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Breve biografía del cabo y doctor José de Jesús Martínez

José de Jesús Martínez era cabo de la Guardia Nacional de Panamá, el grado más bajo del escalafón . También era karateca y aviador. Le decían Chuchú, tenía una moto Harley Davison y le gustaban las fiestas, las mujeres y el ron. Martínez fue uno de los guardaespaldas del general Omar Torrijos, hombre fuerte del país centroamericano desde 1969 hasta su muerte en 1981 en un sospechoso accidente aéreo. Y en algún momento se lo consideró "el suboficial más influyente de América". Antes de convertirse en el cabo Martínez, Chuchú era poeta, dramaturgo, ensayista, cineasta y profesor universitario. Se había graduado en universidades europeas y tenía dos doctorados. Hablaba cinco o seis idiomas –incluyendo latín– y a lo largo de su vida escribió 37 libros. Nicaragüense de nacimiento y panameño por adopción, un día de enero de 1974 Chuchú aterriza con su avioneta en la base militar de Río Hato –al centro-sur del país, frente al océano Pacífico– y se inscribe como aspirante a la Guardia Nacional. Tiene 45 años y se ha afeitado la espesa barba de clochard parisino. Durante el período de entrenamiento, en la pista sólo hay dos aviones: el del general Torrijos y el del recluta Martínez. Para entonces, mientras los instructores lo hacen trotar, arrastrarse o tirar al blanco junto a muchachos de 18 o 20 años, Chuchú ya ha publicado unos cuantos libros de filosofía, teatro y poesía: Caifás (1961), El tema de la muerte en la filosofía de Santo Tomás (1962), Introducción a la lógica moderna (1962), Juicio Final (1962), Enemigos (1962), Aquí, ahora (1963), Poemas a ella (1963), Santos en espera de un milagro (1963), La retreta (1964), Amor no a ti, contigo (1965), Poemas a mí (1966), Amanecer de Ulises (1967), One way (1967), 0 y van 3 (1970), Teatro (1971). El futuro suboficial ha estudiado en su adolescencia en un colegio militar de Nueva York. Después, en la Universidad Católica de Chile y en la Universidad de México. Tiene dos doctorados: uno en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y otro en Matemáticas por La Sorbona. Hasta poco antes de ingresar a la Guardia, Chuchú Martínez es catedrático de Filosofía Marxista en la Universidad de Panamá. Y no sólo es militante de izquierda, sino que ha sido opositor a Torrijos, a quien en algún momento consideró como "un típico dictador latinoamericano más". Fue en octubre de 1968, cuando el entonces teniente coronel Torrijos derrocó al folclórico tres veces presidente electo Arnulfo Arias. Resistente al golpe junto con otros universitarios, Chuchú relatará dos décadas después que cantó "el himno nacional llorando por los efectos de los gases lacrimógenos". Después, pierde su trabajo en la Universidad de Panamá y se va a dar clases a la de Honduras, donde se exilia. Todo esto lo sabe Torrijos, que aquella mañana de enero de 1974, ante mil reclutas formados en silencio en la plaza de armas de la base de Río de Hato, le dice: – ¡Critíquenos! ¡Critíquenos todo lo que quiera! ¡Pero venga a conocernos! ¡Vamos a ver si aguanta! ¡Vamos a ver si todavía está aquí cuando yo regrese! "Esta agresividad me pareció injusta", escribirá Chuchú en su libro Mi General Torrijos, publicado en 1987. "Es verdad que yo no era torrijista todavía, pero tampoco era ya anti torrijista. La cosa es que el General se iba de viaje a la Argentina... Él me estaba retando y yo aceptaba el reto". El general viaja a Buenos Aires en visita oficial y se entrevista con su viejo amigo Juan Perón. En 1956 el tres veces presidente argentino había estado exiliado en Panamá y el jefe de su custodia era el entonces teniente Torrijos. Y cuando el general regresa, Chuchú todavía está ahí. Sigue estando varios años más: se convierte en su guardaespaldas, ayudante, asesor, traductor y confidente. Revista en las tropas especiales creadas por Torrijos y conocidas como Machos e' Monte. Cuando el Comando Sur de Estados Unidos establecido en la Zona del Canal de Panamá decide hacer maniobras militares para exhibir su poderío y las denomina "Operación Furia Negra", el general responde con sus propios ejercicios militares del otro lado de la cerca y las nombra, literalmente, "Operación ¡uy, uy, uy, qué miedo!". Van juntos a Libia y Europa. Chuchú es el traductor oficial. Asiste a la ceremonia más trascendente de la historia de Panamá: la firma en Washington de los tratados Torrijos-Carter que permitirán recuperar el Canal en el 2000. Publica una antología de documentos sobre el Canal, que firma como "Cabo y Doctor José de Jesús Martínez". Participa en delicadas misiones secretas. Vuela a Honduras, Nicaragua y Belice, negocia con insurgentes colombianos y salvadoreños, lleva miles de dólares, traslada armas y líderes guerrilleros. En El Vaticano se entrevistan con el Papa y Torrijos lo presenta como ministro de Defensa... Después, asciende a sargento. El general y el sargento aprenden uno del otro. El suboficial de formación marxista leninista asimila las enseñanzas del comandante en jefe, intuitivamente populista. Poco a poco, comprende de qué se trata la cuestión nacional. A lo largo de siete años conviven diariamente, viajan, trabajan, discuten, discrepan y complotan, pero nunca se tutean. Chuchú se hace amigo del escritor británico Graham Greene, que viaja varias veces a Panamá porque está escribiendo una biografía sobre Torrijos. Greene es católico y Martínez es ateo. Ambos se enfrascan en interminables discusiones sobre la existencia o no existencia de Dios. El libro termina siendo más una historia del sargento que del general. Extraño ateísmo el del izquierdista Martínez. En Mi General Torrijos escribe: "Una de las maneras de querer a una persona, es haciendo que los demás también la quieran, compartiéndola con los demás, como si de esa forma el pedazo de cariño que nos toca fuese mayor. Lo dijo un santo: el que más da, más tiene, matemáticas de Dios". El 31 de julio de 1981 Torrijos muere probablemente asesinado por la CIA. Poco después el sargento Martínez solicita su retiro de la Guardia Nacional. Le otorgan el grado de teniente para que pueda tener una jubilación más o menos digna. Nuevamente se deja crecer la barba, adquiere el aspecto de un Hemingway tropical, vuelve a escribir. Chuchú tuvo varias parejas. Cuentan que poco antes de fallecer en 1991, a los 61 años, intenta recordar cuántos hijos tiene de distintas relaciones. Calcula que son diez, pero no está seguro. Se le mezclan los suyos con los que son hijos de matrimonios anteriores de sus mujeres y a los que considera como propios. * * * En 1983 la periodista Stella Calloni me presenta en Nicaragua a la joven cónsul panameña Luz Lescure, diplomática de carrera y sensible poetisa. Y poco tiempo después Luz me presenta a Chuchú. La charla se prolonga más allá de una botella y media de whisky. Vuelvo a verlo en México en 1990 y me regala su libro de poemas Ars Amandi. No puedo recordar si es en esa ocasión o antes, en Managua, que me dice algo increíble: – Toda la vida he sido un mediocre. Como piloto, nunca volé un avión de gran envergadura. Como karateca, sólo fui cinturón marrón. Como militar, apenas llegué a sargento... Y nunca hice el curso de paracaidismo. Desde muchos años antes, este hombre –filósofo, políglota, poeta, miliciano– ya era una leyenda viviente en toda América Central. Pero aquí sigue siendo un total desconocido para nuestros intelectuales a la carta conferenciólogos, afiliados al club del elogio mutuo, la premiación recíproca y las escaramuzas a los codazos para salir en la fotografía, cultores orales de un concepto de Patria Grande que en la práctica no excede los límites municipales. Por cierto, la mejor foto de José de Jesús Martínez no es la de sus clases magistrales, reconocimientos nacionales e internacionales, viajes por el mundo. Su mejor imagen está registrada en un afiche de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá: besa a un niño durante un viaje para resolver necesidades de poblaciones campesinas. El sociólogo, periodista y dramaturgo panameño Raúl Leis –otro amigo, fallecido en abril de este año– lo recuerda así: "Aun estando cerca del poder, Chuchú no pelechó, ni se enriqueció. Aun poseyendo prestigio y premios literarios, no dejó de ser accesible. Chuchú era muchas veces una imagen fugaz de una barba blanca en motocicleta pasando raudo bajo la lluvia". Y Stella Calloni, que lo conoció mucho más que yo, le dedica estas líneas simples y precisas: "Murió el 27 de enero, en Panamá, en un barrio popular, rodeado por su última familia, la única con que construyó una casa, un lugar. Pero él estaba solo como siempre vivió. Fue imperfectamente humano, amigo sin dobleces, niño cruel, hombre amantísimo que odiaba la rutina, como odiaba los pies atrapados en la tierra, no sobre la tierra. Amante eterno, sin amor. Padre de hijos propios y ajenos. Un escritor que se avergonzaba de su cultura y de su erudición, que hablaba como un soldado raso y salía a caminar con un amigo bajo una noche estrellada".  

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Drieu

Pierre Drieu La Rochelle. Apuntes sobre un maldito colaboracionista francés mujeriego y talentoso. Nacido en París, el 3 de enero de 1893, empezó a gestarse por las lecturas de Kipling, Barrés y Nietzsche en la adolescencia. Finalizados sus estudios en la Escuela de Ciencias Políticas, parte para el frente en 1914, apenas se declaró la I Guerra Mundial. Destinado en Bélgica, participa en la batalla de Charleroi. Veinte años después, en 1934, aquellos combates le inspiraron La comedia de Charleroi. Protagonizada por él mismo, lo que viene a contarnos en sus páginas es el regreso a aquel campo del honor en 1919, tras el cese de las hostilidades, como secretario de la madre de un camarada muerto en la batalla: el heroísmo, la rebeldía y la desesperación son los tres conceptos que gravitan en la obra. Mucho antes de la firma del armisticio, Drieu La Rochelle es herido en Verdún. Mientras cura sus heridas escribe los poemas que en 1917 publicará bajo el título de Interrogación. En esta ocasión, la confraternización de los héroes, por encima de la causa que les ha llevado a la lucha, es el tema que le ocupa. Ya en la postguerra, París se rinde a sus pies. Interesado por todas las corrientes estéticas de su tiempo del surrealismo pasa al dandismo, mientras experimenta con las drogas, antes de hacerse comunista. Su principal obsesión de entonces es la decadencia. La decadencia marcó la pauta de su ensayo más conocido, Medida de Francia (1922) y de El hombre cubierto de mujeres (1925) y El fuego fatuo (1931). Todas ellas constituyen el mejor retrato de la alegre burguesía parisina de entreguerras, preocupada únicamente por sus amantes. La relación del escritor con la Argentina es detallada por Roberto Bardini y Giselle Dexter: “El ex combatiente francés visitó Argentina en 1933, donde dio conferencias en el aristocrático Jockey Club, conoció a Jorge Luis Borges –otro escritor contradictorio y torturado– y se convirtió en uno de los primeros críticos en reconocer su talento. En agosto de ese año publicó un elogioso comentario sobre la erudición del escritor argentino –que entonces tenía 33 años– en la revista Megáfono, en el que declara que Borges vaut le voyage(“Borges vale el viaje”). Pero su relación más intensa en Buenos Aires fue con Victoria Ocampo, directora durante cuarenta años de la revista cultural Sur. (…) Pierre Drieu La Rochelle, a quien Victoria conoció en París en 1929, (…), fue su amante. La llama su “hermosa novilla”, en culta referencia a Homero, o “la vaca más hermosa de la pampa”. La ironía forma parte de la irreverencia del trato amoroso, pero no oculta la puesta en lugar. Drieu, torturado y sagaz, a quien Borges recuerda como “muy inteligente”, también se consideraba la “distracción de Madame Ocampo”. Las inquietudes políticas de Drieu La Rochelle datan de comienzos de los años 30. Para entonces, de sus filias comunistas no queda nada. Tras adscribirse a la ultraderechista Action Française, cuando publicó la Comedia de Charleroi se declaró abiertamente fascista. Interesado por la agrupación del "capitalismo inteligente" en una unión europea, en 1934 publicó Socialisme fasciste: su idea de la unidad del Viejo Continente coincidió plenamente con la Hitler. Defensor por tanto del gobierno que Pétain organizó en Vichy, dirigió durante los primeros años de la ocupación la revista Nouvelle revue française. Decepcionado de la política alemana, abandonó el cargo en 1943. Al igual que Louis-Ferdinand Céline, Paul Morand, Robert Brasillach, Lucien Rebatet, Jacques Boulenger, Henry de Montherlant y Jacques Chardonne -Maurice Sachs, los escritores que habían apoyado al gabinete del mariscal Pétain, sabían que su vida corría peligro. A excepción de Sachs, confidente de la Gestapo, la colaboración del resto de los escritores franceses con la abyecta causa de los invasores de su país se había limitado a la publicación de artículos periodísticos. Ante la comprensible sed de venganza de la liberación, era suficiente para llevarles frente al pelotón de fusilamiento. Meses después, cuando los aliados avanzan inexorablemente hacia París, Pierre Drieu La Rochelle se escondió en casa de una amiga norteamericana a la que había salvado de un campo de concentración. Entre los amigos que le protegen tras la liberación se encuentra André Malraux. Tras un intento fallido de suicidio el 11 de agosto de 1944, Pierre Drieu La Rochelle, dejando inconclusa la novela en que trabaja -'Memorias de Dirk Raspe' (1966)- pone fin a sus días el 15 de marzo de 1945: acaba de enterarse que se ha dictado una orden de arresto contra él.   Referencias en contratapas de algunas de sus obras: "La personalidad y el destino fatal del escritor francés (...) producen una de las obras más contradictorias y ricas de la literatura de la primera mitad del siglo XX. Su sentido místico, en nombre del cual acepta el desprecio y la impostura, hace de él un testigo torturado y un analista del amor. En esta obra, Drieu nos presenta en su forma más cruda y más triste la realidad del amor contemporáneo. ¿En qué queda el amor tras la tempestad física de los primeros días? "Por mi parte, no he obtenido de las mujeres sino lo que ellas han obtenido de mí. La vida es justicia". – LA ROCHELLE, Pierre Drieu, Diario de un hombre engañado, Barcelona, Bruguera, 1981. "En torno a la obra de Drieu permanece su modo de construirla, de darle forma para reiterar que no siempre es necesario haber sido un gran escritor para ser un escritor importante. Hay por lo menos una forma de constatar esto: en el registro de una época, la Rochelle es el testigo presencial de la convulsión de los años que le tocaron vivir, la guerra, el golpe del fascismo, el cambio y la pesadilla constante. El hombre a cabalo, uno de los últimos trabajos literarios, publicado por primera vez en 1943, sella la lucha que su autor emprende contra su tiempo en las obsesiones que siempre lo intrigaron: el pesimismo, la idea de la decadencia y el suicidio". '– LA ROCHELLE, Pierre Drieu, El hombre a caballo, Mexico D.F, Premia editora, 1981. "Así como "El Fuego Fatuo", un relato sobre los efectos de la droga publicado en 1931, da la medida de su talla como novelista, RELATO SECRETO es el lúcido y emocionado testimonio de un hombre que expone, en vísperas de su suicidio, las causas de orden personal y político que le empujan hacia la muerte. "No ha habido en mi vida ni un día, por muy pleno y feliz que fuera por la presencia de los seres y por mi adhesión total y exuberante al mundo inmediato, en el que no haya deseado la soledad". Ese sentimiento de extrañeza lleva en su seno un desenlace dramático: "La soledad es el camino del suicidio. O, al menos, es el camino de la muerte". Completan el volumen en DIARIO, comenzado el 11 de octubre de 1944 y cuyas últimas entradas están fechadas dos días antes de su muerte (el 15 de marzo d e1945), y un EXORDIO, destinado a  justificar, ante la opinión pública de la Francia ya liberada, las razones que le movieron a prestar su apoyo a los nazis y a combatir la Resistencia". – LA ROCHELLE, Pierre Drieu, RELATO SECRETO, Madrid, Alianza, 1978. Obras: ''Interrogation (poesía): 1917 Etat civil: 1921 L' homme couvert de femmes: 1925 Mesure de la France: 1922 El fuego fatuo: 1931 Socialisme Fasciste: 1934 Gilles: 1939 El hombre a caballo: 1943 Récit secret: 1944 Journal d'un homme trompeUne femme á sa fenêtre Mémoires de Dirk Raspe Le Jeune européen L'Europe contre les patries''   Consulta biográfica: -          BARDINI, Roberto, y DEXTER, Giselle, No se es víctima cuando se es héroe, incluido en http://supervivientes.blogcindario.com/2010/09/00273-drieu-la-rochelle-no-se-es-victima-cuando-se-es-heroe-giselle-dexter-y-roberto-bardini.html -          MEMBA, Javier, Pierre Drieu La Rochelle, el dandi fascista, incluido en  http://www.elmundo.es/elmundolibro/2001/12/02/anticuario/1007123371.html  

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“La senda del Samurai” (Apuntes sobre los orígenes del Japón moderno)

A la memoria de Moisés Mauricio PrelookerEs mejor prender una vela que maldecir las tinieblasConfucio Desde hace ya muchos años  constituye un lugar común entre los “analistas de café” el célebre apotegma de un premio Nóbel de economía que sentenció: “Existen cuatro clases de países en el mundo: Desarrollados, subdesarrollados, Japón y la Argentina”, dando a entender que un país pródigo en recursos materiales y humanos no tiene nada y que otro, sometido a las adversidades del medio geográfico y a las trágicas vicisitudes de su historia lo tiene todo. Dicha frase a pasado a integrar la larga lista de sentencias autodenigratorias con las cuales la “intelligentzia” y sus voceros que, pontifican respecto a la “nociva” experiencia histórica de los protagonismos populares y nos estigmatizan como representantes del pensamiento arcaico o resabios de ideologías perimidas y arrasadas por los vientos de una discutible globalización. Omiten destacar que el Japón pudo convertirse en un país moderno porque fue atípico, porque se aferró a sus instituciones tradicionales, porque mantuvo en forma inquebrantable su propia personalidad nacional. El desarrollo japonés se caracterizó por un elevadísimo ritmo de acumulación, sobre todo de capital productivo. La reinversión llegó a la tercera parte del producto en el largo período de prosperidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial. El capitalismo japonés fue fundamentalmente austero, no solo en los estratos superiores, sino en toda la población Los gastos militares, que antes constituían el 7% del producto, se redujeron a niveles insignificantes a partir del gobierno del general Mc Arthur. Por otra parte, el mismo gobierno japonés impuso una reforma agraria más avanzada que la que habían deseado algunos reformadores. El desmantelamiento de las fuerzas armadas liberó a muchos técnicos, que iniciaron modestas empresas que después alcanzaron dimensiones gigantescas. El gobierno y la iniciativa privada incorporaron masivamente la tecnología de Occidente, sobre todo por el envío sistemático de gente a formarse en el exterior. Pero no renegó de sus propios valores ni abjuró de su historia y su tradición. Solo se admitieron las trasnacionales cuando el Japón pudo tenerlas y competir con ellas. Ahora bien, ¿A qué se debe la austeridad del capitalismo japonés?, ¿Algunos pueblos están predestinados a la acumulación previsora y otros al derroche por su carácter nacional o por un determinismo genético?, ¿Existe algún fatalismo histórico que lleva a algunas naciones a la prosperidad y a otras a la pobreza y a la dependencia? Indagando el pasado   En 1543, un barco comercial portugués que iba rumbo a China naufragó en alta mar y después de varias semanas de estar a la deriva encalló en la isla Tanegashima en el extremo sur de Kyushu. Los tripulantes fueron rescatados por los isleños, quienes repararon el buque portugués para que pudieran volver a su patria. Los portugueses, muy agradecidos, hicieron una demostración de “tubos negros que lanzaban fuego estruendosos y simultáneamente dan al blanco con una distancia de más de setenta metros”. El señor feudal de Tanegashima se asombró por la precisión con que alcanzaron el blanco las balas y compró dos ejemplares a cambio de una cuantiosa cantidad de plata. Fueron los primeros fusiles que se conocieron en Japón. Unos años después, los portugueses volvieron a Japón trayendo muchos fusiles tratando de venderlos bien; pero el precio que lograron no llegaba al nivel esperado. Después de varios días de frustración, los portugueses descubrieron que ya en el mercado japonés estaban en venta gran cantidad de fusiles fabricados por los japoneses. Resultó que el señor de Tanegashima (Tokitaka, 1528 – 1579) al comprar los dos fusiles, ordenó a su súbdito, Kinbei Yaita, encontrar la manera efectiva de reproducirlos. Kinbei desarmó los fusiles y con la ayuda profesional de los herreros de espadas logró dominar la metodología para fabricarlos. La técnica de manufactura de fusiles fue transmitida a Sakai (en aquella época era el centro comercial “industrial” de Japón. Se ubica al lado de Osaka). Los herreros especializados en producir las famosas espadas japonesas dominaban los secretos de cómo forjar el acero y dar tratamiento térmico más adecuado para aumentar la resistencia del metal. Tenían sus talleres alrededor de Sakai y empezaron a manufacturar los fusiles con mejores resultados que los originales en cuanto a la calidad de la puntería y resistencia al calor. Al principio, los tradicionales señores feudales no reconocieron el verdadero valor de los fusiles. Los consideraban armas cobardes e indignas de un samurai y rechazaron darles un lugar merecido en la estrategia militar. Pero la historia de Japón fue drásticamente modificada a partir de la batalla de Nagashino en 1575, cuyos protagonistas no fueron famosos caballeros con armaduras, lanzas y espadas, sino desconocidos fusileros. Este episodio, y posteriores, se encuentra en el encantador e imprescindible libro de Kanji Kikuchi: “El origen del poder. Historia de una nación llamada Japón” (Sudamericana. 1993) de obligatoria lectura para quien quiera aproximarse al espíritu nipón. Con este incidente, se inicia una lucha de cuatro siglos contra las tentativas de los “bárbaros del este”, es decir, los occidentales.   Una sociedad jerárquica   Hasta 1867 existía en Japón una estructura de poder dual. El emperador, con residencia en Kyoto, resumía la autoridad religiosa y la santificación de la jerarquía social, pues otorgaba títulos y poderes nobiliarios, pero carecía de funciones políticas reales. El verdadero poder estaba en manos de los grandes señores feudales, los daimyos, entre los cuales descolló Tokugawa, quien dio su nombre a todo este período. El emperador era un personaje sin poder real, relegado a un papel simbólico, de carácter esencialmente religioso. El verdadero jefe de gobierno era el shogun, equivalente al chambelán de palacio de los francos, que ejercía un cargo igualmente hereditario. Al servicio de los daimyos estaba la casta militar de los samurai y, en la base, los labradores (no), los artesanos (ko), los comerciantes (sho) y los desclasados (hinin, “no humanos”); todos despreciados y oprimidos al no ejercer la actividad guerrera, y sujetos a disposiciones rigurosas sobre vestimenta, prohibición de montar a caballo, etc. Los daimyos y sus guerreros profesionales, los samurai, combinaban una difusa lealtad al emperador y a las antiguas instituciones con una despiadada explotación de los campesinos, cuya situación era tan desesperante que los inducía con frecuencia al mabiki (infanticidio) con el objeto de los niños sobrevivientes pudieran seguir alimentándose. Los occidentales intentaron repetidas veces poner el pie en el Japón , aunque los shogun – en un intento desesperado de cortar todo lazo con Occidente – llegaron a prohibir la construcción de barcos oceánicos y a castigar con la pena de muerte el arribo de extranjeros. Pero todo cambió con la penetración imperialista: en 1853, cuatro barcos pintados de negro dirigidos por el Comodoro norteamericano M.C.Perry (1794-1858)  aparecieron el la bahía de Tokio (Edo de entonces) y exigieron la apertura del Japón. ¿La razón?, aunque parezca increíble: las ballenas. En aquel entonces, los puertos japoneses se necesitaban  como bases de reabastecimiento para los buques balleneros norteamericanos. Los estadounidenses, conquistando la frontera oeste, llegaron a California. La población norteamericana estaba en franca expansión y la demanda de la grasa de ballena, una suerte de petróleo de la época, como aceite para las lámparas y la materia prima para fabricar alimentos y jabones, crecía cada vez más. Al principio, los norteamericanos cazaban ballenas en el Océano Atlántico, pero al exterminarlas (los cachalotes del Atlántico), se trasladaron al Pacifico y pronto se convirtieron en los dueños del Océano Pacífico del Norte. Los buques balleneros salían de su base en California y tomaban a las islas Hawai como base de reabastecimiento. Según la estadística del año 1846, los buques balleneros norteamericanos en el Océano Pacífico sumaban 736 y la producción anual de aceite de ballena llegó a 27.000 toneladas. Estos buques balleneros persiguiendo cachalotes navegaron desde el mar de Behring hasta la costa norte del Japón. Entrando al siglo XIX, los buques balleneros norteamericanos aparecieron varias veces en la costa japonesa, pidiendo suministros de agua y comida, además de combustible. Porque la autonomía de esos balleneros que navegaban a vapor no era suficiente para un viaje que demandara más de cinco meses. Conseguir la base de reabastecimiento en Japón, o no, era de vital importancia para mejorar la productividad de estos buques factorías. Sin embargo, las autoridades locales de las pequeñas aldeas de pescadores del Japón automáticamente rechazaron a los buques balleneros y ni siquiera les permitieron desembarcar. Para ellos no hubo ningún motivo de discusión al cumplir la orden de la Carta Magna celosamente respetada durante siglos por sus antepasados. A nadie le importaba el por qué del aislamiento. No tratar con los extranjeros era simplemente una regla de juego que había que cumplir so pena de muerte, y punto. La ley de aislamiento ya formaba parte del ser japonés.[1] El Comodoro Perry volvió a la bahía de Edo en el año siguiente (1854), esta vez con siete negros buques de guerra, y llegó hasta la distancia adecuada para el alcance de sus modernos cañones que apuntaban al castillo y a la ciudad de Edo, y exigió de nuevo la apertura. El Shogunato de Tokugawa, completamente asustado, firmó el acuerdo de amistad con Norteamérica, concediendo dos puertos como base de reabastecimiento para sus barcos: Shimeda y Hakodate. De esta manera, el aislamiento en que el Japón vivía desde el comienzo del siglo XVII fue levantado a la fuerza por la escuadra de Perry. Ese año arribó al Japón el primer Cónsul General de Norteamérica, Mr. Harris (1804-78). La misión del señor Harris era lograr la firma del Tratado de Libre Comercio bilateral con el Gobierno del Japón. Inmediatamente lograron concesiones similares Inglaterra, Holanda, Francia y Rusia. Esto contribuyó a desprestigiar al Shogun, y el Emperador, apoyado por una parte de la nobleza, de los samurai que controlaban la flota y el ejército, y de algunas poderosas familias de banqueros, depuso al Shogun, destruyó el poder territorial de la nobleza feudal e impuso un régimen centralizado: un ministerio de quince miembros, fuerzas armadas unificadas, impuestos, administración y justicia nacionales. El grito que surgió en Japón, sin embargo, fue Isshin: volvamos al pasado, recobremos lo perdido. Era lo opuesto a una actitud revolucionaria. Ni siquiera era progresiva. Unida al grito de “Restauremos al Emperador”, surgió el de “Arrojemos a los bárbaros”, igualmente popular. La nación apoyaba el programa de volver a la edad dorada del aislamiento, y los pocos dirigentes que vieron cuán imposible era seguir semejante camino fueron asesinados por sus esfuerzos de renovación. Con la misma terca determinación con que se habían negado durante cuatro siglos a todo contacto con los extranjeros (salvo la curiosa excepción de los holandeses, que eran tolerados, pero confinados en una isla artificial) los japoneses se lanzaron a la aventura de vencer a los occidentales con sus propias armas. Se acusó al shogun – uno de cuyos títulos era el de “generalísimo dominador de los bárbaros” – de ser incapaz de impedir la humillación nacional, se le obligó a renunciar y se desencadenó un tsunami bautizado como “Restauración Meiji”. La Restauración Meiji   Desde 1867 ocupaba el trono imperial un muchacho de quince años, Mutsuhito, quien adoptó en 1868 para designar su reinado el nombre del año en curso, Meiji (“gobierno ilustrado”). Los eruditos del culto nacional (Shinto) habían ganado mucho apoyo para su concepción de que el Japón era un país superior, por contar con una casa imperial fundada por la Diosa del Sol. Estas enseñanzas – que constituían en realidad la doctrina nacional japonesa – fueron rescatadas por los grandes señores feudales del sudoeste del Japón, que querían debilitar la institución del Shogunato para imponer su propia autoridad. Cuando el Estado se configura como tal, a partir de la acumulación mercantil, elementos como la religión (transformación cultural del animismo, según algunos antropólogos), queda incorporado al orden estatal como regulador del consenso. Se levantó así la bandera del “retorno a lo antiguo” (fukkó) y los jóvenes samurai, violentamente antiextranjeros – que se habían vinculado extensamente entre si a través de años de entrenamiento en las academias de la espada, y que a menudo eran pobres – se plegaron al bando de los daimyos del sur, y derrocaron al último shogun, entregando el poder al emperador adolescente, en cuyo nombre se había realizado todo el movimiento. En 1868 los principales señores feudales fueron convocados al palacio imperial de Kyoto, donde se proclamó la restauración del poder imperial. Al año siguiente la capital fue trasladada a Tokio, y se inició la construcción del Japón moderno. Para 1889 se había creado una monarquía constitucional fuertemente oligárquica, con dos cámaras: la de los pares, vitalicios, designados por el emperador y elegidos por los grandes propietarios, y la de diputados, elegida por los habitantes que pagan censo (500.000 sobre 50 millones que componían la población total. El apoyo directo del régimen lo constituía la casta militar. Tales cambios no modificaron la situación del jornalero agrícola, ferozmente explotado, y fueron acompañados por el empobrecimiento brutal de los pequeños campesinos propietarios, que debieron vender e hipotecar sus tierras. Tampoco se evitaron totalmente las tensiones entre la casta militar y la nueva burguesía. Pero la estructura samurai, actuando sobre el capitalismo existente y el poder fuertemente centralizado, dio origen a un desarrollo aceleradísimo, que se benefició del éxodo de los campesinos arruinados y de los obreros agrícolas, empujados por la miseria hacia las ciudades, donde formaron un enorme ejército de mano de obra barata. La centralización del poder permitió que, en lugar del tradicional laissez-faire de los capitalismos occidentales, se instituyera un fuerte capitalismo de Estado, que mediante la asociación con la nueva oligarquía, dio origen a una rápida trustificación, tanto en la banca como en la industria. El Estado creó y modernizó la industria del hierro, del acero y las empresas textiles, cediéndolas luego a los particulares. Se crearon instituciones bancarias a imitación de las de Estados Unidos, y los comerciantes japoneses, apoyados por el Estado, desplazaron a los extranjeros. El período llamado Meiji significó así la estructuración en pocos años de una sociedad capitalista centralizada, monopólica, militarista, que producía a muy bajos costos debido a lo económico de la mano de obra. Estaban dadas todas las condiciones para que Japón se lanzara a la expansión imperialista y territorial, en conflicto con las otras potencias, y en primer término con Rusia, con la que debía dirimir la hegemonía sobre la costa asiática del Pacífico.[2]   Pilares de la transformación   Los líderes revolucionario-tradicionalistas estaban convencidos que la fuerza de los países occidentales provenía de tres factores: 1)      el constitucionalismo, que originaba la unidad nacional. 2)      La industrialización, que proporcionaba fuerza material 3)      Un ejército bien preparado. La nueva consigna fue: “país rico, armas fuertes” (fukoku-kyohei). Basados en estas premisas pusieron en marcha drásticas reformas que significaron en poco tiempo la liquidación de toda la estructura de la sociedad feudal. En primer término se obligó a los grandes daimyos a revertir sus propiedades al trono, que era considerado titular de toda la tierra japonesa. Los señores feudales, en un primera etapa, fueron nombrados gobernadores de sus antiguos feudos. Pero eso duró poco. En 1871 los gobernadores-daimyos fueron convocados a Tokio, se les entregó un título de nobleza, a la usanza occidental, y se les quitaron sus cargos, al mismo tiempo que se declaraba abolido oficialmente el feudalismo. Los 300 feudos fueron convertidos en 72 prefecturas y tres distritos metropolitanos. No menos decidida fue la campaña contra la estratificación social que había predominado durante la época feudal. Era fácil otorgar títulos y generosas pensiones a los grandes señores feudales, pero resultaba mucho más difícil reubicar a más de dos millones de samurai y demás dependientes, sin dinero y sin tierras. A éstos se les concedió una pensión igual a una parte de su antiguo estipendio, y cuando la erogación resultó una carga demasiado pesada para el erario, se los sustituyó por bonos del tesoro, inconvertibles y de bajo interés. Se les prohibió también portar espada y seguir exhibiendo su característica coleta. Pronto las pensiones y bonos se esfumaron, pues la inflación devoró gran parte de su valor. Por otra parte, los samurai carecían de capacidad para adaptarse a las nuevas condiciones imperantes. En 1873, el mazazo final: se instituyó la conscripción obligatoria, con lo cual los samurai perdieron su tradicional monopolio del servicio militar. Hubo motines, por supuesto, pero fueron sofocados. El más célebre fue el de Saigo.   Caballos desbocados Después de la Restauración Meiji, los samurai que pelearon para derrocar el régimen feudal, advirtieron que habían sido utilizados y que su premio había sido la desocupación y la pérdida de todos sus privilegios. Al hecho de no poder portar katana ni la indumentaria que los había caracterizado durante siglos se sumaba la obligación de tener que trasladarse a Tokio (ex Edo) con el consiguiente abandono de sus castillos tradicionales y la separación de sus súbditos. Era el precio a pagar por la modernización a la que consideraban una traición a los valores tradicionales y nacionales y una imitación servil de todo lo extranjero. Takamori Saigo, quien fuera Comandante Supremo de las Fuerzas Unidas Reales que derrotaron al Shogunato, surgió por propia gravitación como líder de los descontentos. Por esa época, al igual que la actual, Rusia porfiaba en lograr puertos cálidos en el sur, que no se congelaran en el invierno (Tal fue una de las principales causas, sino la principal, de la invasión a Afganistán), en algún lugar en la Bahía del Mar Amarillo o en la costa coreana. Por ello el Imperio Ruso se interesaba tanto en Manchuria o en la Península Coreana a las que Japón consideraba vitales para su defensa. Saigo intentó resolver militarmente los dos frentes aprovechando la energía latente de los samurai ora desempleados y planeó la invasión de Corea. El rechazo a sus planes detonó la rebelión de Satsuma de 1877. Fue la última de las grandes protestas armadas contra las reformas del nuevo gobierno Meiji, y sobre todo contra aquellas que representaban una amenaza para la clase samurai al acabar con sus privilegios sociales, reducir sus ingresos y obstaculizar su tradicional estilo de vida. Son muchos los samurai de Satsuma que en 1873 abandonaron el gobierno junto a Saigo, resentidos por el rechazo a la propuesta de éste de invadir Corea y por el proceso de reforma, que parecía hacer caso omiso a sus intereses. La rebelión surgirá por fin en enero de 1877, acabando con el suicidio de Saigo. Cuenta la tradición que se quitó la vida cometiendo el tradicional seppuku (harakiri) junto con trescientos de sus últimos seguidores. Junto con Saigo, murieron los samurai como fuerza política vigente. Pero la imagen que dejaron, idealizada y embellecida, renació inmediatamente después de la muerte como símbolo de la ética del pueblo. El espíritu honorable de los samurai y sus almas nobles empezaron a buscar un lugar en el corazón de los ciudadanos comunes de Japón. Hoy se venera su memoria junto a las leyendas de los Marinos de Tsushima, el general Kuribayashi de Iwo Jima o los más de 300 pilotos Kamikaze de la Segunda Guerra Mundial. Con ligeras variantes, este episodio fue narrado en las novelas de Yukio Mishima, las películas de Kurosawa o en la versión hollywoodense de “El último samurai”.   Como generar capital sin endeudarse   La abolición de los señores feudales y la expropiación de sus feudos hizo posible desechar el viejo sistema de tenencia de la tierra e instituir un sistema impositivo regular y confiable. Los líderes del Japón moderno estaban convencidos de que sólo podían y debían depender de sus propios recursos. Para obtenerlos no vacilaron en decretar un impuesto en dinero del 3% sobre los valores inmobiliarios, para lo cual se realizó previamente, en 1873, un censo agrario, determinando sus tasaciones sobre la base de los rendimientos medios en los años anteriores. Este censo permitió también otorgar títulos de propiedad a los campesinos, a quienes se liberó de todas las tabas feudales, dándoles entera libertad para escoger sus propias siembras. Todas estas medidas requirieron cierto tiempo, y como implicaban cambios fundamentales, hubo momentos de gran confusión y frecuentes desajustes, que provocaron levantamientos y manifestaciones de campesinos. Sin embargo, la entrega en propiedad a los campesinos, junto con las enérgicas medidas adoptadas por el nuevo régimen para promover los adelantos tecnológicos y adoptar nuevos fertilizantes y semillas seleccionadas, produjeron finalmente un enorme incremento en la producción agraria. Sobre esas bases se construyó el Japón moderno, que en tres décadas pasó de sus inofensivos barcos de guerra de madera a una poderosa flota, con la cual el almirante Togo hundió en el estrecho de Tsushima (1905) a toda la flota rusa del Báltico, que acudía a Extremo Oriente para tratar de levantar el bloqueo japonés. El impuesto a la tierra y la emisión de papel moneda avalado por los valores inmobiliarios se convirtieron durante varias décadas en la principal fuente de recursos del Estado japonés. En toda su historia, el Japón sólo ha hecho uso de un préstamo inglés de un millón y medio de libras esterlinas. Así, en el plazo de una generación y contando solamente con sus propias fuerzas, el Japón se convirtió en una gran potencia. Téngase en cuenta para valorar lo realizado, la extrema pobreza del territorio japonés, que obliga a depender tanto del mar como de la tierra para alimentarse. La alternativa consistía en convertirse en una colonia europea o norteamericana, a lo cual Japón parecía predestinado por su carencia de recursos materiales y su falta de tradición tecnológica. Eligió otro camino. Japón probó que un pueblo asiático era capaz de desarrollar los adelantos técnico-industriales ostentados por los occidentales, y luego enfrentar militarmente a estos, aún derrotándolos, como sucedió con Rusia. El Japón, como ejemplo que demostraba la mentira occidental de una superioridad basada en la raza o en recónditas cualidades espirituales, contó con las simpatía del naciente movimiento nacionalista, tanto chino como indio, indonesio, vietnamita, birmano, malayo o filipino.   ¿Imitación o creatividad endógena?   La autogestión y la imitación ¿Son en realidad dos polos opuestos? Un país que desee acelerar su industrialización debe ser capaz de reconciliar ambos aspectos, como lo demuestra la experiencia japonesa. En 1875 el gobierno Meiji inició la primera fábrica moderna de manufactura de hierro, en Kamaishi, bajo la supervisión de un ingeniero británico. Durante veinte años habían operado allí pequeños hornos, construidos también conforme a un diseño extranjero, pero sin ingenieros extranjeros. Los hornos habían tenido dificultades financieras, pero técnicamente habían tenido éxito. Con todo, el gobierno ignoró esta tecnología tradicional...

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La Legion de San Miguel Arcangel de Rumania. Partido Fascista u Orden Monastico – militar? Origen y desarrollo. Su influencia en Argentina

Introducción En Europa, al finalizar la I Guerra Mundial en 1918, se replanteó el escenario político continental donde surgieron nuevos regímenes, se repensaron ideologías, aparecieron nuevos movimientos políticos y se replantearon teorías de Estado. En la posguerra de la lucha civil europea la Revolución Rusa de 1917 impulsó la esperanza a los sectores izquierdistas y potenció el temor a las elites gobernantes.

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Entrevista a Josip Broz, Tito*

Revista SIETE DÍAS, diciembre de 1968. YUGOSLAVIA: TITO, O COMO SOBREVIVIR A LOS RUSOS Josip Broz, Tito, y su mujer Jovanka en la residencia que habitan en las afueras de Belgrado, capital de Yugoslavia. El mariscal soportó la primer amenaza rusa en 1948, cuando Stalin censuró su original socialismo. ¿Romperá con la URSS? Dentro del bloque comunista, el presidente de Yugoslavia es un rebelde ideológico. Luego de criticar la invasión rusa a Checoslovaquia, el ex guerrillero debería enfrentar una posible intervención a su país. “El camarada Tito se puso su uniforme de guerrillero”, es el comentario que hoy recorre las calles de Belgrado, capital de Yugoslavia; una frase simbólica, pues Josip Broz, alias Tito, mariscal y presidente, sigue usando ropa civil y sólo para grandes ocasiones se engalana con rimbombantes prendas guerreras. Lo que esa frase señala es que, como ocurrió en 1943 frente a la invasión nazi, la nación entera está dispuesta a luchar junto a Tito por su independencia. El posible invasor ya no es fascista, ni siquiera capitalista: es el “hermano grande” socialista, nada menos que la Unión Soviética. Con la invasión de la URSS y de sus aliados del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia, la etapa de distensión con Yugoslavia, inaugurada por Nikita Kruschev en 1955, ha concluido bruscamente: Tito, el gran herético, es otra vez amenazado por Moscú. La primera amenaza partió de José Stalin, en 1948. Tito, quien con sus campesinos armados había tenido en jaque durante cuatro años a sesenta divisiones alemanas, no sólo era el presidente y el héroe nacional de Yugoslavia, sino el inventor de un socialismo original que pretendía salvaguardar su independencia frente a Moscú. En 1939, el embajador ruso Alejandro Maiski decía en Londres a lord Halifax, con respecto a Europa oriental y central: “La URSS también tiene su doctrina Monroe”. Ahora Moscú parece dispuesta a defender esa doctrina y a hacer respetar, si es preciso con sangre, la bipartición del mundo que surgió de Yalta. La invasión de Checoslovaquia es la primera etapa de esta reactualización de la doctrina Monroe, versión soviética. Los jerarcas soviéticos parecen recordar al amigo de Stalin, el viejo Molotov, quien en 1955 decía a Nikita Kruschev: “Si toleramos el cisma de Yugoslavia, su ejemplo será un reguero de pólvora que pondrá en peligro nuestro bloque europeo”. Kruschev no le hizo caso; se sentía fuerte como para ser tolerante con el hereje yugoslavo. La troika que actualmente dirige la URSS ya no se siente fuerte, ni fuera de sus fronteras, donde pululan los desafíos, ni dentro de su propio territorio, que ya no es más ese gigantesco monolito sobre el que se asentaba Stalin. Por eso su prensa se desencadena en un ataque sin precedentes contra el camarada Tito y todo el sistema socialista yugoslavo. La pequeña nación responde: las milicias obreras se entrenan todos los días, organizaciones de guerrillas están preparadas en cada rincón del territorio, y periodistas extranjeros, como Serge Mallet, de Le Nouvel Observateur, pueden ver grupos de campesinos limpiando sus ametralladoras y sus fusiles de 1944. Así se dan los vuelcos más extraordinarios: Albania, que hasta hace poquísimas semanas imitaba a China en sus constantes denuestos contra el gran revisionista Tito, ahora publica los discursos con que éste hace saber a la URSS su voluntad de no aceptar ninguna intromisión, y suspende toda crítica contra el ex réprobo. Ocurre que Yugoslavia es el paragolpes geográfico que se interpones entre la URSS y la pequeña Albania. Igualmente. China depara enormes sorpresas: no sólo defiende a Checoslovaquia, cuya liberalización choca con la esencia misma del maoísmo, sino que acumula tropas en la frontera con la URSS, “en previsión de que la camarilla revisionista de Moscú ataque a Rumania”. La mayor sorpresa la depara la NATO (según irreverentes observadores del periódico italiano L’Expresso, los Estados Unidos…), que anuncia amenazadoramente a la URSS que “su esfera de interés en Europa se extiende a Austria, Yugoslavia y Albania”. Que los Estados Unidos “defiendan al pequeño satélite de China es el mundo al revés”, dice L’Expresso. Mientras se tejen y destejen premiosas conjeturas, Yugoslavia confía en su mariscal de 77 años, quien reta de igual a igual a la URSS, mientras mantiene cordialidad, pero también distancia, con los EE.UU., al que no deja de acusar cuando lo juzga necesario. La advertencia de la NATO y una previa intervención de los EE.UU. a favor de Rumania pueden moderar los ardores de Moscú, empeñada, según la revista británica The Economist, en “crear un Commonwealth soviético en base a la teoría de la soberanía limitada de las otras naciones-socias”. Entre tanto, Tito (quien recibió hace una semana a Raymond Tournoux, del semanario francés Paris Match, en una entrevista que Siete Días reproduce con carácter de exclusividad) da pruebas de su perdurable habilidad política. Si Moscú no invade a Yugoslavia, la cohesión nacional habrá ganado un valioso impulso que permitirá sobrellevar dificultades económicas; si la invasión se produce, Tito vestirá nuevamente su viejo uniforme de guerrillero y trepará otra vez a la montaña para defender la soberanía de Yugoslavia. El drama de Checoslovaquia fue un impacto en el corazón de Yugoslavia. Ustedes permanecen alertas y con las armas al alcance de las manos. Sin embargo, ya no parecen temer más que la URSS los invada. No, no tememos una invasión de la URSS y no la temimos jamás, aún durante la crisis de Checoslovaquia. Pero, forzosamente, tomamos todas las medidas de precaución. Nuestra confianza fue mellada por los sucesos. La crisis de Checoslovaquia es la que ustedes vivieron hace 20 años. Sin embargo, la URSS no invadió entonces a Yugoslavia. No, a pesar de que en 1948 Yugoslavia estaba completamente aislada. Todo el movimiento comunista internacional nos agredía. En 1968, la posición de Checoslovaquia era muy diferente: gozaba de simpatía en casi todo el mundo, y los partidos comunistas occidentales la apoyaban. Nosotros estábamos “excomulgados” y en nuestras fronteras oíamos resonar la amenaza de las armas. Pero estábamos decididos a luchar y preparamos todo para defender nuestra independencia y nuestra vía propia hacia el socialismo. Stalin se dio cuenta a tiempo de las consecuencias de un acto irreflexivo de agresión: cuando un pueblo está decidido a pelear, es muy difícil vencerlo. Stalin era un hombre inteligente y yo siempre lo consideré como un realista. Ahora bien: en calidad de hombre de Estado se mostraba muy brutal frente a las aspiraciones del pueblo. El stalinismo hizo mucho daño. En Occidente hay importantes personalidades que lamentan que Checoslovaquia no hay luchado contra los invasores. ¿Qué piensa usted? No hubiera sido más que un inútil derramamiento de sangre. La reacción de los países occidentales, y en especial de los Estados Unidos, fue blanda. ¡Notablemente blanda! La situación de Checoslovaquia era muy particular y se obró sensatamente. Claro que en Yugoslavia, aunque lo quisiéramos, no podríamos obligar al pueblo a quedarse con los brazos cruzados. ¿Fueron razones ideológicas o móviles estratégicos los que llevaron a la URSS a la intervención militar? Los dos. Se suele sostener esta tesis: la URSS aplicó los frenos en Praga porque prevé un enfrentamiento con China dentro de unos diez años y quiere fortificar su bloque en el Oeste. Mi opinión es completamente distinta. La intervención de la URSS fue negativa para todos y creó problemas en vez de resolverlos. Los métodos soviéticos hicieron que el pueblo checoslovaco se llenara de desconfianza y amargura. Así no se consolidó nada. Fue un error imponer la voluntad de los dirigentes de un estado a otro estado independiente. En síntesis, usted no cree que la perspectiva de un conflicto con China explique la actitud soviética. Sin embargo, China se muestra dispuesta a socorrer a Albania y hasta a Rumania contra la URSS. Pekín interviene cada vez más en los asuntos europeos. Es cierto. Pero China está lejos y es muy difícil que los chinos lleguen hasta aquí. En cuanto a la acción de la URSS en Checoslovaquia, contribuye a perjudicar las relaciones -ya muy deterioradas- entre soviéticos y chinos. Y en lo referente a Albania (si bien China la ayuda, sobre todo con armamentos), se encuentra adosada a nuestro país; contar con una Yugoslavia independiente y decidida a defender su independencia le resultaría un sostén mucho más importante. ¿Existe para usted un “peligro alemán”? ¿La voluntad de revancha germana es una realidad o un mito? Habría un verdadero peligro si el revanchismo de Alemania Federal, que está apenas en su etapa inicial, continuara desarrollándose, lo que no es el caso por el momento. Muchas declaraciones soviéticas se toman como prueba de una confrontación entre la URSS (o mejor dicho, el Pacto de Varsovia) y el Pacto del Atlántico, es decir la NATO. Si el Pacto del Atlántico y el revanchismo alemán llegaran a coincidir en criterios y objetivos, sería algo muy distinto y sumamente grave, que justificaría la actitud actual de la URSS. Dejando de lado el peligro militar, la penetración económica de la Republica Federal Alemana en Europa central y oriental, ¿no puede constituir una amenaza en zonas estratégicas de la URSS? No lo creo. Sin duda, la aspiración de Checoslovaquia de tener más contactos comerciales con Alemania oeste y los demás países de Occidente disgustó a la URSS. Fue un error. El ejemplo yugoslavo lo prueba: desde hace veinte años tenemos relaciones económicas muy intensas con Occidente y seguimos siendo un país socialista. Al mismo tiempo, hemos insistido en la necesidad de desarrollar cada vez más ampliadamente nuestras relaciones con la URSS y los demás países socialistas. Precisamente, puede haber movilizado a la URSS el ejemplo de ustedes. Se habrán dicho: “Después de Yugoslavia, Checoslovaquia rompe el sistema y debilita la defensa”. El régimen socialista de Yugoslavia, basado en la autogestión, suscita críticas. Pero nosotros no pedimos recetas a nadie y tampoco se las damos a los demás. Lo cierto es que hay una tendencia general a la democratización del desarrollo socialista. Según mi análisis, el móvil principal de la invasión de la URSS a Checoslovaquia fue impedir que se desarrollara allí un socialismo democrático. ¿Entonces usted no cree en la “contrarrevolución” denunciada por los soviéticos? Oh, por cierto, existían en Checoslovaquia elementos reaccionarios y contrarrevolucionarios. Yo mismo dije a Dubcek y a los camaradas de la dirección Checoslovaca que debían tomar una actitud más enérgica y decidida contra esos elementos, por otra parte irresponsables. De todos modos, la razón de intervenir en Checoslovaquia fue, esencialmente, impedir el proceso de democratización socialista; por lo demás, los checoslovacos podían defenderse muy bien, pues contaban con un partido comunista y una clase obrera fuertes y ejército bien preparado. Entonces, ¿la Unión Soviética no estaba obligada a la intervención y podía haber encontrado otras vías para solucionar diferencias con Checoslovaquia? Los dirigentes soviéticos proclaman su voluntad de lograr un arreglo pacífico de todos los problemas en las relaciones internacionales. ¡Razón de más para aplicar esos principios pacíficos a la solución de los problemas que se plantean dentro del propio campo socialista! Yugoslavia aspira, como Checoslovaquia en su breve primavera, a dar rostro humano al socialismo; por otra parte, personifica un comunismo nacional. ¡No estoy de acuerdo con esa fórmula de comunismo nacional! Somos y seremos ante todo internacionalistas. Es cierto que aspiramos a que el socialismo coloque en primer plano al hombre y que el desarrollo social adquiera al máximo un carácter humano. Pero no es un fenómeno típicamente nacional el que, como nosotros, los checos y los eslovacos hayan querido suprimir los métodos dogmáticos, rechazar la arbitrariedad, dar al socialismo un contenido humano. Al contrario, ésas son las aspiraciones generales de las fuerzas progresistas en el mundo entero. Por supuesto, las nacionalidades deben poder expresarse plenamente en este cuadro de un socialismo humano. El que no respeta a su propio pueblo no puede respetar a los otros pueblos. Pero defender los derechos de las nacionalidades implica asumir obligaciones internacionales. ¿El marxismo-leninismo es compatible con un socialismo humano? Toda la ideología marxista-leninista está penetrada de humanismo, esencial en ella. Entonces, ¿la situación actual no permitiría hablar de un fracaso de esa ideología? Lo más importante no es dictaminar si todos los regímenes que se titulan socialistas lo son ya, y auténticamente. El hecho básico es que la idea del socialismo predomina hoy en el mundo; y la evolución general marcha hacia una sociedad conducida por esa ideología, donde se garanticen la liberación y la dignidad del trabajo, el pleno desarrollo de la personalidad humana. Parece usted subestimar los logros de la democracia en países donde se afincó hace tiempo, como Francia, Gran Bretaña, los Estados Unidos. Si los pueblos que habitan esos países están conformes, yo no tengo ningún reparo contra la democracia de tipo occidental. Sin embargo, aun en el sentido clásico de la democracia, ¿son democráticos los Estados Unidos? A mi juicio, no. La democracia no puede existir cuando perdura la discriminación racial. Pareciera que, en nuestra época, la lucha de las razas reemplaza la lucha de las clases. Al contrario. Son las diferencias raciales las que se transforman en luchas de clases. ¿Teme usted, como el general De Gaulle, que estalle un conflicto mundial, o, más bien, que se vuelva a la guerra fría? ¿Cómo no temer un conflicto mundial? La guerra fría lleva a la guerra caliente. La flota soviética crece no lejos de las costas yugoslavas, en el Mediterráneo, mientras se refuerza la VI Flota de los Estados Unidos. ¿Qué opina usted? Como ya hacía tiempo que los barcos estadounidenses estaban en el Mediterráneo, en un primer momento la llegada de los navíos rusos parecía equilibrar la situación de los países árabes frente a Israel. Pero ahora estoy convencido de que sería mejor si en el Mediterráneo no estuvieran ni la flota soviética ni la estadounidense. En Yugoslavia se habla mucho de libertad, pero no hay pluripartidismo. Desde el comienzo no se planteó la cuestión de crear un sistema pluripartidista. ¿Por qué? Simplemente porque casi todos los dirigentes de los partidos burgueses se habían comprometido colaborando con el ocupante, o habían huido al extranjero. Las masas se plegaron a nuestro movimiento de liberación y adoptaron integralmente nuestro programa. El sistema económico yugoslavo, ¿en qué consiste? Se afirma que les acarreó serias dificultades… Tenemos un sistema de autogestión: las colectividades de trabajo asumen ellas mismas la gestión de la empresa. Este sistema ya está tan enraizado en la mentalidad y en la práctica de nuestros compatriotas que nada puede reemplazarlo. En estos últimos tres años logramos vencer las peores dificultades. Ya sabíamos que nada iba a ser fácil, pero igual logramos buenos resultados. Aseguramos la estabilidad del dinar (moneda yugoslava); logramos mantener los precios en el mercado interno; restablecimos en una medida bastante satisfactoria el equilibrio de nuestra balanza de pagos; las exportaciones aumentaron, y la modernización y automación fueron introducidas ya en un 55 por ciento de nuestras empresas. ¿Qué puede poseer un yugoslavo? Podría comprarse una casa, un departamento en la ciudad o una residencia de verano, por ejemplo. Los campesinos tienen casa propia, y también cierto número de habitantes urbanos. No toda la propiedad privada está prohibida en Yugoslavia. ¿Puede ser dueño de la tierra? Si él mismo la hace producir, puede llegar a tener diez hectáreas de tierra arable. Puede también convertirse en propietario de un taller artesanal, o bien de un restaurante, siempre que no tenga más de cinco empleados. ¿Es cierto que el stalinismo perdura en la URSS? ¿Podría surgir allí un nuevo Stalin? El pasado nunca vuelve. Es cierto que quedan restos de stalinismo en la URSS, pero la sombría época staliniana ya fue superada. ¿Es verdad, señor presidente, que en 1953, poco antes de morir, Stalin había dado orden de hacerlo matar? Carezco de datos concretos al respecto. Una última pregunta: ¿prefiere que lo llamen señor presidente, mariscal, camarada Tito, o bien por su verdadero nombre, Josip Broz? Camarada Tito. Pero dejo que mi interlocutor elija el nombre que más le guste. *Fuente: www.elhistoriador.com.ar

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