Gestión Pública Ambiental: de la “Zoncera” del desarrollo sustentable hacia una doctrina nacional para la preservación de nuestros recursos naturales.*
Artículo 40 - ... “Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedad imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto que se convendrá con las provincias…”
(Del artículo 40 de la Constitución de 1949)
En alguna conferencia que dicte hace algunos años, sostuve que entre fines de los años ‘90 y principios de los ‘80, emergió una doctrina en el mundo ambientalista conocida como “desarrollo sustentable”. Afirmé, además, que a mi entender mas que doctrina, la sustentabilidad constituía una verdadera “ideología” de neto corte racionalista e iluminista que acompaño otra de mayor incidencia conceptual y política: la de la “globalización”.
Mediante la ideología de la sustentabilidad se pretendió -y desafortunadamente aún se pretende- establecer estándares, criterios, parámetros y procesos de carácter “universal” para el aprovechamiento “racional” de los recursos naturales, a fin de compatibilizar la explotación con su preservación. Manifesté, además, que técnicos argentinos -algunos dentro de la Administración de Parques Nacionales, organismo en el que presto servicios hace mas de veinte años- se acoplaron “acríticamente” a esta “ideología de importación”, restándole originalidad, creatividad, potencia conceptual y operativa, a un organismo señero en materia de conservación de la naturaleza.
Concluí esa referencia señalando que los estados de Nuestra Amárica, verdaderos reservorios de recursos naturales, debían encarar seriamente un proceso de elaboración doctrinaria en la materia, ya que la adopción de la sustentabilidad como criterio rector, había traído aparejadas consecuencias funestas.
Estas reflexiones, entre otras que fueron publicadas en algunas páginas de la red, generaron cierta polémica en la que no quise inmiscuirme demasiado, dado que, a mi entender y en lo que respecta específicamente a la Administración de Parques Nacionales, correspondía al conjunto de trabajadores, técnicos, funcionarios y especialistas hacerlo. Considero importante reiterar, además, que si bien Parques Nacionales no es él único organismo de carácter público con competencia en la preservación de los recursos naturales, la importancia estratégica de los recursos protegidos, la vasta superficie sobre la que ejerce su jurisdicción, como así también la probada capacidad de sus agentes, la coloca en un primer plano a nivel sudamericano.
Algunos amigos insistieron en que les indicara cuales son las principales críticas que recaen sobre noción de sustentabilidad y que les señalara, a mi entender, aquellos presupuestos sobre los que habría que elaborar una doctrina propia para nuestros recursos naturales. Es por tal razón que, aceptando el desafío, voy a aprovechar esta oportunidad para esbozar algunas reflexiones provenientes de nuestro pensar esperando que resulten de utilidad para aquellos que aspiren a desarrollar alguna postura alternativa a la dominante.
Antes de abocarme al análisis referido, quiero señalarles que nuestra corriente de Pensamiento Nacional se orienta, esencialmente, hacia lo estratégico. Hago especial mención a este tópico, ya que hay quienes circunscriben nuestra actividad a un grupo de “autodenominados” pensadores, que dedican su tiempo a rememorar o a refritar melancólicamente el pensamiento de los “malditos de la historia argentina”, tales como Raúl Scalabrini Ortiz, José María Rosa, Fermín Chávez, Arturo Jauretche, Saúl Taborda y tantos otros. Por el contrario, el Pensamiento Nacional más que concentrarse en el pasado o en el presente, orienta sus especulaciones hacia el futuro, pero no hacia ese porvenir malentendido como progreso indefinido que desprecia lo histórico, lo pretérito, sino hacia un devenir que nutrido por él, se proyecta sobre el fruto de la experiencia. Reitero enfáticamente: nosotros recurrimos a lo histórico como producto de la experiencia compartida, como recurso de aprendizaje y, en ese sentido, somos historicistas porque creemos en la importancia que tiene el pasado en la construcción del presente y del futuro. Por eso, hurgamos en él y no nos conformamos con versiones “oficializadas”.
Por último, cabe aclarar, que las críticas formuladas a continuación no encuentran impulso en ningún interés particular ni especifico, ni se basan en una disposición destructiva. Sino que, por el contrario, las mismas son fruto de la experiencia personal y sólo aspiran a fomentar un debate, que consideramos necesario en estos tiempos, donde nuestro organismo rector, la Administración de Parques Nacionales, está sufriendo notorias convulsiones debido a una indefinición existencial que genera una parálisis inercial.
Hechas estas aclaraciones comenzaré por esbozar en primer lugar – aunque sea en forma muy sucinta – una aproximación básica a las nociones de “desarrollo”, de “sustentabilidad”, y de “desarrollo sustentable”.
La “Zoncera” del desarrollo sustentable
Un mito es una ficción alegórica. Los mitos no solamente se encuentran presentes en el universo de lo religioso, sino también, en el mundo de lo cultural y en el campo de las ideas. El liberalismo económico, por ejemplo, funda muchas de sus deducciones en razonamientos cuasi míticos, como es el caso de la “mano invisible” del mercado. Se intentará acreditar a continuación que inicialmente la noción de desarrollo sustentable es simplemente una fábula que acompaño, no por casualidad, a otra mayor: la de la globalización.
Como enseña el académico mexicano Daniel Murillo Licea[1], la dicotomía desarrollo/subdesarrollo comenzó a aparecer a mediados de los años ‘50. Suele atribuirse al ex presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, la creación del apelativo “subdesarrollo” para señalar - sin establecer diferenciaciones - a un cúmulo de países de África, Asia, e Hispanoamérica que se encontraban muy por debajo de los “estándares” económicos de las potencias de la época y, sobre todo, de los de Estados Unidos, Estado capitalista emergente de la segunda guerra mundial.
Mientras que la idea de desarrollo presuponía la existencia de un modelo de “crecimiento económico” exitoso a seguir, la del subdesarrollo, según Murillo[2], era toda una definición y una conceptualización emergida del “otro”. Es desde el centro, en términos de la dicotomía centralidad/periferia, donde estableció esta partición a partir de una idea de desarrollo, sinónimo de crecimiento económico.
Por su parte, una definición clásica de desarrollo sustentable es enunciada por el mismo Murillo, haciendo referencia al reporte Brundtald donde se sostiene que éste es “aquel desarrollo que satisface las necesidades de las presentes generaciones, sin comprometer la habilidad de las futuras, para satisfacer sus propias necesidades”[3]. Tanto la idea de desarrollo como la de subdesarrollo surgieron, entonces, al calor de la expansión de la economía capitalista, recibiendo como contrarrespuesta desde el bloque socialista la teoría de la dependencia. Es en el marco de la noción del desarrollo - y en tanto - dentro de la órbita del capitalismo central, donde surgirá posteriormente la ideología de sustentabilidad. Ante los crecientes reclamos contra las consecuencias de la contaminación hiper industrialista, surgirá esta idea (la de sustentabilidad) como una forma de incorporarle al economicista un adjetivo (sustentable o sostenible) al concepto de desarrollo que permitiera, diríamos, “alivianarlo”. Aún en la hipótesis de que la “idea” de la sustentabilidad hubiera surgido de la periferia, la apropiación del concepto como veremos, resultó inmediata.
Si bien es cierto que, como hemos observado, en el decurso de los tiempos se han ensayado definiciones un poco más abarcativas, e inclusive, críticas a la noción de sustentabilidad, lo cierto es que la idea misma de desarrollo sustentable estuvo teñida de un economicismo de origen que redujo lo humano a lo estrictamente económico. Aunque determinadas políticas desarrolladas en su nombre incorporaron ciertos factores de tipo cultural, en la práctica concreta, se observa que la idea de sustentabilidad se ha consolidado como “estrategia para sostener el desarrollo -como sinónimo de crecimiento económico- y no para apoyar el florecimiento y la perduración de una vida social, infinitamente diversa”[4]. Gustavo Esteva[5] otro académico que ha abordado críticamente la cuestión, ha dicho en plena sintonía que “(…) la llamada realidad del desarrollo con su cosmético actual de ‘sustentabilidad’, no es sino un eufemismo más para disimular el desastre cotidiano y mundial”.
Para sus mentores, la idea de sustentablidad implicaba la interrelación y la compatibilización de tres factores: el crecimiento económico, la reducción de la pobreza y el cuidado de los ecosistemas. Ahora bien: ¿Qué incidencias tuvo sobre la realidad concreta? ¿Qué logros específicos se obtuvieron a partir de la puesta en práctica de esta ideología?
Puedo sostener, sin temor a equívoco, que quienes nos encontramos vinculados a la cuestión de la conservación somos plenamente conscientes que la idea de desarrollo que emerge como sinónimo de crecimiento económico, avanzó y aun avanza paulatina e inexorablemente sobre los recursos, dado que dicho crecimiento está sustentado en un tipo de economía vinculada a la actividad lucrativa con base en las necesidades humanas, que no admite frontera alguna y que ha logrado, a partir de diversas estrategias, –entre ellas, la del desarrollo sustentable- perforar los límites normativos y políticos que determinan los criterios de conservación.
El mito del desarrollo sustentable más que contribuir a establecer barreras al crecimiento económico desenfrenado, ha coadyuvado a esa avanzada justificando ciertos deterioros bajo premisas en apariencia “racionales” y ocultando bajo discursos sensibleros, oscuros intereses. Si uno observa en forma detenida el escandaloso circuito del financiamiento internacional, orientado hacia el desarrollo sustentable y, en especial, el sistema “crediticio” del Banco Mundial durante los últimos años, puede observar que mas allá de la inmoralidad que presuponen sus costos -en especial los operativos y de consultoría administrativa y técnica- la mayoría de los proyectos, en términos estratégicos, resultan insustanciales, no sólo para la preservación de nuestros recursos sino, lo que es peor, para los intereses de nuestro país y de nuestra región. Ciertas veces, las necesidades coyunturales de funcionarios o responsables de áreas, terminan justificando obras y emprendimientos que – bajo el paraguas de la “sustentabilidad” – causan gracia y pena a la vez.
Las críticas al “criterio de sustentablidad” comenzaron a emerger desde los países periféricos. Jorge Aumedes, ex presidente de Parques, ya en la década del ‘90 tenía una mirada sumamente desconfiada hacia esa idea que aparecía como “novedosa”.
Pero fue hace siete u ocho años que en la versión local de Le Monde Diplomatique fue publicado un artículo que se tituló: “El desarrollo sustentable, una idea desvirtuada”. Dicho texto, a pesar de su brevedad, resultó un instrumento artero para comenzar a esbozar una crítica. Su autor, Saddurin Agha Kahn[6], quien fuera Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, denunció en esa oportunidad que “el dogma del desarrollo sustentable es engañoso por naturaleza: confunde las mentes, tal como lo ha hecho, en su tiempo, la idea de que la Tierra era plana, pero con consecuencias infinitamente más graves para la supervivencia de la vida sobre el planeta. Las empresas se han apropiado del concepto, desvirtuándolo, y hasta la Organización de las Naciones Unidas (ONU) trabaja en ese sentido” y sigue “(…) se trata en este caso de un oxímoron que refleja el conflicto entre una visión comercial y una visión medioambiental, social y cultural del mundo. Se convirtió así en un eslogan para las empresas multinacionales y los sectores de negocios” -aquí agregaría los organismos de financiamiento internacional-. Peor aún, abrió camino a una “reacción verde”, es decir, la desviación progresiva del movimiento ecológico por un supuesto “realismo empresarial”. Entre otras criticas a esta ideología, para Sadruddin, “la idea de desarrollo sustentable fue desvirtuada por la de ‘utilización sustentable’; una abominación orquestada por una corriente promotora de un supuesto `’uso racional’, mientras que se trata de ocultar prácticas totalmente contrarias. Este movimiento sirve de coartada a conductas destructivas y, de una forma totalmente lamentable, se ha infiltrado en instancias claves como la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) y la Comisión Ballenera Internacional (CBI)”. De esta forma, la “utilización sustentable” de los recursos marinos significa la matanza de ballenas, mientras que la “utilización sustentable” de la fauna natural ha generado una industria muy lucrativa de la carne de animales silvestres, especialmente en África. Los adeptos a la utilización sustentable esperan convencer a los africanos y a los asiáticos pobres, de no matar animales que les reportan el equivalente a varios años de salarios, mientras que los ricos europeos y estadounidenses, ávidos de trofeos, los cazan por placer”. Por último, señaló también que “…la idea de desarrollo sustentable favorece el dominio de las grandes empresas internacionales, según el nuevo principio ‘el que paga al lobbysta fija las reglas’. Luego de la elección de George W. Bush sólo se piensa en el intercambio de favores con el mundo de los negocios estadounidense. Finalmente, la filosofía del desarrollo sustentable también trajo consigo una idea execrable: la del consumo sustentable”
Ya en la época que se publicó el texto los términos “sustentablilidad” y “globalización” gozaban de buena prensa y cierto “prestigio académico”. Pero mas allá de las críticas certeras de Aga Khan, que contribuyeron a poner en el tapete la apropiación del concepto por parte del mundo empresarial y las consecuencias de dicha apropiación, existen otras que pueden formularse a dicha idea, sobre todo si desde el punto de vista geopolítico nos interrogamos reflexiva y seriamente respecto a cuál es el nivel real de antropización del planeta, cuáles son las regiones mas antropizados y cuáles aquellas que contienen reservorios estratégicos.
La experiencia nos ha enseñado a los nacionales a ser desconfiados, sobre todo, respecto a las “ideas novedosas” que suelen emerger de los organismos supranacionales de post guerra. Pero si uno observa detenidamente el desarrollo de los foros mundiales impulsados por los Estados para el cuidado de la tierra, observará inquietamente, que mientras en lo que a cuestiones ambientales se refiere suele mirarse al planeta como una “unidad”, como un “todo”, pero cuando de los beneficios económicos que producen la utilización de los recursos se habla, nada de eso sucede. Se declama y reclama, por ejemplo, la universalización para las futuras generaciones humanas de los Glaciares, de la Amazonia, etc y nada se habla de la mundialización de los beneficios de la extracción del petróleo, del gas, de los réditos bancarios y de otros tantos recursos que parecerían no estar destinados a “todos”.
Además, debemos pensar que el ser humano es, a la vez, constructor de ecosistemas en los que sobrevive y debe prosperar. En este sentido, entonces: ¿para que estandarizar universalmente modelos de conservación sin, por ejemplo, establecer un sistema de “reciprocidad” entre aquellos que poseen los recursos y aquellos que no poseyéndolos, detentan altos estándares tecnológicos que les permitirían comenzar de inmediato un proceso de sustitución?
En síntesis: la idea de sustentabilidad, aunque haya sido reproducida por espíritus ingenuos, o tal vez resignados, ha constituido un gran engaño producto de las condiciones geopolíticas y económicas de la época. Se intentó incorporar “lo ambiental” a “lo económico” en un momento en que era necesario neutralizar las críticas a la industrialización desenfrenada. Como se ha dicho “sólo desde un punto de vista económico, los recursos naturales relevantes para la acción son escasos y limitados en un momento dado”. Nótese en ese sentido que nuestra especie -sobre todo en los países altamente “desarrollados”- ha generado técnicas que permiten manipular materia y energía para sustituir elementos que obtiene directamente de la naturaleza. Por qué entonces no concentrar mayores esfuerzos en la producción de tales instrumentos aunque sean inicialmente antieconómicos, en vez de impulsar y promover estándares conservativos en aquellas naciones que les sobran y que pueden explotarlos en forma regulada, perfectamente compatibles con criterios de conservación
En la carta escasamente difundida que Perón había enviado al Congreso de Estocolmo, se insinúa cierta idea de sustentablilidad que, como veremos a continuación, ninguna relación guarda este criterio con el que prevaleció posteriormente. La sustentabilidad terminó “en los hechos” constituyéndose en una premisa que bien podría enunciarse como un imperativo emanado de los países centrales; “Nosotros ya no tenemos recursos, pretéjanlos ustedes con ‘nuestra ayuda’, para cuando nosotros los necesitemos”.
¿Hacia una nueva doctrina?
En la misma oportunidad que formule tales declaraciones hice mención a una necesidad prioritaria: la de formular una doctrina propia de acuerdo a nuestros recursos disponibles, a nuestros intereses y a nuestras necesidades estratégicas, ya que la tendencia existente en un sector considerable de nuestras elites técnicas e intelectuales hacia la importación acrítica de ideas, había coadyuvado históricamente a potenciar nuestra dependencia cultural y doctrinaria.
En lo que a medio ambiente refiere, la ideología de la sustentabilidad se constituyó en un imperativo “medioambiental” que acompaño otro mas abarcativo: el la de la globalización, concepto que, a ciencia cierta, representó una tentativa orientada a imponer un orden económico especifico. Jauretche hubiera definido ambas como las “zonceras” de la época.
Por razones de espacio no puedo explayarme sobre el concepto de doctrina[7] pero sí indicar que, para nosotros, una Nación sin doctrina es como un cuerpo sin alma. Esta afirmación muy lejos de constituirse en una expresión nacionalista de orientación chauvinista, es una necesidad insoslayable ya que hemos comprobado a los golpes que los pueblos que no generan sus propias ideas, “viven en las ideas de otros que generalmente son más poderosos”. Así como en la vida cotidiana como enseña el pedagogo Gustavo Cirigliano [8]cuando uno no vive su propio proyecto termina viviendo en el proyecto de otro que generalmente es mas poderoso que el, los pueblos que no desarrollan sus propias ideas resultan incapaces de adquirir su plena soberanía.
Cada país o cada región, de acuerdo a su idiosincrasia, sus necesidades e intereses, debe desarrollar su propia doctrina, la que lógicamente - en materia ambiental - debe resultar compatible con la preservación de la naturaleza, valor universal en si mismo no por que así lo declaren técnicos y políticos, sino por que es inherente a nuestra especie que la integra y compone.
¿Es posible, entonces, definir una estrategia nacional en materia de preservación a partir de una doctrina fundada en categorías propias?
Para ello, vamos a retrotraernos a la fecha que abarca del 5 al 16 de junio del año 1972, cuando se realizó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, en la Ciudad de Estocolmo y en la que un estadista argentino exiliado en Europa, Juan Domingo Perón, presentó un documento a que nuestro entender resulta trascendental en lo que a recursos naturales refiere. Dicho instrumento - mas allá de quien lo haya generado – resulta de importancia, dado que plantea una visión verdaderamente periférica en un marco internacional que iniciaba una tentativa de ordenamiento ambiental con aspiraciones planetarias.
Reconozco que cuando se realizan este tipo de apelaciones y, sobre todo, cuando se refieren a Perón, uno se expone a críticas que pueden extenderse hacia límites tan imprecisos, que abarcan desde lo melancólico hasta lo paternalista. Los iluministas -en especial los vernáculos- suelen despreciar la experiencia histórica, sobre todo, cuando ella no responde a parámetros universalistas, clásicos, o internacionales, o cuando se recurre a expresiones de líderes americanos no del todo “políticamente correctos”. Pero como se ha comprobado, hay mensajes históricos que revisten carácter estratégico y, en ese sentido, quiero hacer mención a ciertas advertencias que Perón formulara en la carta a Estocolmo, cuya lectura completa y análisis recomiendo, especialmente a quienes en nuestro país se dedican a la cuestión ambiental.
En su época, la orientación ambientalista del tercer gobierno del ex pmandatario no fue bien comprendida, como señalaba Yolanda Ortiz[9] “en la Argentina, aquel intento de Perón por darle al problema ambiental la máxima prioridad, no fue comprendido por la sociedad, e inmediatamente devino la dictadura, es recién ahora que el tema ambiental se ha instalado con más fuerza. Pero tampoco hoy se ha instalado de la mejor manera: el tema figura pero aparece el medio ambiente como negocio o como conflicto. Los políticos no terminan de entender al mensaje ambiental; tal vez, nosotros no sabemos enseñárselos” bien vale hoy releer ese mensaje.
Analicemos por un momento cuales fueron los ejes centrales de dicho documento. Perón señaló en primer lugar que: “Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobre-estimación de la tecnología y la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través de una acción mancomunada internacional (….) y sigue “…El ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas. Las mal llamadas ‘Sociedades de Consumo’, son, en realidad sistemas sociales de despilfarro masivo basado en el gasto, por el que el gusto produce lucro”.[10]
Nótese de inmediato, la existencia de cuanto menos cuatro elementos que componen el diagnostico de los problemas ambientales de la época a saber: a) contaminación del medio ambiente y la biosfera, b) la dilapidación de los recursos naturales, c) el crecimiento sin freno de la población y d) el sobre-estimación de la tecnología. El industrialismo desenfrenado ha generando daños ambientales algunos irreversibles y la sobre estimación de la tecnología amenaza a nuestra especie bajo el riesgo de la deshumanización. El problema poblacional se vincula, a su vez, con el alimentario y, en términos estratégicos, con la distribución de espacios, utilidades y con la producción alimentaria.
A fin de aportar ideas concretas para la solución de estos conflictos a nivel ambiental planetario, Perón recomendaba una serie de transformaciones, en especial, en aquellos países altamente industrializados y tecnificados, a fin de establecer el marco de “una convivencia biológica dentro de la humanidad y entre la humanidad y el resto de la naturaleza”. Proponía una revolución mental, especialmente en los líderes y, entre otras acciones, el establecimiento de límites al progreso -como sinónimo de crecimiento económico-, el control de la superpoblación en aquellos países que la sufrían -no es el caso de la Argentina- y el mejoramiento integral de las masas a través de la optimización de las condiciones de educación y salud.
En aquella conferencia participaron Estados integrantes del denominado “Tercer Mundo”, aprovechando esa oportunidad, el ex presidente formula una primera advertencia “…Cada Nación tiene derecho al uso soberano de sus recursos naturales. Pero, al mismo tiempo, cada gobierno tiene la obligación de exigir, a sus ciudadanos el cuidado y utilización racional de los mismos”. Perón prosigue formulando una advertencia a los países“tercermundistas”: “debemos cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología a donde rige la economía de mercado. Ya no puede producirse un aumento en gran escala de la producción alimenticia del Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las industrias correspondientes. Por eso cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los países del Tercer Mundo equivale a kilos de alimentos que dejarán de producir mañana (…) De nada vale que evitemos el éxodo de nuestros recursos naturales si seguimos aferrados “a métodos de desarrollo, preconizados por esos mismos monopolios”, que significan la negación de un uso racional de aquellos recursos (…) En defensa de sus intereses, los países deben propender a las integraciones regionales y a la acción solidaria (…) No debe olvidarse que el problema básico de la mayor parte de los países del Tercer Mundo es la ausencia de una auténtica justicia social y de participación popular en la conducción estará en condiciones de enfrentar las angustiosamente difíciles décadas que se avecinan[11]”.
De estos últimos párrafos pueden extraerse cuanto menos cuatro elementos para comenzar a diseñar una doctrina nacional para la preservación de nuestros recursos: Defensa de los Recursos Naturales para un aprovechamiento regulado y soberano; Desarrollo autónomo de tecnologías autónomas compatibles con su aprovechamiento; Integración regional para la defensa, y en su caso, para aprovechamiento recíproco de los mismos; Explotación y preservación orientadas a la consolidación de la Justicia Social.
- DE LA DEFENSA PARA UN APROVECHAMIENTO REGULADO Y SOBERANO
Este primer tópico resulta esencial y otorga un verdadero norte a la doctrina. La presión de los monopolios económicos sobre los recursos es cada vez más precisa, más artera y, como sabemos, el proceso de extranjerización de una parte importante de nuestros recursos naturales no responde a una visión paranoica, sino muy por el contrario, constituye un lamentable dato de la realidad. A lo ya descripto respecto al documento de Estocolmo podemos agregar algún párrafo extraído de los últimos discursos del ex presidente: “…No nos hagamos ilusiones de que la historia puede cambiar en ese sentido. Si nosotros no estamos preparados para defendernos, nos van a quitar nuestras riquezas y, para ello, existen muchos medios” (…) “Las inmensas riquezas naturales de esta región deben y pueden explotarse intensamente para beneficio de los pueblos que la habitan. Si lo hacemos en forma racional, ello nos permitirá convertirnos en las naciones ricas del futuro, a lo que justamente aspiramos para bien de nuestros pueblos” (….) “La lucha por la liberación es en gran medida, lucha también por los recursos y la preservación ecológica. En ella estamos empeñados. Los pueblos del tercer mundo albergan las grandes reservas de materias primas, particularmente las agotables”
Cabe señalar, además, que para Perón, a las Fuerzas Armadas les cabía una misión: la de constituirse en defensoras de los recursos - y en tanto - garantes de la liberación nacional, estableciendo, de esta forma, una hipótesis de conflicto para ellas: “…la verdadera tarea nacional es la liberación (….) La defensa se hace así contra el neocolonialismo y, el compromiso de las Fuerzas (Armadas) es con el desarrollo social integrado del país en su conjunto”.
Brasil ha iniciado con suma convicción esta marcha y sus Fuerzas Armadas han desarrollado -como una de sus hipótesis de conflicto- la defensa de la Amazonia. Aunque pueda tildarse de militarista, el compromiso de las Fuerzas Armadas en la defensa, es un imperativo fundamental que terminaría de una vez por todas con la ausencia de hipótesis para ellas, obviamente sin descartar el conflicto -que no es hipótesis- del atlántico sur.
El carácter esencialmente defensivo que nutriría a la nueva doctrina no colisiona de manera alguna con el desarrollo de acciones específicas, tendientes al aprovechamiento integral de los recursos. Muy por el contrario, la acción defensiva debería orientarse tanto a la protección y preservación como a la observación, exploración y explotación racional y soberana. Es por ello, que este aspecto defensivo debería comprender, entre otras acciones, las de:
a) Destinar fuertes inversiones de recursos humanos y tecnológicos hacia la investigación científica, orientada hacia la obtención de información básica respecto a las potencialidades de los recursos, en especial, los biogenéticos y, de corresponder, su aprovechamiento para nuestro beneficio y el de la región, teniendo en consideración la experiencia ancestral en la materia.
b) Promover una nueva normativa que incluya la orden constitucional, estableciendo el máximo nivel posible de protección de los recursos a la usanza del articulo 40 de la Constitución de 1949, y la modificación integral de la normativa protectiva de los recursos que incluye –entre otras- las del régimen de la tenencia y propiedad de la tierra, la de marcas y patentes y propiedad industrial, de los recursos biogenéticos y de la Administración de Parques Nacionales
c) Adecuar el sistema de control y preservación de los Parques Nacionales y demás áreas protegidas a esta nueva hipótesis, dotando a la Administración de Parques Nacionales y, en especial, al Cuerpo de Guardaparques Nacionales y a los demás órganos competentes, de las facultades y recursos necesarios para llevar a cabo esta nueva doctrina. Respecto al cuerpo de Guardaparques, las acciones a desarrollar, implicarían una reformulación absoluta de sus condiciones de acceso, de misiones y de sus competencias.
d) Establecer un marco de cooperación entre Nación, Provincias y Municipios, a fin de garantizar los objetivos estratégicos y compatibilizar esfuerzos y beneficios.
e) Determinar un mecanismo de restricciones al domino privado por razones de orden publico ambiental.
- DESARROLLO DE TECNOLOGÍAS AUTÓNOMAS COMPATIBLES CON SU UTILIZACIÓN RACIONAL.
El desarrollo científico y tecnológico complementario a los fines de la doctrina resulta vital. Pero la soberanía científica y tecnológica no puede fundarse en la adopción acrítica de procesos, fórmulas, instrumentos y/o doctrinas. El país debe desarrollar sus propias líneas de investigación, aplicada sobre todos nuestros recursos preservando no solamente éstos sino, también, los resultados de tales investigaciones.
- INTEGRACIÓN REGIONAL PARA LA DEFENSA, Y EN SU CASO, PARA APROVECHAMIENTO RECÍPROCO DE LOS MISMOS
En concordancia con lo expuesto, Perón reivindicaba la necesidad estratégica de una integración regional. En sus últimos tiempos afirmaba; “¿Cómo no podemos llegar también nosotros a un acuerdo para integrar países, en donde todo nos une y nada nos separa? Aquí es cuestión de hacerlo; allá, era cuestión de meditarlo muy profundamente” (…) “Es un hecho indiscutible que en las distintas regiones del mundo, las naciones se aglutinen y se unan no para hacer la guerra en el sentido clásico, sino para defenderse y defender sus pueblos de los peligros inminentes de una superindustrialización” (…) “la cuenca del Plata es, quizás, la zona más importante de América Latina dentro de esa integración. En ella se concentra la cuarta parte de la población del continente con un sector extraordinario para las necesidades del futuro, tanto en reservas para la superpoblación, como en medios para la superindustrialización que se va ir produciendo (…) las inmensas riquezas naturales de esta región deben y pueden explotarse para el beneficio de los pueblos que la habitan. Si lo hacemos en forma racional, ello nos permitirá convertirnos en naciones ricas para al futuro”
Respecto a la integración, sostenía que ésta debía estar acompañada de una verdadera ratificación de los valores e idiosincrasia propias, proponiendo una doctrina específica para el país y, además, la puesta en marcha de un verdadero nacionalismo cultural.
Felizmente, en la actualidad se han potenciado los acuerdos regionales y, en ese sentido, debería incorporarse en la agenda de la región el desarrollo de instrumentos orientados hacia defensa mancomunada que, bajo el régimen de reciprocidad, regule y determine los esfuerzos comunes y la distribución de los beneficios
- EXPLOTACIÓN Y PRESERVACIÓN ORIENTADAS A LA CONSOLIDACIÓN DE LA JUSTICIA SOCIAL.
Este es un componente vital. La idea soberanía presupone la de la justicia. En este marco, la defensa y explotación racional presuponen el usufructo común de los beneficios para todos. La orientación defensiva, no propone el desarrollo de áreas guetos, sino, muy por el contrario, un mecanismo de usufructos compartidos en que las comunidades lindantes a las áreas tienen una importancia significativa.
BREVES CONCLUSIONES
Mediante las reflexiones precedentes se ha pretendido manifestar algunos ejes sobre los cuales podría diseñarse una nueva doctrina. Como se ha indicado anteriormente, éstas son simples reflexiones en voz alta - y además - los tópicos propuestos no constituyen una regla taxativa. Quienes hemos trabajado en el campo de la preservación, estamos sumamente preocupados no solamente con la inercialidad que presupone la zoncera de sustentabilidad, sino también, por que la reforma constitucional de 1994 no solo no ha contribuido con la instalación de una doctrina nacional sino que, muy por el contrario, ha debilitado la cuestión en términos negociales.
Para culminar, quiero hacer énfasis en una cuestión particular: en la Administración de Parques Nacionales, la adopción acrítica de una ideología como la sustentabilidad nos privo de desarrollar una propia doctrina para la preservación de nuestros recursos y, como consecuencia, al no poseer doctrina, el organismo ha atravesado tiempos inerciales por la ausencia de un sentido estratégico común. Este déficit no sólo es cuestión de una gestión en particular, es un problema estructural que habrá que revertir en lo inmediato.
Afortunadamente, la nueva gestión de Parques Nacionales que ha asumido recientemente ha contraído el desafío desde el compromiso y la capacidad y nuestras esperanzas renacen. La doctrina fija metas y objetivos. Fija el norte. Establece el destino y el sentido común. Parque Nacionales, como organismo de importancia estratégica para Argentina y para Suramérica, no puede carecer de una doctrina y, aunque los iluministas de siempre lo nieguen, sólo con ella y a partir de ella podrá conservarse y preservarse “racionalmente” para provecho de estas y de las nuevas generaciones.
- Artículo basado enlaconferencia dictada por Francisco José Pestanha el 5 de agosto de 2010, en el marco de la décima edición del Taller para el Pensamiento Nacional, en el Instituto Superior Octubre (FTERYH).
** Francisco Jose Pestanha es Profesor Titular Ordinario del Seminario “Pensamiento Nacional y Latinoamericano” de la Universidad Nacional de Lanús.
Es autor de más de 60 libros y publicaciones, prologando además otras tantas. Entre sus publicaciones se destacan "Filosofía de la Educación" (1967), "Educación y Política" (1969), “La Argentina Triangular: Geopolítica y Proyecto Nacional” (1975), "La Educación Abierta" (1983), "Educación y País" (1988), "Porque preciso luz para seguir" (1995), "Tangología" (2001) y "Metodología del Proyecto de País" (2002).
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