Milei entre la colonialidad y el culto a la deshumanización
La deshistorización es una constante metódica del Régimen Liberal, de este modo se reproducen los gérmenes de la colonialidad y que restituye a un tejido histórico sustentado por las anomalías político-culturales que naturalizan el ejercicio de la violencia cognitiva. De esta manera, el gobierno de Milei se para sobre la realidad. Se construye un relato carente de contenido, pretendidamente aséptico y profundamente anti-nacional.
El pecado original de la reacción política, que Milei pretende cuantificar en sus intervenciones en redes sociales, radica en el desconocimiento profundo del país y de las particularidades que hacen a cada región. La uniformidad ideológica que se propaga, propensa a eludir todo debate de fondo, presume que la aplicación de marcos teóricos puede prescindir de un conocimiento que posibilite planificación y organización.
Del mismo modo, el equipo de patanes que rodea al mandatario nacional, ejecuta y pulveriza todo rasgo de armado estatal en nombre de arrebatos ideológicos. Estas decisiones tienen impacto directo en la vida cotidiana de las y los trabajadores y sus consecuencias son desgarradoras.
Parte de la pedagogía centralizada en la concepción que iguala al déficit cero con el crecimiento del país simplifica, hasta el paroxismo de la levedad, la turbación social que genera este tipo de aplicación económica. La liberación del mercado no es comparativa con la libertad política ni con las acciones democráticas, aun dentro del sistema de la democracia liberal.
La ausencia de ubicación es una exigencia del Régimen por lo que posibilita la permeabilización de las estructuras sociales. Los pliegues de control político se arman a través de falsas representaciones que son reproducidas, como propaganda, por medio de diversos canales de comunicación donde la verdad pierde sustento en la medida que la “guerra psicológica” avanza y depreda el campo comunicativo.
Milei sostiene el contrato de lectura a raja tabla. Lo que le interesa es mantener la asepsia argumentativa como instalación de agenda, aun cuando las discusiones que plantea sean absurdas. No obstante, su carga de violencia verbal anula toda posibilidad de pensamiento en la medida que se asienta sobre nociones preconcebidas que anidan en los nichos ideológicos de una sociedad atraída por la pereza cognitiva.
La deshistorización no solo implica un vacío de contenido pedagógico. Al mismo tiempo contiene dos tópicos determinantes para tomar posesión del sentido social y propagar el virus de la propaganda. El primero de ellos es el de la tergiversación del sentido político que se asienta sobre el supuesto desprecio que una gran parte de la población direcciona sobre la dirigencia política. El segundo, es el refuerzo de apreciaciones conceptuales que muy pocos tienen el ánimo a refutar. Milei se recuesta sobre el preconcepto de la sociedad titulada para adquirir autoridad pedagógica, aunque no haga más que repetir frases sueltas de autores que no saben nada de Argentina y mucho menos de su cotidianidad. Todo en él es abstracto y teórico, cuando no delirante. Pero no le importa.
Ahora bien, es menester comprender que con los golpes políticos y la articulación progresista con el Régimen, el pensamiento nacional se diluye. Esto permite que el terreno de la configuración política sea abonado con conceptualizaciones que parten de expresiones alejadas de la realidad que pretenden reflejar.
Así, por ejemplo, el problema del tráfico de drogas y del armado de bandas criminales en el cordón urbano de Rosario y el Gran Rosario es abordado desde una perspectiva unipolar e incluso uniforme. Las crónicas policiales montan el decorado sobre la superficie porosa de la marginalidad, pero nadie explica el fondo del entramado ni su génesis. Por eso, las respuestas llegan con retraso y la ejecución política pierde ante el esquema de violencia que muchas veces cuenta con las propias estructuras del sistema.
Rosario es el claro ejemplo de como el Régimen penetró en el andamiaje socio-cultural y consolidó la dependencia económica al mismo tiempo que destruyó todo la arquitectura productiva industrial de una ciudad que supo ser próspera en la materia. Esta ruptura tuvo un impacto determinante en la construcción de comunidad, lo que produjo el abandono político del territorio. Solo se quedaron las organizaciones libres del pueblo que luchan como pueden.
LA COMUNIDAD
No hace mucho, un dirigente sindical rosarino nos contaba que su barrio se construyó alrededor de un polo industrial. Pero con la degradación productiva, las sucesivas crisis económicas y la carencia de planes políticos estratégicos, las chimeneas fueron sustituidas por balas. La comunidad del trabajo fue perimida por la sociedad de consumo, la producción cayó bajo la flujo del capital financiero y la destrucción comunitaria fue letal para una población joven que no encontró lugar en el mercado laboral pero sí en el universo del “hampa”.
Las respuestas siempre fueron las mismas. Llenar de fuerzas de seguridad las calles, que son al mismo tiempo parte del problema por sus estructuras corrompidas, para reprimir el delito y por otro lado, buscar la modificación de leyes con penas más severas para quienes delinquen. Nada de ello ha tenido un valor satisfactorio para la comunidad. Por el contrario, la situación empeoró.
Por estas horas, Patricia Bullrich, que gusta más aparecer como protagonista de una serie policial que como funcionaria pública, abrió un nuevo surco social queriendo emular al presidente del Salvador, Nayib Bukele. El problema radica en que Rosario no es el país centro americano y su población tampoco se le parece. Importar ideas, para aplicarlas en territorio nacional, no parece ser algo razonable, mucho menos una respuesta de Estado. Es una parodia que se monta sobre expresiones demagógicas y del sentido social, a esta hora, desesperado por la situación. A lo largo de su oscilante trayectoria política y en el ejercicio de cargos públicos, Bullrich demostró no saber mucho de seguridad, más allá de sus sueños húmedos de establecer una sociedad altamente controlada.
El sustento mileista se aferra a las tetas flacas de nociones fragmentadas y alejadas de lo real concreto, ese parece ser su único capital simbólico. Reforzar estereotipos sobre determinadas caracterizaciones sociales que no tienen asidero en la vertiente comunitaria.
El Régimen al que representa el actual presidente se redime en el caos. Deshistorizar es deshumanizar. En ese vacío político y de representación la democracia liberal deja a su libre albedrío a los monstruos que la constituyen. El estrago cognitivo que ocasiona el posicionamiento mesiánico redunda en el abandono de los pobres. Si la Justicia Social es una aberración, la comunidad que la contiene es una comunidad de enemigos y sobre ellos ha de caer la furia del falso profeta.
Jaqueline Márquez, realiza distintas tareas en el jardín comunitario y educativo “Crecer con Amor” de Lomas de Zamora. Ella no necesita leer a los teóricos que dice consumir el presidente. Su cabeza y su cuerpo saben que ninguna de esas teorías va a darle de comer a los pibes con los que construye comunidad diariamente.
La entrevistamos hace unos días en nuestro programa La Periferia. Mientras nos narraba lo que pasaba en su barrio su voz se quebró. Impotencia, bronca, incluso tristeza. Sí, hay tiempo para “flaquear”, de lo contrario ella se convertiría en esos seres zombis que anhela Milei y su séquito de parásitos sociales. En el estudio todos hicimos silencio. La pausa habló. Dio testimonio.
La Comunidad Organizada y la Justicia Social, son actos de fe. No tenemos que equivocarnos. El pueblo no está deshumanizado. Eso es lo que nos quieren hacer creer. Hay actos pequeños que dan cuenta que lo que ocurre no sucede en X.
En una peluquería de barrio, en La Boca, un hombre mayor espera su turno para que el “barbero” lo atienda. El local está lleno. El jubilado parece no tener la atención de la mayoría. El corte sale 4.500 pesos. Después de una espera de cuarenta y cinco minutos el hombre por fin podrá recortar su pelo.
El peluquero que lo atiende le pregunta su nombre: Mario, Don Mario, me dicen los vecinos. Finalmente, cuando se dirige a pagar, el encargado le dice: Son tres mil pesos. A Don Mario se le llenaron los ojos de lágrimas. Pero su sonrisa y su “gracias” fueron más potentes. Todo el local pareció iluminarse. Es cierto, afuera la vida continuaba e igual tuvo que pagar, tampoco pretendía atenderse gratis. Sin embargo, lo que se presenció allí es el valor de la comunidad. Otra vez, nadie se salva solo.
¿El paradigma libertario nos ha derrotado?
En los barrios, cuando alguien está en peligro enseguida se activan las alarmas y la comunidad se moviliza. No hay individualismos, ni rencores narcisistas. Los humildes no necesitan hacer una asamblea para ayudar a sus pares. La clase trabajadora tampoco. De ello dan testimonio las innumerables ollas populares que las organizaciones sindicales y populares construyen como una extensa red de solidaridad comunitaria. No hay que dejar de lado la acción de los curas.
“Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas”, la contundente claridad de Evita. No hace falta agregar nada más.
El protagonista histórico del discurso de Milei no es la persona humana. Es el mercado. Una entelequia. Sin historia, sin pasiones, sin razón. No hay libertad donde está el mercado porque el individuo se transforma en un bien de cambio, sujeto al dogma económico. Por eso es vacía también la expresión “si le va bien al gobierno nos va bien a todos”. No hay posibilidad de que ello ocurra porque el hombre no está en centro de la escena.
Volver a la realidad es situarse. Aferrarse al terruño. Es humanizarse. No se trata de hacer cuentas. Se trata de un proyecto que integre al hombre y al trabajo. Que no priorice al capital por encima de la condición humana. La dictadura del mercado solo puede traer desintegración nacional y más pobreza.
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