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Carta al My. Pablo Vicente (28-05-1969)

Madrid, 28 de mayo de 1969.

Al Mayor Pablo Vicente

Buenos Aires

Mi querido amigo:

He recibido su Nro. 259 que viene con el informe prometi­do en su Nro. 257 y me alegra saber que nuestros ex camara- das comienzan a dar señales de un buen juicio que, hasta ahora, ha brillado por su ausencia. Es indudable que, aunque hayamos sido arrojados de la Institución a la que servimos toda la vida, no por eso hemos dejado de ser soldados en la verdadera acep­ción que esta palabra significa. Es natural entonces que hayamos contemplado con pena el desastre provocado en el país por una Institución creada para asegurar todo lo contrario y," aunque los sentimientos patrióticos están por sobre toda otra considera­ción, no podemos ser indiferentes a la acción de esa Institución. Yo comencé mi carrera militar en 1910. Recibimos un Ejército que más bien era un distinguido cuerpo de Bomberos Volunta­rios. Cada uno de nosotros fuimos artífices del destino de ese Ejército y de su evolución y progreso. En cuarenta y cinco años ininterrumpidos de servicios le he servido desde un modesto Subteniente de Infantería hasta General de Ejército y Coman­dante Supremo de todas las Fuerzas, pasando por Ministro de Guerra, Profesor de la Escuela Superior de Guerra, etc. El premio de tantos desvelos lo conocen todos en el Ejército y aunque sabemos que la gratitud no es una virtud contemporá­nea, no podemos evitar el dolor de esa ingratitud, sobre todo cuando está fundada en la injusticia y la arbitrariedad.

No me halaga saber que muchos "están de vuelta", porque el precio que el país ha pagado por ello ha sido demasiado ele­vado, pero también demuestra que en el Ejército se comienza a pensar en la necesidad de hacer algo por la Patria, tan gol­peada durante estos largos años de desatinos y aventuras incali­ficables. El nacionalismo no ha de ser una postura declamatoria que, cuando mucho, puede explicar sólo un sentimiento intras­cendente en tanto sea inoperante. Yo entiendo el nacionalismo como un accionar, no como una postura. En mi ya larga vida he visto nacionalistas de "todas layas" y, francamente, el balance no les ha sido favorable. Para mí, un nacionalista, en los tiempos que vivimos en Latinoamérica, es aquel que ante las amenazas de fuera o de dentro, se dispone a conformar una Patria libre, justa y soberana, aún a sabiendas que ha de luchar contra todas las infamias del Imperialismo yanqui y contra todas las acechan­zas de los "gorilas" de adentro. Cuando yo estaba en el Gobier­no, sabía muy bien que si hubiera llamado al embajador de U.S.A. y le hubiera dicho simplemente "O.K.", nada de cuanto ha ocurrido hubiera sido posible, pero tampoco ignoraba que para ello habría sido necesario hipotecar al país y convertir a su Ejército en Fuerzas de Ocupación como viene sucediendo en casi la totalidad de los países latinoamericanos.

Y, si yo en 1955 renuncié a empeñar una lucha fratricida, fue solamente para sritar consecuencias que el tiempo me ha venido demostrando que no eran peores que las que ha produ­cido la pasión de algunos, los intereses de otros y el odio de nuestros enemigos foráneos. Recuerdo que el General Humber­to Sosa Molina me dijo en esa oportunidad: "Yo si fuera Perón,peleaba", al que le respondí: "Yo también, si fuera Sosa Moli­na". Para mí en ese momento no era problema decretar lamo- < vilización, y entregar todas las armas al Pueblo para dominar la rebelión. El verdadero problema comenzaba desde el momento en que ello ocurriera porque, desgraciadamente, hubiera sido ne-1 cesario recorrer el camino de la lucha cruenta. Lo primero que se hubiera impuesto era fusilar sin más a los jefes y oficiales comprometidos y terminar drásticamente con medidas simila- ' res con el resto. Teníamos la fuerza necesaria para hacerlo y, i en este caso, como ha sucedido en todos sus similares, esa solu­ción habría costado alrededor de un millón de argentinos, como ha sucedido en España, en Méjico y en tantas otras partes. Nun­ca pensé que pudiera suceder lo que ha pasado en estos doce años de vergüenza nacional, ni que se pudiera llegar a una situa­ción como la que han producido los más bastardos intereses unidos a la pasión y al odio que nosotros no fuimos capaces de sentir. Quizá, si entonces hubiera sabido lo que hoy sé,' hu­biera pensado mucho esa resolución antes de tomarla.

Pese a todo, la experiencia no ha sido vana, porque los pueblos suelen perder una sola vez su oportunidad. Por eso el futuro está preñado de acechanzas, porque las frustraciones no sólo enseñan a pensar sino que también impulsan a actuar. Lo lamentable es el descreimiento que los fracasos sucesivos han producido en los argentinos porque eso no tiene remedio. Yo recibo miles de cartas, no sólo de los peronistas sino de los más insospechados orígenes y todos afirman lo mismo: Ya no tiene confianza en nadie, porque todos los han defraudado. Y, cuando un Pueblo toma esa postura, toda conducción es impo­sible. Un conductor nace no se hace pero, aun cuando haya recibido suficiente "óleo sagrado de Samuel", es preciso que adquiera prestigio primero, luego autoridad que inspire la ver­dadera obediencia que no se puede conferir por decreto y por ese camino puede llegar hasta la infabilidad, con lo que la con­ducción puede ser insospechadamente segura. Nada de ésto se puede improvisar y menos aún cuando se tiene delante un Pue­blo justicieramente descreído.

Yo, como político soy sólo un aficionado, pero en la con­ducción soy un técnico, porque me he pasado toda la vida es­tudiándola. Domino su teoría y conozco profundamente su técnica. Como decía Napoleón es un arte sencillo y todo de eje­cución, pero sólo está al alcance de los que lo comprenden, ya que es imposible para los que pretenden aprenderlo y, para comprenderlo, es preciso estudiarlo toda la vida y, aún así, siempre quedarán lagunas difíciles de penetrar. De lo contra­rio, la conducción de los pueblos, estaría al alcance de todos, como la ropa hecha. En este sentido, para reemplazar a un conductor, se necesita otro conductor. Dar con él suele depa­rar muchas sorpresas desagradables. Es lo que ha venido ocu­rriendo en el país desde 1955. Yo, bien o mal, conducía. El país tenía una ideología a donde dirigirse y una doctrina que constituía las formas de ejecución de esa ideología. Ello indica­ba el camino hacia los verdaderos objetivos de la nacionalidad: el conductor no era sino el guía para el conjunto. Cuando de pronto el Pueblo se vio privado de todo ello, se sintió perdido y abandonado. Las consecuencias son las que estamos presen­ciando.Las Fuerzas Armadas, olvidando la sentencia napoleónica que "el hombrees todo, los hombres no son nada", creyeron que las Instituciones podían responsabilizarse de una tarea en la que, aún con su propia intervención, todos venían fracasan­do, sin percatarse que en ello iba su verdadero desprestigio. Onganía no podía hacer más que lo que hizo y de lo que hará cualquiera que, en su lugar, crea que es posible llegar al Gobier­no "como peludo de regalo" para comenzar a improvisarlo to­do. Lo más probable es que en poco tiempo, queriéndolo o sin quererlo, esté en manos del liberalismo y sus intereses internos e internacionales. Al Gobierno hay que llegar preparado para ser martillo y no yunque. Sin iniciativa, no hay Gobierno, como sin independencia no hay iniciativa. La independencia sólo pue­de conquistarse mediante la preparación humana y técnica de una verdadera revolución. La preparación humana arrima los medios esenciales para la conducción indispensable; la técnica prepara la concepción y la ejecución de los planes correspon­dientes. La Revolución Justicialista tardó más de dos años para la preparación de ambas cosas: la humana desde Trabajo y Pre­visión; la Técnica desde el Consejo Nacional de Postguerra. Si algo puede aconsejar mi experiencia es precisamente evitar toda improvisación en lo humano y en lo técnico: ambós extremos necesariamente tienen que ser funestos para el éxito.

El mayor peligro actual está precisamente en provocar un nuevo fracaso, porque la situación que de ello emergerá puede conducir a hechos insospechados. De ahí mi preocupación fren­te al "esquema" presentado. Yo no le veo solución segura da­dos los hombres y las formas de ejecución propuestas y yo ten­go la obligación moral de decirles la verdad. Lo contrario, no sería moral de mi parte. En esto yo poseo una gran experiencia, que es lo único que personalmente puedo poner al servicio de la causa qu<í\todos perseguimos. Estoy completamente de acuer­do en cuanioNme dicen sobre la necesidad de tomar la medida qu sea para cambiar la situación existente en el país; creo tam­bién como allck que el demoliberalismo capitalista impuesto por la fuerza, actualmente dominante, no puede ser sino funesto para el país y su mietflo; pienso como ellos que sólo una tenden­cia nacionalista «actuante y eficaz será la que puede resolver la comprometida situación a que se ha llevado al país, colocándose en una ideología congruente y creando una doctrina cuyas for­mas de ejecución permitan acelerar la evolución en la forma me­nos cruenta posible. No es menos indispensable contar con un apoyo popular irrestricto. Para lograr lo primero es preciso una preparación técnica que conciba un plan de acción, para lo cual es preciso formar primero un equipo de concepción y numero­sos equipos de ejecución con unidad de criterio y bien adoctri­nados. Para contar con el apoyo irrestricto del Pueblo será pre­ciso realizar la preparación humana de la Revolución y eso, ya no es tan fácil como lo primero, porque se trata de conducción donde "el hombre es todo y los hombres no son nada". Hay que encontrar el hombre, hacerlo actuar convenientemente y probarlo.

Sobre la formación de un "Gran Movimiento Nacional" tiene también sus bemoles. Actualmente se trabaja en ese senti­do mediante un acuerdo de los sectores progresistas de las fuer­zas políticas tradicionales y el sector independiente. A ello pa­recen oponerse los "viejos animales sagrados" del demoliberalis­mo, lo que no deja de ser una de las mayores ventajas, ya que se eliminarán ellos mismos. Sólo la verdadera unión de todos los argentinos, tras el objetivo irrenunciable de salvar al país, pue­de ser el punto de partida acertado, pero para que ello se pro­duzca, será necesario crear las condiciones indispensables a las que sólo se puede llegar si se procura no forzar inadecuadamen­te las naturales formas de que están constituidos tales movi­mientos. Todos los movimientos gregarios tienen sus caracterís­ticas originales. Apartarse de ellas es hacerlos fracasar. El hom­bre frente a la multitud está en permanente acecho y hay que tener grandes valores para no defraudarla. Por eso los conducto­res no se hacen por decreto: son producto de las circunstancias y es en las propias circunstancias donde apoyan su verdadero poder. Querer imponer un conductor es a menudo la mejor for­ma de destruirlo.

El Justicialismo ha sido un "Gran Movimiento Nacionalista" que, adpatado a la evolución moderna del mundo que nos toca vivir, ha establecido doctrinariamente las normas que han de re­gimos. He contado con una organización en lo humano y en lo técnico, con una conducción y con un conductor, lo que le ha Permitido sobrevivir estos doce años y aún fortalecerse cualita­tivamente a pesar de las persecuciones gorilas, de la integración frondizista y de los intentos de disociación posteriores. Todo ello ha sido posible porque es un "movimiento doctrinario". Puede morir Perón, y el Peronismo, orgánica o inorgánicamen­te, seguirá viviendo. Lo único que vence al tiempo son las doc­trinas y las organizaciones: los movimientos puramente grega­rios sucumben con su creador y el hombre no ha alcanzado, des­graciadamente, todavía, sino la inmortalidad histórica. Con esto quiero decir que, si se trata de formar un "Gran Movimiento Nacional", ha de imitarse nuestro ejemplo y seguir el mismo camiño. Ahora me pregunto si no será más simple buscar la uni­dad sobre lo ya existente por una sincera y leal unión de los di­versos grupos que, pensando de la misma manera, sólo están separados por superficialidades intrascendentes. Esa unidad sólo puede ser posible si se comienza a realizar por la cabeza: sus di­rigentes. Todo estriba en la "mano izquierda" que se posea pa­ra realizarla. Sé que en ese trabajo están empeñados muchos argentinos (entre ellos nosotros los peronistas), y pienso que estos muchachos deben hablar con el Doctor Remorino.

Si aún persistieran en su posición de mantenerse fuera de un enlace con los órganos naturales del Movimiento Peronista, para buscar un contacto directo conmigo, no sólo no habría dificul­tades sino que yo tendría gran placer en recibir aquí al que ellos designaran para representarlos. Sólo así podría yo darles los consejos de mi larga experiencia al respecto, como asimismo establecer las mejores formas de un completo entendimiento que nadie anhela más que yo. Usted comprenderá que, por car­ta, estas cosas no pueden tratarse en la forma exhaustiva que

merecen.

Con referencia a mí personalmente, yo ya estoy, como he dicho muchas veces, "sobre el bien y sobre el mal", casi descar­nado, y no puedo tener otra ambición en lo que me queda de vida, que prestar un nuevo servicio a mi Patria. Por eso sería hasta injusto que se me considerara en posición de especular con engaños de ninguna naturaleza. Por otra parte, creo que w hora de los engaños políticos ha pasado: ésta es la hora de la verdad, desde que nada estable y duradero se puede fundar en la simulación o la mentira. Pienso que esta situación argentina o la arreglamos entre todos o no la arregla ni el demonio. Sólo un iluso puede pensar que haya un hombre en el país que pue­de solucionar el tremendo desaguizado que se ha producido, como no sea consitando la acción mancomunada de todos los que realmente amen a la Patria y se dispongan a sacrificarlo to­do en su provecho.

Es en ese concepto que han de contar conmigo en la forma más amplia: a mí no me interesa quien sea el que realice el "mi­lagro", lo importante es que se haga. Si ellos están decididos a seguir las huellas de la "Revolución Justicialista", aunque no lo manifiesten por ahora, no deben ni siquiera titubear que conta­rán no sólo con mi apoyo más decidido sino con el de todos los peronistas. Siendo así, sólo queda establecer la forma en que he­mos de lograr tan alto objetivo de la manera más conveniente y segura, porque lo que interesa por sobre toda otra consideración es una ejecución feliz ya que, la obra de arte no es fijar un plan sino realizarlo.

Sin embargo, no estará demás pensar que el Justicialismo ha sido creado hace ya más de veinte años y que en ese lapso el mundo ha evolucionado mucho, más de lo que nosotros mismos imaginamos. Lo que está pasando en Francia y en Inglaterra es aleccionador en este sentido, y así como ya se extiende su in­fluencia en toda Europa, no ha de pasar mucho tiempo sin que llegue a nuestros países. Hoy ya se postulan nuevas conquistas en el orden político y social y las formas de gobierno democrá­tico se amplían en todo sentido:

1. El Pueblo debe disfrutar más de la verdad y del derecho a saber más sobre lo que el Gobierno hace.

2. El Gobierno debe saber mucho más acerca de la sociedad • la que dice representar.3. Ciertas decisiones deben ser tomadas por la Comunidad Nacional como tal y no por el Gobierno a sus espaldas.

4. Se debe analizar, concretar y ordenar seriamente la fun­ción de los medios informativos.

5. Se deben fortalecer y crear, cuando sea necesario, corpo­raciones, asociaciones parciales de todo tipo y organizaciones sociales, económicas, culturales, etc., que deben ser indepen- dintes y soberanas sobre sus propios actos y que serían así órga­nos consultivos fundamentales.

6. Hay que devolver su autonomía a las regiones, a las pro­vincias y a las entidades locales, haciéndolas más libres y más responsables.

Las juventudes parecen agitarse en el mundo entero tras la consigna socialista nacional, dispuestas a derivar hacia el mar­xismo comunista con todas sus consecuencias, si les resulta invencible la acción del reaccionarismo contumaz. El dilema parece ser suficientemente claro: o socialismo nacionalista o socialismo internacional dogmático (comunismo). El maois- mo ha avanzado tanto en el mundo que no es aventurado ya pensar que comienza a imponerse como una nueva forma de marxismo nacionalista. Todo ello hace necesario poner al día el Justicialismo cuyos postulados, después de veinte años, comien­zan a envejecer con respecto a la evolución actual, a las nuevas aspiraciones y al ritmo en que se marcha en el mundo de nues­tros días. Hoy, hacer una revolución, es una cosa mucho más seria que cuando en 1943 un grupo de coroneles nos pusimos a la tarea de realizarla. Ello infiere la necesidad de una mayor y mejor preparación técnica, más ajustada y certera, que lleva­rá tiempo y trabajo. Yo recuerdo lo que nosotros trabajamos en el Consejo Nacional de Posguerra durante los años 1944 y 1945, lo que ya hace pensar lo que tendrán que trabajar los que ahora intentan hacer lo mismo.

Sin una preparación humana y técnica no habrá revolución. Basta contemplar lo que le ha ocurrido a Onganía. Ello me hace meditar que un Gobierno Constitucional que recibiera el país en las condiciones actuales, aunque quisiera seguir el cami­no justicialista, estaría atado de pies y manos si antes no lograra alcanzar una eficiente preparación en los aspectos antes mencio­nados. Por todo lo anterior y por muchas otras razones que omito en favor de la brevedad, pienso que lo mejor sería reali­zar esta operación en dos tiempos: poner un Gobierno Provisio­nal y de transición que durante dos años permitiera una ade­cuada preparación humana y técnica y, cuando se estuviera listo, llamar a elecciones y constituir un Gobierno Constitucio­nal que pudiera llevar a buen puerto la reforma total necesaria para poner en marcha el sistema justicialista. Tal como ocurrió entre 1943 y 1946. No es que yo me aferre a lo que me es co­nocido, sino que no veo otra forma racional de cumplir la com­pleja tarea que una revolución impone cuando, como en nuestro caso, se parte de una situación realmente caótica por su desor­ganización.

Comparto la idea de que en la situación actual todo indica que la solución depende fundamentalmente del Ejército y masa peronista, representando la primera la fuerza y la segunda la opinión. Pero es preciso pensar que otras fuerzas también tienen gravitación importante en la dilucidación futura de los problemas emergentes de la situación creada, que serán opues­tos desde el comienzo y con un poder que no podemos despre­ciar. Eso también impone la necesidad de una preparación cons­ciente que permita contar con el apoyo de todo el que no esté ya embanderado, por diversas cuestiones, en la reacción. El Movimiento Nacional que se debe intentar por esta capta­ción general, impone un trabajo como el que ya se está reali­zando, dirigido a incorporar a todas las fuerzas políticas que Puedan ser proclives a entrar en el Movimiento.Perón vale en la medida que este Movimiento pueda posibi- j litarle su acción. Desde quince mil kilómetros, si bien puede dirigir y conducir la lucha estratégica, está imposibilitado j de influir en la lucha táctica y hay que tener en cuenta que, tan pronto se inicie la acción la lucha táctica insumirá el no- ' venta por ciento de toda actividad. Ya hemos visto lo que ocurre con la conducción táctica alejada frente a una masa pero­nista descreída y desconfiada. La anulación de Perón, por ale­jamiento, es prácticamente la anulación del peronismo, por lo menos en la lucha decisiva. Hace doce años que busco solucio­nes, ya sea por la organización e institucionalización del Movi­miento, o por la aparición de un hombre con el suficiente pres­tigio que me reemplace carismáticamente. No sólo no he po­dido conseguir ninguna de las dos cosas, sino que mientras la masa se mantiene inconmovible, los dirigentes, por falta de valores esenciales, se desgastan en una lucha estéril cuan­do no suicida. Aun decidido a hacerlo, dar un golpe como el que me proponen para poner el Peronismo detrás del ''líder prefabricado", es algo que creo que supera toda posibilidad humana. Yo no puedo prometer lo que sé de antemano que no seré capaz de cumplir, porque estando de acuerdo en prin­cipio con lo que me proponen, me estaría mintiendo a mí

mismo.

No es que yo me oponga a cuanto me dice Usted en su carta, sino que deseando ser responsable, analizo profunda­mente las posibilidades de poder cumplir. En la situación actual, cualquier cosa que se haga para salir del pantano es aceptable, si se piensa en el país y su futuro, pero los que nos comprometemos a algo, no podemos luego fallar. Los mu­chachos infravaloran el poder de nuestros enemigos foráneos y vernáculos. Yo que sé los puntos que calzan por la dura ex­periencia recibida, tengo que ser más prudente y precavido. Sé también que una acción como la que proyectan debe contar con una absoluta decisión desde el comienzo, pero si esa ded"

sión está apoyada lógicamente en la prudencia, será mucho mejor. Lo contrario sería sólo una temeridad de las que carac­terizan a las aventuras. No es difícil llegar al Gobierno cuando se dispone de la fuerza; pero lo realmente difícil comienza cuando se ha ocupado la responsabilidad de gobernar. Para llegar al Gobierno y fracasar en él, mucho más nos hubiera valido no llegar. Así como los éxitos en la guerra deben ser preparados acabadamente por la acción política que le precede, en la lucha política el éxito se consigue más por una buena preparación estratégica que por los brillantes éxitos de la con­ducción táctica porque aquí, como en la guerra, los éxitos tácticos en una situación estratégica falsa se anulan sin remedio.

Es natural que epistolarmente todo esto aparezca un tanto incomprensible: otra cosa sería si los muchachos trataran con el Doctor Remorino o se decidieran a hacerlo conmigo perso­nalmente. Hoy, con las comunicaciones existentes, esa consulta no lleva más de tres días. Si uno de los jefes del movimiento viniera directamente a Madrid y conversara conmigo, yo tendría oportunidad de explicarles muchas cosas que, estoy seguro, ellos no conocen, como asimismo transmitirles mucho de mi experiencia al respecto. Sería lamentable que pudiendo hacerlo se dejara pasar la oportunidad. Ya hemos hecho muchas cosas que éllos ignoran y que Remorino podría informarles exhausti­vamente, porque a nosotros, como a Usted le consta, no esta­mos barajando triquiñuelas políticas, sino empeñados sincera y lealmente en hacer algo para solucionar el problema argentino que cada día se muestra más peligroso.

Creo haberle contestado lo que estoy en condiciones de contestar, bien en claro que estoy de acuerdo con la idea gene-

aunque no así con muchas cosas que conciernen a la ejecu- Clón misma de la operación planeac'a; no porque yo me oponga P°r razones personales o de círculo, sino porque mi mayordeseo es que no lleguen a fracasar, tanto por ellos como por el país. Con esto puedo terminar con las palabras de Fierro:

"Y les doy estos consejos Que me ha costado engullirlos, Porque deseo dirigirlos; Pero no alcanza mi cencía Hasta darles la prudencia Que precisan pa seguirlos"

Sobre el libro "La Hora de los Pueblos", espero que ya lo haya recibido de manos de Saadi. Muchas gracias por la promesa de ocuparse del asunto. Yo lo podría hacer publicar aquí, pero qué interés puedo tener que lo conozcan los "gallegos".

Yo lo he escrito para el pueblo argentino y quiero que hasta allí llegue cuanto antes, contando con una mayor posibilidad de difusión. Yo no escribo para los intelectuales ignorantes que suelen ser los que "mariscalean" en los cafés sobre cosas que no entienden ni conocen.

Le ruego que salude a los amigos militares que han tomado contacto con Usted. Lo mismo a sus familiares y compañeros peronistas. Cariños a Perico. Un gran abrazo.

Firmado: Juan Perón

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