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Carta a Don Alberto E. Asseff (28-10-1967)

Madrid, 28 de octubre de 1967

Señor Don Alberto E. Asseff

Buenos Aires

Estimado amigo:

Por mano y amabilidad del Doctor Don Jerónimo Remolino he recibido sus cartas del 8 de setiembre y del 3 de octubre y le agradezco su amabilidad y su saludo que retribuyo con mi mayor afecto.

Con referencia al contenido de las mismas —que comparto en toda su extensión— no hace sino reafirmarme en la más profunda convicción de llegar cuanto antes a la formación de un gran movimiento nacional, en el que sus dirigentes posean la suficiente grandeza como para alcanzar la necesaria unión y solidaridad y que, sobreponiéndose a todo lo subalterno, quieran ponerse al servicio exclusivo del país.

Los hechos han sido demasiado elocuentes como para demostrar esa necesidad: al actual estado de cosas se ha llegado precisamente por una fragmentación interesada del Pueblo Argentino para que, empeñado en una lucha inconsulta entre sus diferentes fracciones, diera lugar a las Fuerzas Armadas para copar el poder, reemplazando así a la civilidad en el quehacer político. Por eso, mucho de culpa tenemos todos nosotros y, si siguiéramos en tales enfrentamientos suicidas, no haríamos sino consolidar su posición y afirmar una larga dictadura con funestas consecuencias para el país.

El problema argentino ha sido y sigue siendo eminentemen­te político desde 1955, agravado ahora por la existencia de esta dictadura, y en tanto se mantengan las actuales circunstancias, ni siquiera se puede pensar en soluciones, porque ninguna solu­ción puede comenzar sin haber restituido al Pueblo la soberanía que ha perdido.

El país ha retrocedido veinte años y todo parece encaminar­se hacia un desastre imprevisible. Pero lo realmente desesperante es que estamos en presencia de un desaliento nacional de cuyo pesimismo poco podemos esperar. Todos anuncian el fracaso de la dictadura pero pocos son los que ponen empeño para ponerle remedio. Un pueblo que asista impasible a semejante situación sólo se puede explicar porque haya perdido sus valo­res esenciales. Yo tengo fe en el Pueblo Argentino y espero confiado en que ha de reaccionar para imponer las decisiones que corresponden. Es para ello que considero indispensable la unión de todos los argentinos, cualquiera sea su posición política o ideológica, para ponerse en defensa de todo lo que hemos ido perdiento moral y materialmente.

La actual coyuntura nacional no da otra opción; hoy es pre­ciso tomar partido decidido en uno de los bandos: de un lado los que defienden la justicia social, la independencia económica y la soberanía popular y nacional, del otro, los que creen más conveniente que el país sea satélite del imperialismo; de un lado, los que creen que debemos ser nosotros los que mane­jemos nuestra economía, del otro, los que piensan que somos incapaces de eso y anhelan que sea manejada por el Fondo Monetario Internacional o los grandes monopolios; de un lado, los que pensamos que el Gobierno de los argentinos debe ser elegido por el Pueblo y, del otro, los que creen que eso ha de ser decidido por el Pentágono o por el State Departament.

Lo lamentable es que esta "Revolución Argentina", que ha comprometido el honor de los generales, jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas, se encuentre precisamente colocada en contra de su Pueblo, porque está precisamente en el segundo de los bandos antes mencionados.

Frente a este panorama es que la juventud de nuestros días, si ha de estar a la altura de su misión y responsabilidad, debe despertar ante una realidad tan agobiadora. Ella tiene el inalie­nable derecho de luchar por su destino ya que ella será la que ha de gozar o sufrir las consecuencias del quehacer actual. Si desentendiéndose egoísta del deber de la hora, deja a los demás hacer lo que también ella debe realizar, habrá perdido para siempre hasta el derecho de lamentarse.

El mundo Vive la etapa de los grandes movimientos naciona­les que vemos proliferar en toda la extensión de la Tierra, espe­cialmente en los países más evolucionados, aunque en todas par­tes existen aún las fuerzas reaccionarias que, aferradas a un pasa­do perimido, luchan por subsistir. Nosotros tampoco escapamos a esa circunstancia y también deberemos enfrentar una insidiosa lucha para lograr nuestros objetivos. No debe extrañar entonces que sea preciso, como Usted dice en su carta, clarificar concep­tos a fin de evitar que ciertos malentendidos distorsionen el noble fin en que nos empeñamos.

En cuanto a una presunta pasividad del Movimiento Justi- cialista responde a una necesidad orgánico funcional de poner al día los dispositivos un tanto quebrantados por la larga lucha. No hay que olvidar que nuestro movimiento ha debido enfren­tar los intentos de destrucción, por la violencia primero y luego por la "integración", la disociación o la absorción. Durante lar­gos años, los diferentes Gobiernos, han hecho objeto a nuestro movimiento de la persecución más despiadada y las consecuen­cias de tal persecución, a la larga, se han hecho sentir sobre nuestro complejo orgánico y sobre el espíritu de lucha de sus hombres. El más elemental sentido, impone una reestructura­ción y afirmación orgánica, antes de empeñar una acción como la que nos proponemos.

Sobre el "maquiavelismo de Perón" es una leyenda tonta, de las que se hacen circular con fines inconfesables. No creo que yo haya sido ni más maquiavélico ni más hábil que los demás políticos de nuestro tiempo. Lo que ocurre es que siem­pre he tratado de luchar con la verdad y la justicia por escudo y eso, a menudo suele tener algunas ventajas. Cuando en 1943 se preparaba la Revolución Justicialista, hablamos con la ma­yoría de los dirigentes políticos, muchos de ellos nos apoya­ron: eran los que pensaban más en el país que en ellos mismos; otros nos descargaron la más cerrada oposición: eran los que pensaban más en ellos que en la Patria. Si entonces, las fuerzas políticas se dividieron, no hay que atribuir eso al "maquiave­lismo de Perón" sino a la comprensión de los hombres. Usted ve que han pasado casi veinticinco años y ahora estamos en lo mismo.

Sobre "la necesidad de que Perón sea aceptado por todos" que Usted menciona en su carta como condición previa para la "indispensable recomposición de la Comunidad Nacional" no será muy fácil de alcanzar porque, cuantos sigan obede­ciendo el mandato de la sinarqpía internacional y la presión cipaya, no dejarán de utilizar los medios que sean necesarios para mantener lo que Usted llama "esta estúpida lucha". Como comprenderá, hace ya demasiados años que me encuentro empeñado en una lucha sin cuartel contra el neocolonialismo imperialista y, mientras éste tenga servidores en el país, yo tendré enemigos, ya que por naturaleza y por costumbre, yo no puedo servir más que a una bandera.

No creo, en cambio, que la unión de los argentinos sea di­fícil si se consigue concitar una conducta honesta al servicio de nuestra Patria que tanto lo necesita en estas horas. Nosotros, los justicialistas, estamos dispuestos a ello. Sólo queda ahora mate­rializar en los hechos una unión solidaria y efectiva para lo cual deberemos descartar suspicacias negativas que, cuando se obra de buena fe, ante móviles superiores, no tiene razón de ser.

Si nuestras juventudes, libres de pasiones, prejuicios y malos recuerdos, se lanzan a la acción decididas y enérgicas, no ten­drán obstáculos. En cambio, merecerán el reconocimiento de todos los argentinos. Ustedes, los jóvenes, representan el porve­nir que es precisamente lo que está en juego y cuando la suerte de la República está comprometida, como en la Esparta de Licurgo, no puede haber delito más infamante para un ciudada­no que no estar en uno de los bandos en lucha, como no sea el de estar en los dos.

Le ruego que, con mis mejores deseos, acepte mi saludo más afectuoso.

Firmado: Juan Perón.

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