar, sin darse cuenta que cuan­do una comunidad sucumbe nadie puede quedar fuera del cataclismo. En cambio la clase proletaria, que es la preferentemente perjudicada en este caso, optará por la ruina de todos si ve que 110 puede evitar su ruina. Es precisamente allí donde hay que hacer hincapié. Cuando gozamos, lo hicimos todos, ahora que hay que sufrir, suframos tam­bién todos. Este ha de ser el slogan.

La RESISTENCIA ha de ser de dos tipos: 1) Resistencia Orga­nizada y 2) Resistencia individual.

La resistencia organizada, es la que se realiza en distintas formas y con diversas finalidades, ya sea en el campo militar, en el económi­co, en el social y en el político. En cada uno de estos campos tiene una función y aspira a alcanzar un objetivo.

Militar: copar las fuerzas que la usurpación ha puesto al servicio de los enemigos del pueblo, para volverla a su función específica, es decir al servicio del pueblo.

Económica: operarla de modo que, cada día que pase, el problema de la economía nacional sea más grave para la canalla dictatorial que, al final, caerá aplastada por sus propios errores y violencias.

Social: proceder de modo que este campo esté en constante per­turbación ocasionada por los paros, las huelgas, el más bajo rendi­miento, el trabajo a desgano, etc. para lo que se tienen suficientes razones: destrucción de las organizaciones, prisión de los dirigentes, salarios insuficientes, despidos en masa, trabajo sin garantía, etc.

Política: mantener la permanente agitación por todos los medios, operando con las propias fuerzas e influenciando a las minorías me­diante la infiltración, la provocación, intimidación, etc.

La resistencia individual que tiene acciones activas y acciones pasivas. Consiste en los actos de sabotaje (individual y colectivos) y todo ataque directo o indirecto que presuponga una acción activa. La resistencia pasiva es la que ejecutan todos, todos los días, desde que se levantan y consiste en acciones depredatorias individuales de todo tipo, murmuraciones, protestas, rumoree, panfletos, perturba­ciones de todo orden, etc., etc.

Si estas acciones se organizan bien y se realizan por todos los peronistas todos los días y en todas partes, la canalla dictatorial no puede resistir mucho tiempo y si lo resisten ellos, será el país el que no la pueda resistir, en Cuyo caso se llegará al caos por otro camino.

En vez de pensar en revoluciones militares, es decir oponer la fuerza a la fuerza en una decisión de conjunto, el pueblo tiene que hacer guerra de guerrillas, que en la resistencia se caracteriza por la acción de todos sumada. Esta lucha puede organizarse y realizarse sin peligro porque en caso alguno se trata de una violencia conjunta sino de la suma de millones de pequeñas violencias cometidas cuando nadie nos ve y nadie puede reprimirnos, pero que, en cambio, en con­junto, representa una gran violencia por la suma de sus partes. El efecto es tremendo.

De cualquier manera, si mediante este procedimiento combativo, no llegáramos a provocar lo que anhelamos, prepararíamos en la me­jor forma las condiciones para hacerlo después, cuando las circuns­tancias nos sean más propicias. Nuestro objetivo debe ser impertur­bable ya sea en el tiempo como en las circunstancias. Trabajando siem­pre por lo mismo, llegará un día en que lo haremos. En esta lucha no vence el que tenga mayores medios de fuerza sino mayor voluntad de vencer y más perseverancia para lograrlo. Esa debe ser nuestra decisión y nuestro empeño permanente.

Perón

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