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Debatir la soberanía o embarrar*

Ojalá que muchos formadores de opinión dejen de lado un poco el ego y la plata que les dejan los grandes contratos para poder contribuir a la formación de la conciencia nacional.

eduardo_anguita4Algunos periodistas, de mucho prestigio y buenísimos negocios, amenazan con convertir las diferencias de criterios en peleas en el lodo, remedando algún ring circundado por gente rica y muy entusiasta a la hora de redescubrir las miserias de la condición humana. Alguna vez, para contestar por qué tenía una prosa tan severa con los avaros y los egoístas, Balzac dijo: “La sociedad francesa habla por mi pluma.” ¿Creerá Jorge Lanata, por ejemplo, que insultando a Orlando Barone logra expresar a la sociedad argentina a través de su cascada voz? Desde ya, cuando se degrada el debate entre comunicadores, pierde la sociedad, pierden los lectores o televidentes. Aunque, paradójicamente, aumente el rating o el interés público. Convengamos que no es nueva la adicción a la estupidez humana. 

Esta semana pasada quedó muy en evidencia que el FMI quiere volver a saborear sangre argentina. Para los medios masivos eso vale mucho menos que el crimen nuestro de cada día. Y, aún para muchos iniciados, bastante menos que una buena puteada de un periodista desbocado y con cada vez menos recursos intelectuales.

Lo que se debate es nada menos que la soberanía de una Nación. O, mejor dicho, de muchísimas naciones que aunque no tengan deudas apremiantes no pueden escapar a las condiciones del capital financiero internacional y sus corporaciones. A propósito de lo que significa soberanía, Pacho O’Donnell acaba de publicar un libro sobre uno de los temas clave de su maestro en historia, José María Rosa. Bajo el título La gran epopeya. El combate de la Vuelta de Obligado, O’Donnell empieza su texto con un episodio que había sucedido tres décadas antes de la batalla de las cadenas en medio del Paraná, que tuvo a Lucio N. Mansilla como protagonista en la acción de frenar a la escuadra franco-inglesa, allá por el 20 de noviembre de 1845. En efecto, el libro comienza con los acuerdos del Congreso de Viena, donde los vencedores de Napoleón en Waterloo diseñaron la restauración europea. “Uno de los acuerdos establecía la libre navegación y la uniformidad de tarifas en las tres grandes vías fluviales y comerciales de Europa” (el Rhin, el Weser y el Elba). Luego fueron incorporando otros ríos del Viejo Continente, pero tuvieron la precaución –cuenta O’Donnell– de dejar afuera al Sena, el Loire y el Támesis. Es decir, dos ríos claves de Francia y uno de Inglaterra, dos poderosos países que debían dar un respiro a las guerras para consolidar el capitalismo que venía a todo vapor con tecnologías que permitirían multiplicar el comercio marítimo y fluvial. Pues bien, 30 años después, Juan Manuel de Rosas, que no era antibritánico ni antifrancés, preparó la débil artillería patria, para frenar los barcos que traían, muy unidos, buenísimos cañones y productos industriales.
No sólo hay que debatir la soberanía. Hay que reinterpretarla al calor de cambios profundos: calentamiento global, tecnologías exclusivas de las multinacionales, pobreza extrema en África y tantas otras cosas. Claro, hay que tratar de que las ideas no queden encerradas en los claustros o los directorios de las empresas. Valen estos debates si alimentan la política y la acción ciudadana. A propósito, el gobierno nacional está preparando una gran movida. Se llamará Tecnópolis, y tendrá durante una semana a la avenida Figueroa Alcorta (¡Qué apellido para una gran feria de soberanía! ¡Abogado de los ferrocarriles británicos y presidente de las ceremonias oligárquicas del Centenario!) entre el Parque Thays y Canal 7, con movidas que combinarán el arte con las nuevas tecnologías. El evento se hará para que coincida con el Día de la Soberanía. La vuelta de Obligado no sólo fue el fervor, y si hoy no tomamos conciencia de la dependencia, cualquier discusión o intercambio de posiciones termina alimentando vanidades y egos en vez de engrandecer el derecho a la autodeterminación.

Caparrós. No faltaron en los últimos tiempos, personas que se acercaron en tono confidente para preguntar cosas como “Y ¿qué onda con Caparrós?”. Con frases sin terminar, como si yo pudiera contarle al oído alguna peleita con quien escribí hace muchos años La voluntad. Se me ocurrió, al momento de hacer estas líneas, rescatar El interior, una crónica extraordinaria que Caparrós publicó hace cinco años. “Puerto Alvear –dice Caparrós– pertenece a la multinacional Cargill y es uno de los 22 puertos privados de la zona de Rosario. Hasta 1979 el Estado manejaba los puertos, ese año una ley de la Junta Militar permitió que las empresas construyeran sus propios embarcaderos.” Da la coincidencia que Puerto Alvear está muy cerquita de Obligado, en San Pedro, parte de ese corredor donde las multis de la alimentación combinan plantas de molienda, aceiteras y vías de escape de productos argentinos sin elaboración o con un paupérrimo valor agregado. 
Esta semana, la AFIP le sacó el velo a una investigación que tiene como centro a Cargill y a Bunge. Lo publicó Pablo Galand en el último número de Miradas al Sur. Estas dos corporaciones “evadirían impuestos a las ganancias a través de triangulaciones nocivas. Se trata de cifras astronómicas, que en el caso de Bunge la evasión ascendería a 1200 millones de pesos” en los últimos tres años.

Vuelvo al texto de Interior..., insisto, publicado hace cinco años: “Estos puertos han cambiado un dato central de la geopolítica nacional: que todos las caminos del Interior confluían en Buenos Aires. Ahora, para la gran riqueza actual –el grano– el destino es Rosario.” Enseguida va un párrafo demoledor: “Me dice un funcionario de la AFIP. Hace un tiempo el presidente (de la AFIP) informó que las siete mayores cerealeras del país, que concentran el 60% de las exportaciones, habían pagado entre 1997 y 2003, menos de 20 millones de dólares en lugar de los 400 que les corresponden.”

Galand publica otro aspecto clave para entender que la soberanía tiene todavía muchos otros agujeros, como la reforma de la ley penal tributaria. “En marzo de este año –dice Galand– el Ejecutivo envió un proyecto al Congreso con la intención de establecer penas más duras para los evasores. La iniciativa está bajo el estudio de la Comisión de Legislación Penal que preside el diputado de la Coalición Cívica Juan Carlos Vega y poco se avanzó.” 

Vale la pena recordar que hace poco la presidenta Cristina Kirchner fue a Rosario a participar de los festejos de la Bolsa de Comercio local. Allí les dijo en la cara a los empresarios que era tiempo de terminar con las maniobras fraudulentas. Cuando se conoció la noticia de la denuncia de la AFIP contra Bunge, la presidenta, a través de Twitter, festejó. Por esas mismas horas, muchos de los grandes diarios preferían sacar comunicados de Bunge donde se explicaba que todo era una mala interpretación y que tienen todas las cuentas en orden. Quizá, para el 20 de noviembre, Día de la Soberanía, además de recorrer la Avenida Figueroa Alcorta, el Congreso reforme la ley y los inspectores, fiscales y jueces, recuerden al general Mansilla, ese hombre que ya bastante viejo, después de haber peleado con San Martín se puso al frente de los Patricios y tuvo que dejar el mando de las operaciones porque los cañones franco-británicos lo habían dejado al borde de la muerte. Y, de paso sea dicho, ojalá que muchos formadores de opinión dejen de lado un poco el ego y la plata que les dejan los grandes contratos para poder contribuir a la formación de la conciencia nacional.

*Extraído del Diario "El Argentino" (12/10/2010)

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