LA FURIA DE LOS QUE SE LEVANTAN TEMPRANO
Los usuarios, hombres y mujeres, no son alborotadores ni vándalos, sino simples trabajadores humildes que deben salir de sus precarias viviendas hasta más de tres horas antes de llegar a sus lugares de empleos en la Capital Federal. Muchos llevan en un bolso botas de goma para transitar por calles oscuras, inseguras y barrosas para alcanzar un colectivo de horarios irregulares que los arrime a la estación de ferrocarril. Si llega el tren, viajan hasta más de una hora peor que el ganado, colgados algunos de los pasamanos exteriores. Al llegar a Constitución corren a encontrar lugar en la cola para tomar ómnibus que los dejen cerca del trabajo. Comen lo que pueden en minutos de descanso al mediodía y, al salir del empleo (no siempre fácil de soportar sin fatiga y el mal pago), deben emprender la odisea de volver al hogar. Pero he aquí que las demoras se repiten y, como ocurrió el jueves pasado, se encuentran con una huelga no prevista y sin medios para retornar a sus casas. El cansancio y la burla que deben padecer tiene sus límites, cuando no pueden regresar en taxis ni poseen dinero para pagar hasta 40 pesos por el largo viaje en taxi. ¿Y la pérdida del bono por presentismo?
En el hall de la estación un hombre mayor ruega le prestemos una moneda de 25 centavos para llamar al teléfono de un vecino y pedirle a éste avise a su mujer que llegará retardado. La paciencia y la indignación tienen sus limites y nadie posee derecho a calificarlos de vándalos, inadaptados o provocadores. Tampoco hubieron los llamados "violentos revoltosos de siempre" o los infiltrados. Los que pasaron a la acción no tenían cubiertas sus caras y expresaban a gritos indignados la repetición de sus problemas. Por supuesto, menudearon acusaciones oficiales al grupo de jóvenes nacionalistas de Quebracho, que no estuvieron en el lugar. Fueron simples y bien enojados trabajadores los que expresaron su protesta. ¿Tienen otra vía cuando sus reclamos reiterados no obtienen desde hace años la menor respuesta.
La situación caótica de Constitución se agravó con otra irregularidad frecuente: un corte de luz afectando a millones de habitantes con el pretexto de la "explosión de un transformador de Transener". Otro problema para la población de barrios que no disponen de generadores para calefacción en una noche que registraba baja temperatura. También se vieron afectados los pequeños comerciantes que precisan frío para sus mercaderías perecederas.
Con otros paros de trenes programados para esta semana, la situación se agravará indudablemente y la bronca aumentará.
¿A quién culpar? El público señala la ineficacia de los "empresarios pillos" que no hacen las inversiones comprometidas cuando la demanda siempre en aumento justificaría mayores beneficios. Como siempre, recurrirán a pedir más subsidios o suba de tarifas.
El estado tiene suficientes razones para retirar las concesiones y también reemplaza a los responsables burócrata incapaces.
Lo cierto es que lo de Constitución no se trata de un hecho aislado, pues las protestas justificadas por malos servicios de transportes de todo tipo y en todo el país, como los aeronáuticos, ha llegado al colmo de crear paralelamente una psicosis de temor a utilizarlos por el misterio de los fantasmales radares, que alcanzan a desprestigiarnos internacionalmente.
Los reiterados gravísimos accidentes en los transportes terrestres con pocas garantías mecánicas o de conducción de personal no habilitado para esas actividades o recargados de trabajo, también exigen mayor intervención oficial
¿Para qué están los órganos de control? Tales situaciones irregulares hace pensar a muchos no solo en incapacidad sino también, en corrupción. Los sufrientes usuarios exigen con razón rigurosas medidas gubernamentales y recibir explicaciones. Ya están pensando los delegados gremiales en la posibilidad de que exista un programa profesional de sabotajes de multinacionales para quedarse con concesiones a bajo precio y mayores condiciones de beneficios.