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El totalitarismo cultural del neoliberalismo: Codicia por vida.

Series como El marginal, Monzón, el Tigre Verón y El Apache, tienen un común denominador: Presentar los tópicos de la violencia como factor inherente solo a una clase social, la de los pobres. Lejos de problematizar los hechos la cuestión narrativa se estanca en una síntesis precaria que lumpeniza y, a través de esta caracterización, estigmatiza a los pobres como sujetos incivilizados de naturaleza agresiva.

En una sociedad esquizofrénica, donde cada consumidor se forja su propio destino, asentado en el reaseguro económico cultural del sacrificio individual, se diluye el sentido social de la persona humana en la medida que se la reduce a mera máquina deseante. Cada expresión narrativa, fijada con vehemencia en los enunciados de la ficción, estructura nociones cognitivas que en términos políticos de la comunicación se transforman en enlaces del sentido común.

Se exacerban las fronteras por donde constantemente se mueven los pobres sin que dicha expresión muestre un solo dejo de empatía. Al ser contado por otro, en apariencia neutral, el pobre es sintetizado en lo lumpen y a su vez en la comodidad de la marginalidad. Es cierto que tal vez no sea propósito de la ficción dilucidar las tensiones sociales que marcan la territorialidad del fondo del entramado social, pero si las versiones aludidas pretenden ser la voz cultural de las  denuncias morales contra  realismo capitalista,  pierden la brújula de veracidad social.

 

¿Todo puede ser permitido en los marcos de la ficción? ¿Es neutral el mensaje que se emite desde la pantalla cuándo persiste una exacerbación del estereotipo? ¿No constituye el hecho “artístico”, de hecho, una noción estructurante de la gestación pedagógica del sentido común? Y en tal perspectiva ¿puede ser usada una ficción como soporte arterial por dónde circula el flujo constitutivo del biopoder?

No es la grieta lo que recrudeció en Argentina con la afluencia de la restauración neoliberal, es el viejo apotegma oligárquico de civilización o barbarie. Inscrita en el presente la presunción ideológica liberal remata su apreciación sobre los estamentos populares con otra versión de la vieja sentencia como República o Autoritarismo, con el agravante que en esos flancos subyace la idea madre de que el peronismo es por naturaleza violento, autoritario y antidemocrático.

Esta síntesis parte de presupuestos propagados por las vías conductistas de la economía de mercado. Lo colectivo es subrayado como un muro de retroceso que agravia a las libertades individuales que no son más que las libertades del mercado. Una vez que se instala esta matriz de pensamiento se rompe la idea motriz del desarrollo comunitario, que es la solidaridad de clase.

Las clases populares entendieron que pueden  desarrollar sus propios anticuerpos para gestar un proceso de quiebre ante la intrusión social de la cultura dominante. De tal forma, que lograron contraponer al concepto de individualismo material, la idea motora que el Papa Francisco llama cultura del encuentro. Allí se afianzan los lazos sociales que rompen con  la interferencia sociocultural del mercantilismo como razón ideológica del economicismo neoliberal de las relaciones sociales.

El otro no es designado como un igual individual con el cual no puedo forjar un vínculo solidario, sino que es resignificado como persona humana, con su propia identidad social, lo cual posibilita dicho encuentro cultural fuera de cualquier trampa posible de homogeneidad ideológica.

Las series aludidas pretenden homogeneizar un colectivo social que sus autores no llegan comprender en su profunda dimensión. Sobre todo, porque entran a un universo social desconocido por la puerta equivocada. El sexo, droga y cumbia se desmaterializa en el territorio en la medida que la realidad no es para nada romántica y si culturalmente lúcida.

Los pobres, los descamisados, los humildes saben que no hay transformación posible desde la individualidad. Por ello en su núcleo socio-cultual se afianza en  la familia, en los compañeros del barrio y del trabajo. Sostener generalizaciones vagas, nociones que remiten al capital ideológico del observador externo y del narrador foráneo, incrementan el caudal constitutivo de la colonización cultural neoliberal.

Estas series suelen caer en los clichés fetiches del cine industrial. No salen del corcet ideológico, su propuesta más extrema es fomentar el asistencialismo sociológico desde la mera denuncia. Los lugares comunes se acentúan para destacar la marginalidad como ceno único de la clase popular. El out sider como cáncer social que no debe producir metástasis cultural para que otros individuos no sean contagiados. Un mensaje sectario, expulsivo y fragmentado.

Por eso no resulta tan curioso que la vicepresidenta, Gabriela Michetti, sostenga a boca de jarro, que ellos, los representantes de la civilización no comprendan, con sus estudios, con su posición social, con sus estatus de clase acomodada, a los pobres. De tal manera que, prendida de la teta flaca de la nueva campaña, exija que se acompañe a la “chusma” hasta octubre,para luego someterla o descartarla.

En ese lapso temporal “ellos”, los ilustrados ideológicos, guiarán a las ovejas descarriadas al sendero de la luz. Que no es otra cosa que el sometimiento a las leyes del mercado. En definitiva, lo que quieren es redimir al pobre, al que consideran un recurso humano, a través del voto. El voto que a “ellos” les da legitimidad pública para profundizar el latrocinio social.

En el contexto de la “fábrica del emprendedor” la batalla cultual es una guerra altamente significativa. Porque lo que se pretende expandir es un reducto creativo donde el neoliberalismo impone su imperativo categórico: Sacrifico y esfuerzo individual. Sumisión al dios mercado y desplazamiento de la centralidad de la persona humana. Durante la campaña actual se habla demasiado de futuro, pero ¿quién controla el presente?

La imposición del Yo deseante, del consumidor patológico, de la mercantilización del trabajo, de la exaltación narcisista del individualismo, son caras de un mismo fenómeno que no se transmite solo por medio de series. Existe toda una matriz de producción cultural que tiene acerbo materialista en diversos procesos históricos y que hoy se revitaliza al conducir al conducir al país a un estado pre-preronista.

Estas son instrumentos de la colonización cultural, pero no son las únicas. No obstante, el fenómeno distinguible en la era del capitalismo pos-industrial tiene una raíz cultural histórica mucho más profunda: La dictadura del dinero, el autoritarismo del mercado. El neoliberalismo es un totalitarismo, tal como sostuvo el desaparecido periodista de Charly Hebdo, Bernad Maris.

Para derrotar al neoliberalismo no solo se necesita ganar las elecciones.  Los sectores populares saben que  la batalla también es cultural. Los pobres, los trabajadores, los descartados, los humildes, tienen que comenzar a contarse a sí mismos desde su propia cosmovisión. Por ello es imprescindible apropiarse del poder y consolidar una fuerza social que pueda romper con los paradigmas socioculturales vigentes.

El 19 de agosto de 1948 se aprobó la ley que dio lugar a la creación a la Universidad Obrera Nacional, entonces el presidente Perón concluyó: “No queremos universidades para formar charlatanes y generalizadores. No queremos escuelas para formar hombres que les digan a los demás cómo hay que hacer las cosas sino hombres que sepan hacer por sí las cosas y para esto hay que tener manos de trabajador y vivir con olor a aceite de las máquinas”. El  significante “Pastores que Huelan a Ovejas” de Francisco se puede leer con facilidad en dicha sentencia.

La gestación de un paradigma contracultural no puede prescindir de estos visones confluyentes. La cultura del encuentro implica necesariamente celebrar a la comunidad organizada para no dejar que nos roben la dignidad y romper con las caracterizaciones hedonistas del neoliberalismo que nos impone, desde su totalitarismo cultural, truncar codicia por vida.

 

 

*Director periodístico de AGN Presna Sindical

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