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La tempestad

Milei habla y, con cada palabra que emite, exhala el fétido aliento de Martínez de Hoz y Domingo Felipe Cavallo. Sobre los cadáveres parasitarios de las ruinas de los viejos modelos económicos pretende erigir su Babel de “déficit cero”. Si no fuera tan seria la situación, sería un pésimo chiste de humor negro. Pero su personaje no parece encontrarle la voz al guion, y la ola de la verdad comienza a hacerle notar que el reloj de la bomba de tiempo comenzó a correr.

El parloteo de la política profesional no escudriña más allá de las compulsas palaciegas. Un puñado de diputados y diputadas no hace verano, como tampoco hace a la democracia. Una cosa son las realidades y otra la verdad. El espectáculo de revista que el gobierno montó el último domingo en el Congreso no le alcanzó para desmantelar las malas noticias que llegan de los barrios. El tímido romance electoral parece estar agotado, según el relevamiento siempre parcial de algunas encuestas, y la amenaza de conflictividad social gana terreno.

En el gobierno niegan lo evidente. El modelo de ajuste permanente está agotado. La población, que ya venía vapuleada por el azote previo, se cansó demasiado rápido y el lugar de la mentira dejó de resultar un buen sitio donde esconder las miserias del régimen. Hacer política con la anti-política tiene costos. Milei carece de lo necesario para sostener el discurso, por más que enarbole como principio dogmático las banderas del divide y reinarás.

Argentina está al borde de naufragar en el Estigia, y Caronte no tiene ganas de socorrer a ningún náufrago. En estas condiciones, la mitología solo adquiere valor social si existe un mito al cual rendirle culto. Pero las calles de paciencia están vacías. Lo que rápido viene, rápido se va. Ajustar es la causa de un presidente que vive en el inframundo de las redes sociales solo para enmascarar la ausencia total de saberes que lo legitimen más allá de los bebederos electorales.

¿Qué tanto importa la verdad para un segmento de la sociedad que hace tiempo perdió la capacidad de asombro y ya no se siente obligada a interrogarse por ella ni por su existencia? En la era de la virtualidad, la razón de la matrix se expande como razón absoluta del capital. La continuidad de la política por otros medios se traduce en un agujero negro que se traga todos los sapos posibles con tal de que el castillo de naipes, sobre el cual edifica su propio contrato social, no se venga abajo. Lo loco resulta ser el hecho de que nadie se dé cuenta de que el destino del país no depende de la suerte de una buena carta.

El presupuesto que Milei no presentó en el Congreso no guarda secretos. Solo crea falsas realidades permeables a los condicionamientos que impone el algoritmo de la dependencia. El lenguaje libertario es tan rústico como brutal. No por la frontalidad del enunciante, sino por los factores de violencia política que engloba. La putrefacción del dominador hastiado de sus propias mentiras. Una imagen vaga sobre cierta posibilidad, pero lo cierto es que la única certeza hacia el futuro son las promesas perversas del presidente que auguran más sacrificio y más dolor. ¿Para qué?

Este domingo, más allá del rating, y las celebraciones progresistas que se regodean en el lodo del voluntarismo idealizado, el procaz libertario tiró una frase disparada con un rifle de aire comprimido: “Solo sobre la base de una economía sana las personas pueden ejercer verdaderamente su libertad”. La salud de los enfermos que predica este fariseo de rancia retórica enfatiza lo beneficioso que es tener una economía subordinada al mandato del capital, donde lo único que importa es la rentabilidad de las cuentas financieras, aunque ello implique que más de un millón de pibes pasen hambre.

Ahí está el viejo deseo oligarca: equilibrio fiscal traducido en un pueblo pobre y ricos cada vez más ricos. La política del parásito. La falacia del déficit cero descansa sobre el cuerpo apaleado de los jubilados y sobre la disolución de la integridad comunitaria. Es la negación de la vida en nombre de una causa que justifica la presencia de la muerte como régimen.

Basta ver la atrofiada postal de los muertos vivos que rodean la vida desfigurada del presidente. Un padre espectral que se pavonea en el Congreso como el fantasma de la explotación pasada. Una madre que intentó arreglar su cara para que las fuerzas del cielo no la reconozcan y tomen venganza. Una hermana edípica y una novia de cartulina mediática. Los perros muertos y los clones del descarte. Si el mal pudiera ser personificado, estas postales del Averno, terroríficas por cierto, serían algo más que elocuentes.

En el inframundo libertario los muertos vivos se devoran entre ellos. Ese es el equilibrio fiscal al que aspiran. Milei postuló en el Congreso ante el hastío de la audiencia, por medio de una cadena nacional fallida, un presupuesto de la disolución nacional y de la aniquilación de la verdad. Sobre el hambre del pueblo, los esbirros del capital quieren construir el país de la dependencia.

LOS SONIDOS DE LA DIVISIÓN 

Si la casa de naipes se cae, ¿a dónde irán a parar sus refugiados? En este inframundo de versos y conversos permanentes no hay quietud. Compra y venta de voluntades y reglamentación orgánica del consenso frustrante, legal pero deslegitimado. ¿De qué hablamos cuando hablamos de nosotros?

No son pocos los que quieren salir corriendo. Pero no hay lugar donde esconderse. Milei le pide a Patricia que vacíe las calles para él. La legitimidad no se gana a fuerza de gases. Si Juan Pueblo salta los molinetes en la estación de Once, si la abuela Catalina compra un churrasco para milanesa, si Pedro se refugia en el paco para escapar de su miseria, las calles sin gente solo serán el preludio de un maremoto insufrible que terminará arrasando las teorías y las prácticas de la dependencia.

¿Qué es la verdad? ¿Cuándo dejamos de inquietarnos por lo que pasa alrededor? ¿Quién apagó el fuego sagrado de la rebeldía? ¿Dónde quedaron los días en que pensar se traducía en una hoguera de fanatismo por el pueblo? ¿Por qué nos subordinamos a la obediencia debida? ¿Cuál fue la palabra perfecta que nos anestesió para que el puñal entre, rompa la piel y se clave en nuestra espalda sin dolor?

El peronismo blanco juega a reclutar diamantes en bruto. Peces que nadan en la pecera de la ideología puritana, nihilista, rudimentaria y atea. ¿Esa es la representación del pueblo? La clase magistral que  conoce pero no sabe. Que siente pero no late. Que junta pero no une. Palabras que se suman a una sopa de letras que no llena la panza vacía. Nostalgia de lo que pudo ser y no fue porque no se hizo. ¿La verdad? Camina triste sobre el sueño del más bueno.

En Santa Clara, el último sábado, el otro peronismo posible sin Perón llevó adelante un acto donde, en nombre del debate, no se debatió nada. Solo se escucharon un puñado de voces que volvieron a repetir lo que todos saben. Vítores y aplausos de seguidores adictos a dar “me gusta” en todas las redes sociales, militantes del meme y de la repetición inerte. ¿La verdad? Espacios vacíos que se llenan con ecos de representaciones fantasmas.

Por los viñedos de la supervivencia hay mensajes que contaminan la hierba y arrasan con el mínimo atisbo de disenso. En nombre de un peronismo con respirador artificial levantan el dedo acusador y reivindican causas perdidas: “Los jubilados son los únicos que resisten las políticas de Milei”. “A los jubilados los reprimieron porque la CGT se fue de la plaza”. Slogans de proselitismo progresista liberal. Negación. ¿La verdad? Llorando desconsolada en un rincón de un comedor comunitario.

¿Cuántos de estos enunciadores serían apóstoles del ’55? Pero, ¿acaso no son los que reivindican un peronismo sin Perón y sin historia? Ellos están en las redes y en los estudios de televisión. ¿La verdad? Está aquí, entre nosotros, como disenso. Sin aceptar que eso que se dice en actos de superestructura es lo que le pasa al pueblo.

El peronismo sin Perón es un cuerpo sin alma. La doctrina es verdad. No una teoría que navega en los márgenes de los mares académicos. La doctrina es, en todo caso, la verdad de la comunidad que se organiza, y una comunidad organizada es en verdad libre. Aún queda lugar en el tiempo para dejar de litigar con el derrotero del verbo y pasar a la acción. Tomar la ofensiva. Eso es lo que hace todos los días, en las pequeñas luchas cotidianas, el hombre y la mujer del pueblo.

Fue Perón, antes del golpe del 16 de septiembre de 1955, quien le dio razón de vida a la verdad. Para quienes se preguntan qué es la Justicia Social: la respuesta es simple, verdadera, es la felicidad del pueblo. Para asir esa verdad hay que ser fanáticos de nosotros, de la causa: la liberación nacional.
“El gobernante es elegido para hacer la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación… Muchos, obsesionados por la grandeza y apresurados por alcanzarla, llegan a imponer sacrificios a su pueblo…”. Es necesario hacer un poco de silencio entre tanta bulla y escuchar las verdades de Perón.

“Es preferible un pequeño país de hombres felices a una gran nación de individuos desgraciados”. ¿La verdad? Está ahí, frente a nosotros. Solo hay que perder el miedo a hacerla nuestra. Entender a Perón nos hará libres. Es tiempo.

 

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