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Carta al Tte. Cnel. Dr. Mario B. Ortega (13-06-1957)

Caracas, 13 de junio de 1957

Al Tte. Cnel. Dr. Mario B. Ortega.

Punta Pora

Mi querido amigo:

Contesto su carta del 26 de mayo que me llega en este mo¬mento. Le agradezco su amable recuerdo y su saludo que retri¬buyo con mi mayor afecto, esperando que podamos mantener enlace permanente como Usted me dice y pensando que mi gra¬titud por Usted será eterna en mi corazón. Yo nunca olvidaré lo que ustedes hicieron y sea cual sea la situación les guardaré un profundo e inextinguible agradecimiento.

No he podido conseguir la nueva dirección de Epifanio Méndez y desde España he perdido el contacto con él. Por eso, le ruego que si Usted tiene su domicilio me lo haga llegar. Des¬graciadamente el correo no anda muy bien en ninguno de nues¬tros países, alterados hoy por toda clase de circunstancias y sometidos a una censura que no sólo retarda la correspondencia sino que se "pierden" la mitad de las cartas que luego apare¬cen en los diarios o en las Cancillerías extranjeras para moles¬tarnos. Por eso le mando una dirección mía, a nombre de otro.

Veo, por su carta, que las cosas no andan bien en el Para¬guay, porque cuando "los hermanos se pelean, los devoran los de afuera" como dice Martín Fierro. Me causó una gran pena lo que ocurrió con Epifanio y no me causa una menor lo que ha pasado con Usted. El General ha cometido una gran injusticia y un gran error, tal vez mal aconsejado por gente interesada y metida en las pequeñas cosas de la política local, sin darse cuenta que lo importante es mantener un sólido bloque de gen¬te honrada y leal, dispuesta ante todo a mantener la lucha con¬tra el enemigo común. Estos errores se pagan muy caros cuando las circunstancias lo ponen a uno frente a lo irreparable, que es cuando recién se perciben los grandes errores.

Me causa, en cambio, una gran satisfacción al comprobar que su ánimo no decae y que los golpes, lejos de amilanarle, le infunden nuevos bríos para seguir la lucha. Así, como no nace el hombre que escapa a su destino, no debieran nacer los hom¬bres que no tienen un ideal que defender. Hay que ser hombre de una causa para merecer la vida. Muchos grandes hombres pasan por la existencia desapercibidamente porque no tienen una razón de ser y muchos hombres comunes llegan a ser gran¬des sólo porque son hombres que viven para una causa que los engrandece. Servir a esa causa es lo único que ayuda a vivir, como la vida merece ser vivida. Nuestro exilio, las calumnias, la diatriba y el insulto, como las persecuciones, son tributos que siempre se rinden a un mérito o a un valor.

Varias veces he deseado escribirles desde que ustedes en¬traron en desgracia con el Gobierno pero ni siquiera sabía dón¬de andaban. A cinco mil kilómetros de distancia, pese a los aviones y a todo, las dificultades de comunicarse no son cosa simple, máxime cuando no se tienen datos más o menos preci¬sos. Con Epifanio, mientras estaba en España me fue fácil pe¬ro, cuando salió de allí ya lo perdí y no tuve más noticias de él. Espero que, tomado el contacto con Usted, me sea también posible comunicarme con él. Le ruego que le transmita un gran abrazo de mi parte y le diga que me escriba a mi dirección, que le ruego le comunique si le es posible.

Yo estoy aquí a sus órdenes y si necesitara cualquier cosa debe saber que me tiene a su disposición. Yo sé que en el exi¬lio nada tiene uno en demasía y yo estoy en condiciones de ha¬cerle llegar lo que Usted quiera, para lo cual yo me arreglaría con mi gente. Tenemos una organización interna e internacio¬nal eficiente y capaz de hacer cualquier cosa, en todos los paí¬ses. Nuestros Comandos de Exilados funcionan a pesar de la per-secución y otras medidas de los Gobiernos, cuando un pero¬nista cae, surjen diez nuevos que quieren caer, si es preciso. Nosotros hoy somos invencibles: estamos organizados en el mundo entero y trabajamos, en una guerra sin cuartel y sin descanso contra la dictadura, en todas partes y en todo mo¬mento.

El tiempo, que trabaja para nosotros, de manera que espe¬ramos, ayudando el tiempo. Esta escuela de sacrificio y de lu¬cha es lo que necesitábamos para depurar y fortalecer el Movi¬miento. Ahora podemos decir que tenemos un mejor peronis¬mo tanto en lo cualitativo, porque se ha depurado y, en lo cuan¬titativo, porque las canalladas de la canalla dictatorial, nos ha dado la ocasión de contar con un mayor número de peronis¬tas decididos y luchadores. "Alea jacta est" y ahora, lo que queda por realizar es precisamente, ia consolidación. Esta ven¬drá con el aniquilamiento de la oligarquía que se ha de produ¬cir mediante la acción del Pueblo que hoy, purificado por el sufrimiento, está dispuesto a terminar físicamente con ella.

Lo que nos pasó a nosotros es simple: un Pueblo demasia¬do bien alimentado y de vida fácil, sólo tenía un ideal. El ideal es una fuerza que da continuidad en el esfuerzo pero no le da intensidad a la lucha. Esa intensidad sólo la da el odio y noso¬tros carecíamos de odio, porque todo lo hicimos por evolu¬ción. La dictadura se ha encargado ahora de darnos ese odio por toneladas. La lucha decisiva que se aproxima va a ser tremenda-mente intensa y de consecuencias aterradoras. Van a faltar árbo¬les en la República... Cuando los intereses de la Nación, las as¬piraciones del Pueblo y el estado anímico de las masas coinci¬den como ahora y, además, el odio enciende la hoguera de las pasiones, no hay poder humano capaz de impedir lo irreparable que se ha de producir.

Nosotros sabemos que la dictadura no puede aguantar mu¬cho, pero no queremos hacer nada decisivo, menos aún un golpe de estado, que habría de romper la continuidad de lo que noso¬tros estamos realizando. Preferimos que el Pueblo sufra todo lo que debe sufrir para que reaccione por sí. Darle conquistas a un Pueblo que no las sabe defender es perder lastimosamente el tiempo. Los pueblos que no saben defender por sí sus dere¬chos y su libertad, merecen la esclavitud. Si yo, por arte de un sortilegio, pudiera arreglarle hoy la situación al Pueblo Argen¬tino, no lo haría, porque estoy persuadido que le haría el más flaco servicio. Nuestras organizaciones clandestinas saben bien que el camino que conduce a la libertad y a la felicidad, pasan siempre por el sacrificio y desean que, ese sacrificio se realice. Ño quieren que las Fuerzas Armadas hagan nada por él, porque desea que el Pueblo no es quien la defiende y la impone por ¿a lucha si es preciso.

Para nosotros, que tenemos objetivos a largo plazo y una misión a cumplir, el tiempo cuenta sólo secundariamente. Lo haremos dentro de un mes, o de un año, o de cinco, pero lo haremos irremisiblemente.' No nos hemos organizado para un golpe de estado más o menos intrascendente, sino para una re¬volución justicialista con todas sus consecuencias y hacia ella marchamos decididos y firmes. Llegaremos, de eso no tenemos la menor duda. No luchamos por alcanzar el poder ni para de¬fender a unos cuantos dirigentes, sino para devolver al Pueblo Argentino todo lo que éstos le han quitado y extender el jus- ticialismo hasta su última consecuencia, aunque para ello deba¬mos sacrificar a toda la oligarquía y las fuerzas pretorianas que hasta ahora la han amparado. Lo nuestro es definitivo y como todo lo definitivo, no admite términos medios, ni medidas alea¬torias.

Termino, querido Mario, esta carta, que ya se ha hecho de¬masiado larga, repitiéndole que me tiene a sus órdenes para todo y que si alguna necesidad le aflige, usted tiene aquí a su amigo,

que tendrá un honor y experimentará un gran placer en serle útil de cualquier manera que sea.

Saludo para los compañeros paraguayos y amigos de siem¬pre. No olvide que, entre los insignes honores que tengo, quizá el que más me enorgullece, es ser su compatriota. Todavía via¬jo y estaciono en estos países con el pasaporte que usted me ex¬tendió allí como ciudadano honorario del Paraguay y que no pienso ya cambiarlo en mi vida, sino renovarlo cuando termi¬ne su vigencia de dos años que tiene.

Un gran abrazo.

Firmado: Juan Perón.

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