Recordar a Rucci es un acto de justicia con la historia

Hoy queremos recordar a José Ignacio Rucci a 47 años de su cobarde asesinato, perpetrado un 25 de septiembre de 1973. Dos días antes Perón había ganado las elecciones con más del 60% de los votos. Fue un resultado contundente que expresaba un mensaje inequívoco: el anhelo del pueblo argentino de poner fin a largos años de enfrentamientos y desencuentros vanos.

La elección de Perón como presidente de los argentinos de algún modo había corregido la última proscripción recaída sobre su persona, cuando no pudo participar de los comicios del 11 de marzo de 1973. Perón no sólo había vuelto definitivamente al país sino que ahora había podido presentarse a una elección presidencial, sin tachaduras ni proscripciones, habiéndose alzado con un triunfo memorable. Es decir que el tiempo de la Resistencia Peronista había concluido. Había dado comienzo una nueva etapa, la democrática, con el desafío enorme de apaciguar ánimos, de sentar las bases de una convivencia razonable y de repensar el destino patrio en medio de la vorágine de un mundo que había abandonado el patrón oro y que estaba por entrar en la crisis del petróleo. El mundo cambiaba a toda velocidad y ese cambio era percibido por Perón, quien entendía que había que leer correctamente el sentido de las transformaciones mundiales para no quedar atrapados en la telaraña de una geopolítica vinculada a un paradigma que se desvanecía.

El triunfo electoral con un porcentaje tan avasallante suponía un espaldarazo enorme a ese Perón que decía que para un argentino no había nada mejor que otro argentino y que venía de protagonizar un abrazo memorable con Balbín, sintetizando el espíritu de concordia que la nueva etapa requería. El triunfo electoral brindaba una importante legitimidad política al nuevo gobierno, que tenía por delante el desafío de llevar a la práctica el Pacto Social suscripto por la CGT y la CGE unos meses atrás. Ese Pacto suponía un acuerdo entre capital, trabajo y estado, de modo de atemperar la inflación, mejorar el salario real de los trabajadores acrecentando su participación en el ingreso nacional y fortalecer el rol estatal en el apuntalamiento del proceso de desarrollo productivo. José Ignacio Rucci fue un actor central en ese esquema, habiendo suscripto el Pacto como secretario general de la CGT.

Los objetivos del Pacto Social representaban un bálsamo en el contexto de un país que arrastraba casi dos décadas de violencia y el deterioro sostenido de sus variables económicas y sociales. Evidentemente hubo quienes actuaron irreflexivamente, sin comprender la naturaleza del proceso histórico, desdeñando la democracia conseguida, desafiando absurdamente a Perón y concretando un crimen tan atroz que abrió una llaga en el seno del propio peronismo. Rucci fue asesinado, Perón jaqueado y la legitimidad del triunfo electoral puesta en crisis por un hecho desatinado y decididamente despreciable.

Los años, la tragedia sobreviniente, permitieron reflexionar en profundidad sobre aquellos acontecimientos. Es por eso que honrar la memoria de Rucci es un acto de justicia para él y para su familia. Con apenas 49 años fue asesinado absurdamente, lo que provocó un dolor inenarrable en sus seres queridos y en el conjunto del pueblo peronista. Honrar la memoria de Rucci es rescatar su lealtad a Perón y su compromiso con la causa del pueblo trabajador. Honrar la memoria de Rucci es poner en perspectiva y en valor el espíritu del Pacto Social, herramienta que fue posible a partir de comprender que empresarios nacionales y trabajadores tienen un mismo destino. No hay trabajadores sin empresarios que inviertan y que produzcan. Pero no hay empresarios sin trabajadores con salarios dignos que generen demanda en el mercado interno. Y no hay empresarios ni trabajadores sin un Estado capaz de protagonizar un proceso de desarrollo nacional autónomo y soberano.

El odio político ha generado dolor y profundas fracturas sociales. Nada bueno es el balance de tanto extravío. Son muchas las razones que fueron empujando al país a aquel laberinto de violencia. Lo cierto es que más allá de esas razones, los resultados fueron trágicos.

Hoy vivimos otros tiempos, sin duda. Pero con niveles de intolerancia que, expresados de otros modos, resultan igualmente inconducentes. A mayor irracionalidad y odio, mayores fracasos colectivos. La energía que debería estar puesta en reconstruir la Argentina muchas veces se pierde en el fárrago de un proceso político que parece no encontrar la razonabilidad que el pueblo necesita. No somos capaces de ponernos de acuerdo en un simple protocolo de funcionamiento de los órganos legislativos, ni en algo tan básico como que el traslado de un juez requiere imperativamente el acuerdo del Senado. La judicialización de la política ha sido otra de las aristas que evidencian la ruptura del pacto de convivencia suscripto en 1983: ya no hay adversarios políticos sino enemigos. Esta lógica no puede llevar a buen puerto. Es necesario salir de esa lógica autodestructiva y poner nuestros mejores empeños en reconstruir las reglas de juego de la convivencia política en nuestro país.

Recordar y honrar la memoria de Rucci es asumir nuestra historia, sin beneficio de inventario, afrontando el desafío de reflexionar juntos para nunca más transitar por la senda de la ceguera ideológica, la irracionalidad y la soberbia de quienes afirman ser los dueños de la verdad absoluta.

Recordar y honrar la memoria de Rucci es reafirmar el valor de la lealtad que él encarnaba, entendiendo que la diversidad del movimiento peronista es su mayor riqueza, que jamás podrá ser ahogada por ningún reduccionismo.

El todo, como dice Francisco, es mucho más que la suma de sus partes. Cuando una de las partes quiere asumir la representación del todo, genera malestar en el resto y se producen las fricciones, rispideces y desatinos que siempre terminan mal. El arte de la política tal vez sea desentrañar el preciso lugar de cada una de las partes, para reconstruir el todo que es la patria misma.

José Ignacio Rucci, asesinado por peronista y por leal al pueblo trabajador: ¡presente!

El autor es ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires

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