A propósito del artículo de Alberto Lettieri publicado en Ideas al Sur en el día de hoy
.....Al país no lo jodió las alpargatas, le hizo mal las incitaciones de los libros aviesos, la falsa ilustración, el tono de engolamiento doctrinario, el abuso de la palabra como instrumento de oprobio y su perduración aciaga en las columnas periódicas y en el libro. Palabra emponzoñada, enfardada en odio y resentimiento, proclamada y reiterada hasta el hartazgo por un escritor erudito, aspirante a “scholar”, cuya difusión semicosmopolita se debe a razones extraculturales (director de la biblioteca de Estado más importante del hemisferio austral, “viajero” anglosajón de su propio país, arcángel Miguel de la milicia democrática contra el dominio oscuro de Satán-Perón. Cultivo moroso del culto gardeliano a la “viejita”, frecuentación de un “entourage” de `poetisas y poetastros semiinstruídos, etc. etc.) En suma, los mitos de Pasternak y Solshenitzin, trasladados al subdesarrollo de una colonia intelectual europea.
Releemos a J.J. Hernández Arregui:
“Un escritor colonial – más perfecto que una esfera musical en la mente de Pitágoras – es Jorge Luis Borges. De un Pitágoras que nunca existió. Y en esto se parece a Borges. Que ha caído en la farolería de hablar de Pitágoras sin conocer la filosofía griega. En rigor, Borges, pájaro nocturno de la cultura colonizada, desde el punto de vista argentino es más fantasmagórico que el Pitágoras de la leyenda órfica. Un Borges – ese “cadáver vivo de sus fríos versos” que dijera Lope de Vega – hinchado todos los días por la prensa imperialista. Y que ni siquiera merecería ser citado aquí, si no fuese porque es la entalladura poética de ese colonialismo literario afeminado y sin tierra al que hacemos referencia. Poeta del Imperio Británico, condecorado por Isabel II de Inglaterra, ha declarado hace poco: “si cumpliese con mi deber de argentino debería haber matado a Perón. El desmán sería para reírse, sino fuese, como lo hemos expresado en otra parte, porque detrás de estas palabras pierrotescas se mueven las miasmas oscuras del coloniaje.(...) Si. Todos hemos de morir. Borges también Y con él, se irá un andrajo del colonato mental. A diferencia de ellos, bufones literarios de la oligarquía, mensajeros afamados del imperialismo, cuando a los grandes hombres de América les llega la hora de la muerte, en ese mismo y supremo instante, La eternidad de la historia, la única y luminosa eternidad que le es dable esperar a la criatura humana en su tránsito terreno, los amortaja con una estela de gloria con las palabras de los verdaderos poetas nacionales: “Hay una lágrima para todos aquellos que mueren, un duelo sobre la tumba más humilde, pero cuando los grandes patriotas sucumben, las naciones lanzan el grito fúnebre y la victoria llora”.
De ninguna manera participamos del criterio de que hay una relación dialéctica entre la obra de arte y el perfil ideológico de su autor. Si sabemos que hay grandes creadores que cuando salen de su obra entran en la neblina.
Julio Cortázar dijo que se tuvo que ir de la Argentina porque el tronar de los bombos peronistas no le dejaba disfrutar de los conciertos de Bela Bartók. Borges, en cambio, no parece haber tenido inconvenientes, en esos años, para escribir sus textos más personales y reconocidos. En 1944 habría de publicar Ficciones, cinco años después El Aleph, en 1951 la selección de cuentos que conforman La muerte y la brújula y al año siguiente el volumen ensayístico Otras inquisiciones. De este período don también buena parte de sus obras en colaboración – El Martín Fierro con Margarita Guerrero, Antiguas literaturas germánicas con Delia Ingenieros, entre otras – y de las antologías y volúmenes de cuentos realizados con Adolfo Bioy Casares. Esta intensa producción literaria, sin embargo, le dejó tiempo para comenzar una tardía pero exitosa carrera docente en la Asociación Argentina de Cultura Inglesa y en el Colegio Libre de Estudios Superiores, ejercer la dirección de la revista Anales de Buenos Aires e, incluso, para la actividad gremial (fue presidente de la S.A.D.E. entre 1950 y 1953) Derroche de energía realizado en la opresiva y lúgubre atmósfera de la Segunda Sangrienta Tiranía. No tuvieron igual suerte los intelectuales de la década del setenta, signada por la tutela de los que él denominó caballeros militares.
La revista de Letras Sur se refirió a la autocensura a la que se sometieron los escritores liberales de nuestro país bajo el peronismo, ya que la censura auténtica, la oficial, parece no haberse ejercido contra ellos en dicho período. Olvidaron quienes esto afirmaron que toda obra artística representa en alguna medida, una acusación contra la sociedad y el estado en que ha nacido y que los grandes hombres – tales los casos, por ejemplo, de Poe y Lugones – testimoniaban de ordinario contra la sociedad que los había creado. ¿Aguardó acaso Hernández, el advenimiento de Irigoyen, para componer su “Martín Fierro” y Sarmiento el de Mitre para escribir su “Facundo”?
La citada autocensura no fue sino una máscara para cubrir la esterilidad y el conformismo.
El objeto de la literatura, que en su mejor tradición fue un medio de comunicación estética entre todos los hombres, se convirtió en manos de estos falsificadores en un método de incomunicación. Escribían para escritores, vale decir, para los iniciados en la religión secreta. El despotismo ilustrado o seudo ilustrado de este lenguaje esotérico posee la curiosa característica de pretender infligir a la prosa una calidad intelectual rigurosa; la triste verdad es que sus propios autores no pueden explicarse que es lo que quieren decir.
Decía Jorge Abelardo Ramos: “Los poetas argentinos que más se ocupan de lo mágico, lo angélico, lo delirante o lo metafísico, están a mil leguas de rehacer en sí mismos todos los procesos de iconoclastia, enfermedad y locura que dotaron al arte europeo de artistas en estado salvaje. Nuestros intelectuales traducen pasiones ajenas: desarraigados, sin atmósfera – sombras de una decadencia o de una sabiduría que otros vivieron – De ahí que la literatura argentina posea ese carácter gris, igualitario y pedante que aburre o indigna”.
En realidad, más que el bardo del coraje orillero, Borges fue el cultor moroso del mito gardeliano de la “viejita”.
En 1948 un incidente banal marca a fuego su resentimiento: su madre, Leonor Acevedo, y su hermana, Norah, son detenidas y condenadas a un mes de prisión. Estela Canto relató así los hechos: “La calle Florida siempre estaba abarrotada de gente durante el día y entonces la atmósfera política era muy tensa. De repente, Doña Leonor, seguida por sus acompañantes, prorrumpió en invectivas contra Perón y Evita, flamante esposa del general. Después se pusieron a cantar el himno nacional. Las damas fueron rodeadas por la multitud, y la policía, temiendo que la cosa pasara a mayores, las arrestó y las trasladó a la comisaría”. “A partir de ese momento – dice uno de los biógrafos del escritor – la postura de Borges se volverá irracional y maniquea. A partir de ese momento y para siempre, todo lo que oliera a peronismo sería repudiable y perverso”.
No se inmutó mucho Borges cuando centenares de mujeres después del 55, fueron enviadas a “veranear” a Ushuaia. Pero claro está, esas no eran “damas”. Ni eran “caballeros militares” los oficiales flor de Ceibo del general Valle, fusilados por el “ario” Rojas que nos había liberado del gobierno de la negrada.
Su odio berreta tenía un origen mucho más prosaico que el generado por la caída de un supuesto orden aristocrático. En abril de 1946 un ahora mítico decreto transfiere a Jorge Luis Borges de su modesto puesto de bibliotecario municipal, auxiliar de tercera según la aséptica terminología oficial, al de Inspector Municipal de Ferias. El escritor indignado renuncia. En realidad, según nos dijo personalmente Fermín Chavez, se intentó evitarle un sumario dada su prolífica producción de libelos contra el gobierno que le pagaba el sueldo.
Sobre esta transferencia, así sobre su presunto nuevo puesto (Inspector de aves y conejos para Emir Rodríguez Monegal, de pollos, gallinas y conejos para Alicia Jurado, de apicultura según funcionarios de la época, de policía municipal en una de las versiones de Borges) y sobre quién (por orden directa de Perón según algunos amigos del escritor, por mecanismos burocráticos e impersonales como se desprende del examen de los documentos oficiales, por una revancha de algún oscuro burócrata como dice María Esther Vázquez) y por que se ordenó (por faltas disciplinarias como también constata Ribera, por persecución política según la afirmación más difundida que es, también, la del propio Borges), existen numerosas versiones. Una exhaustiva investigación y una adecuada vinculación con el acontecer político del momento se encuentran en Jorge B. Ribera “Borges, ficha 57.323” incluido en Jorge Dubatti (comp…) Acerca de Borges, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1999.
Este ex empleado municipal, posteriormente acumulador de prebendas de todo orden declaró durante muchos años que los premios oficiales a la producción literaria fueron una “especie de soborno”. ¿Qué nombre habría que adjudicar entonces a los 25.000 pesos moneda nacional que el famoso Apold entregara a Borges por intermedio de Armando Bo en pago del libreto cinematográfico “Días de odio”?. Se lo podrá llamar un soborno fracasado, pues Borges no incensó a Perón. Pero soborno fue.
Mientras tanto, a cincuenta años, se sigue batiendo el parche del martirio de la “intelligentzia” argentina en la oscura década del peronismo. Un escritor argentino no es un mártir argentino, sino a veces un infeliz. Mártir fue Lugones.
No queremos extendernos demasiado con esta “vaca sagrada” del gorilaje de izquierda y derecha. Pero sí aclarar los tantos respecto a las persecuciones. Un escritor tan cercano al peronismo como un musulmán a la cerveza, Enrique Zuleta Alvarez, describe con palabras veraces el panorama cultural anterior a la aparición del justicialismo:
“A las razones de índole literaria que esgrimían quienes consideraban perimido el realismo narrativo, se sumaban, pues, los motivos ideológicos que, en ese momento, asumían el carácter de banderías irreconciliables. Pero el panorama se agravó cuando, después del golpe militar del 4 de junio de 1943, surgió en la política argentina el general Juan Domingo Perón y se inauguró la era cubierta por su movimiento político.
Desde el primer momento y en su casi totalidad la clase intelectual argentina se alineó contra Perón, y las personalidades más representativas de las instituciones, de los diarios y de la universidad integraron una de las frondas mas activas en una militancia que, finalmente, fue derrotada. No es fácil, desde nuestro tiempo, transmitir lo que fueron los odios despertados por la aparición del peronismo y la dureza y permanencia de las condenas ideológicas. El nuevo régimen, por su parte, contribuyó al sectarismo agresivo con exigencias partidistas y persecuciones que inauguraron una corriente de odios ideológicos, funesta en la vida argentina.
Gálvez y su mujer, que no militaban en la política, justificaron la aparición de las masas populares y fueron repudiados por los “antiperonistas”, con una acusación más que se sumaba a la condena por su catolicismo hispanista.
La Sociedad Argentina de escritores, con la cual Gálvez había colaborado durante años, estaba férreamente comprometida con el antiperonismo y en 1945 expulsó a dos escritores que también se habían negado a esta línea: Arturo Cancela y Leopoldo Marechal. Ante la acusación de antidemocráticos y totalitarios que se le hacía junto a otros escritores, Gálvez renunció a la SADE con una carta en la cual fundaba su disidencia y en sus Recuerdos no trepida en afirmar, ante el hecho que no se levantara una sola voz en su defensa: “En la SADE existía una especie de dictadura izquierdista, y ya se sabe lo que es la cobardía de los argentinos” Enrique Zuleta Alvarez. “España en América. Estudios sobre la historia de las ideas en Hispanoamérica” Confluencia. Buenos Aires. 2000.
Como respuesta, Cancela, acompañado por el matrimonio Gálvez y un grupo de escritores, fundaron la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA), proclive al peronismo, que le prestó un apoyo inicial, que luego decayó porque el gobierno tenía otras prioridades, como mejorar la condición de la clase obrera y no restañar las heridas infringidas en el orgullo de algunos intelectuales, por nacionales que fueran. (Con el tiempo advertiría el error, ya Gramsci se había percatado que el combate cardinal era el cultural).
Continúa Zuleta Alvarez: “Cuando otro golpe de Estado militar derrocó en 1955 al peronismo fueron encumbrados los intelectuales antiperonistas, que no olvidaron sus agravios contra Gálvez, ya definitivamente alejado de toda presencia pública. Desde los diarios, revistas y cátedras universitarias su nombre desapareció casi por completo del canon literario argentino, y las ideas del catolicismo hispanista que había defendido pasaron a integrar el cuerpo doctrinario de la antidemocracia, unánimemente execrada.”
Estos eran los valores republicanos y la “moral” que restauraban los “libertadores”. Ni una palabra se escuchó en boca de Borges en solidaridad por sus colegas. No por enemistad política sino por envidia mezquina.
¿Y Lugones? Condenado a las hogueras progresistas por “reaccionario” y a pagar el precio del suicido. ¿Y los tres Arturos? (Cancela, Capdevila y Marasso), En el arcón de los trastos viejos, carcomidos por el polvo del olvido. ¿Y José Gabriel?, A consumirse en la extrema pobreza. ¿Marechal, César Tiempo? El olvido. ¿Jauretche? El exilio, que solo vivió Borges mientras dormía. Tal sigue siendo la condena a la que los someten quienes aún detentan las riendas de la Cultura Oficial y se flagelan por la ausencia de “Georgi”, el único escritor que conocen.
Nuestros “intelectuales” de segunda, naufragando entre la epistemología de las ciencias sociales y la denuncia, creen que son el cerebro de algo, cuando en realidad son la mierda de algo llamado “como sobrevivir trabajando de felpudo y de inteligente hasta que nos descubran”.
Decía Ignacio Anzoátegui que había que crear la “Dirección Nacional de Patadas en el Culo”. De existir, el primer expediente, por lo fácil y expeditivo lo encabezarían todos estos cagatintas y escribas de la letrina, que en nombre de una cultura de la cual desconocen hasta los rudimentos, encabezaron y encabezan la anatematización de los verdaderos pensadores nacionales.
Fragmento de "Es necesaria una nueva Política Nacional" de José Luis Muñoz Azpiri (h) publicado en Pensamiento Nacional y "No me olvides"
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