Si Evita viviera...
Se dice que Eva Perón murió el 26 de Julio de 1952. Desde entonces, cada año se la recuerda en esa fecha en el contexto actualizado de la historia, según como transcurre en el presente.
No se la recuerda en tiempo pasado, sino en el que acontece en el aquí y ahora.
Se levanta su nombre como si estuviera viva, como llamándola a la cita con un destino colectivo, como diciendo “está presente hoy más que nunca”.
Fue tan así, siempre, que en los convulsivos años setenta había tantas Evitas como tanto peronismo hubo.
De esa falsa división se valieron los dictadores para dominarnos.
Ponían sal sobre las heridas de un pueblo que sangraba por todos los costados la ausencia de su Líder.
El terrorismo de estado, hay que decirlo una y mil veces, vino para quebrar el país peronista a sangre y fuego y hacer otro, dócil, sumiso, dependiente, empobrecido, sin clase trabajadora organizada, sin juventud rebelde. De esas lecciones que deja la historia reciente hay que aprender eternamente.
Es el mejor homenaje a Evita en este día donde rescatamos su nombre como bandera.
Esta consigna inconclusa, “Si Evita viviera…” culminaba en los años setenta cavando trincheras en la casa común del pueblo.
Terminaba siempre mal. Sabíamos algo de historia, pero muy poco de las contradicciones en el seno del pueblo.
Era la sangre hirviendo en plena juventud.
Mocosos irreverentes, entraban a la casa y se llevaban todo por delante. Dicen los viejos más comprensivos.
“Zurdos infiltrados”, quienes marcaban equivocadamente el límite de una historia que estaba desbordada para todos.
El aprendizaje costó, pero llegó. Hoy están juntos los que deben estar juntos siempre. La juventud y su naufragio, los trabajadores y sus antiguas barcas. No hay que temer al debate cuando se avanza como ahora. Porque el debate llega después de las victorias y derrotas que nos reconstruyen y no antes, cual si fuese sido un ejercicio de laboratorio.
Y ese es un privilegio que pocos pueblos tienen.
Lo cierto es que el nudo de la historia ya no se resuelve desconfiando del compañero o la compañera que tenemos al lado.
El conflicto principal no está en el adentro del movimiento nacional y popular. Está, desde sus orillas para afuera.
No debe haber confusión con tanto camino recorrido. Los vaivenes del adentro son los propios de una familia grande. Nada más.
Siempre debió ser así. Pero no siempre se lo vio y se lo vivió así, que es otra cosa.
Ese es uno de los saltos cualitativos más trascendentes en medio siglo.
Aprender a mirar para adentro para ser solidario y constructivo.
Y mirar hacia fuera para pelear con uñas y dientes por la igualdad social, redistribuir la riqueza, por la inclusión, por la justicia, por la ley de medios de la democracia.
Este país es otro.
La Evita que hoy recordamos es una Eva que une lo que está destinado a estar unido y señala con los dedos de la dignidad, a los indignos que quieren que volvamos para atrás.
Esta Eva Perón es la rebeldía de un pueblo, de una sociedad, de una nación, de una idea de amor. No es la Eva reducida a un carné partidario. Dicho con todo respeto por el carné partidario. Es mucho más que eso.
Le da el rostro, el pensamiento y la mística a la patria, de acá a cien años más. Define los trazos más gruesos de un país inclusivo, desarrollado, integrado al mundo.
Pero eso sí, un país en eterna rebeldía contra las injusticias.
Sin rebeldía no hay Evita. Sin rebeldía no hay patria.
El día que los tibios y los holgazanes, los ladrones de utopías y los mentirosos, quieran volver por sus fueros, habrá que salir con Evita y sus descamisados erguidos de pasión y amor.
Por eso quisimos, en este 26 de Julio, despertarla de su sueño y contarle que el regalo más sublime que le hacemos es decirle que su pueblo está unido.
En la costura esencial en que debe estarlo.
Aprendiendo de su lucha, de su fuego y de su amor a los más humildes.
Si Evita viviera, sería como ya lo es, Mujer del Bicentenario.
Porque es así como la nombró su seguidora, Cristina Fernández de Kirchner.
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