Introducción a un Ensayo sobre Pensamiento Nacional
puesta al servicio de una gran causa..."
RAÚL SCALABRINI ORTIZ
A lo largo de nuestra historia, distintas generaciones de tilingos y cipayos se han esforzado por esbozar los más diversos y descabellados axiomas para pretender ilustrarnos sobre los males que nos aquejan.
Corría el año 1968 cuando Don ARTURO JAURETCHE, mediante su "Manual de Zonceras Argentinas", denunció por primera vez en forma sistemática esta estrategia catalogando con el término de referencia (zonceras) al conjunto de "... principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia... para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido...".
Así, "Civilización y Barbarie"; "el mal que aqueja a la Argentina es la extensión"; "la libre navegación de los ríos"; "el granero del mundo"; "este país de mierda"; entre otras, se constituyeron en los instrumentos predilectos del coloniaje para estorbar la libre especulación de nuestro pueblo sobre su propio desarrollo.
Con el transcurso del tiempo, a ese inventario de zonceras tan bien definidas por el viejo maestro, se le fueron incorporado otras vinculadas a precisas coyunturas, entre las que se destacan: "achicar el Estado es agrandar la Nación"; "los argentinos somos derechos y humanos"; "un peso un dólar" y "la cesación de pagos condena al aislamiento".
Gran parte de estas herramientas, enseñaba don ARTURO, tienen como principal objetivo el de potenciar los mecanismos autodenigratorios a través de la exaltación de la fortaleza de "lo otro" y de la debilidad de "lo propio".
No cabe duda que la promoción de estas zonceras ha constituido, en cierto sentido, un eficaz armamento para sostener los objetivos descriptos precedentemente. Su recurencia, además, presupone necesariamente una vigorosa instancia de negación o supresión de lo vernáculo.
Es de destacar que en estas últimas décadas, teñidas tristemente por un intolerable tufillo economicista-eficientista, parte de esas zonceras han sido utilizadas para impedir el verdadero debate pendiente en nuestro país que se vincula con la cuestión de la identidad.
Propongo entonces a partir de este ensayo introductorio, reavivar esta discusión.
El vocablo identidad suele utilizarse usualmente para designar la relación existente entre dos o más realidades o conceptos que, siendo diferentes en ciertos aspectos, se asemejan en otros. Pero a la vez, suele echarse mano a dicho término para referirse a las propias cualidades que indican un "ser específico" o "modo de ser".
La identidad de cada ser humano se va configurando a partir de un proceso evolutivo de socialización-individuación en el que aspectos psico-fisiológicos, socio-culturales e históricos se co-determinan entre sí y, con un contexto ecológico y de interacciones de los componentes significativos del mundo único del individuo, por ejemplo: la familia.
En tanto proceso histórico, la identidad nunca es "... integralmente definida ni definitiva..." (J.C.FILLOUX), es decir, va mutando con el devenir del tiempo y a la vez se consolida en sus aspectos distintivos.
Sobre esta cuestión, y más precisamente desde distintas corrientes de la psicología, se han ensayado diferentes planteos tales como los proporcionados entre otras por las escuelas Conductista, Culturalista, la Gestalt y el Psicoanálisis (aunque prime para esta corriente la existencia del inconsciente).
Ahora bien, cabe interrogarse si ciertos caracteres de este proceso identitario que se desarrolla a nivel individual pueden transpolarse a nivel social y, de ser así, analizar la vinculación existente entre dicho proceso y el de la construcción de la nacionalidad.
Dejando por sentado que descarto de plano todas aquellas teorías que vinculan necesariamente la constitución de la nacionalidad a una potente homogeneidad en los rasgos étnico- aciales (biológicos), tiendo a compartir la tesis que sostiene que "no hay nacionalidad sin identidad". La nacionalidad es un proceso de construcción en el que se encuentran involucrados conjuntos de seres humanos diversos que participan de un proceso identitario a partir de distintas expresiones de sentido de afinidad.
El pasado común, los valores, la lengua, las costumbres, los códigos de conducta compartidos, la memoria de lo ocurrido y vivido son, entre otras, partes constitutivas de la identidad que es igualmente "...aquello que mantiene la memoria, el recuerdo, el pasado, las etapas de la infancia, de la adolescencia y de la edad actual, las expectativas y perspectivas del futuro ..." (PEÑA, 1997) y en tanto, determinantes de la nacionalidad.
La construcción de la nacionalidad y la cuestión de la heterogeneidad
Una de las zonceras más promocionadas por los ambientes letrados vincula las frustraciones argentinas a nuestra heterogeneidad de origen, producto de las distintas corrientes migratorias que contribuyeron al poblamiento del país. Sustentada en antiguas teorías elaboradas a la usanza de las necesidades político-estratégicas del "Viejo Mundo", la zoncera de referencia presupone la disfuncionalidad estructural de las sociedades multígenas.
En la producción intelectual de la generación del ´80 subyace nítidamente esta tesis ya que su principales interlocutores planteaban un poblamiento inducido y selectivo para reemplazar el existente en país; hecho que, además, presuponía una claro racismo donde las "razas aptas" para el desarrollo capitalista debían sustituir a otras disvaliosas .
La generación de SARMIENTO y ECHEVERRÍA fracasa en su emprendimiento, en primera instancia, porque no logra seducir a las "razas aptas" para incorporarse a la comunidad local y, en segunda instancia, porque intentan erigir una nueva nación mediante la supresión física y simbólica "del otro" criollo, mestizo, paisano o indio que se constituían en la mayoría las fuerzas vivas del país.
A pesar de su prédica y de su obra ese otro nunca desapareció definitivamente, ya sea por su pervivencia física o simbólica. En tal sentido debe tenerse en consideración que el "Martín Fierro" de HERNÁNDEZ, censurado por la intelligentzia urbana, terminó erigiéndose en la Biblia del gaucho y del paisano y, posteriormente, revitalizado por la fuerza de una generación de argentinos que empezó a mirar para adentro buscando una identidad propia (La generación décima).
Ya SCALABRINI ORTIZ observaba con nitidez el fenómeno de nuestra heterogeneidad, advirtiendo que en la amalgama de los aportes humanos que recibió la patria estaba cifrada la esperanza para la Argentina del futuro, porque así como "...el producto de procreaciones sucesivas de seres idénticos (monógenos) tiende a conformar a seres especializados en que las cualidades no fundamentales se relajan hasta desaparecer...", en las sociedades multígenas como la nuestra, "... el ser de orígenes plurales, tiene brechas abiertas hacia todos los horizontes de la comprensión tolerante" y "... que en cada dirección de la vida, hay un antecedente que le instruye en una benigna coparticipación de sentimientos. Nada de lo humano le es ajeno...".
En un mundo cada vez más interrelacionado y en tanto más heterogéneo en términos biológicos, se ha determinado recientemente que los elementos de orden simbólico comienzan a convertirse en instrumentos de alto valor cohesivo.
Así, por ejemplo, suele sostenerse que la lengua es quizás la primera dimensión de la identidad étnica sobre todo en aquellas naciones sustentadas en relativa homogeneidad biológica; lo que indica en todos casos una alta pro-eficiencia de elementos como el idioma en el proceso identitario.
La construcción de la nacionalidad y las sociedades multígenas
Las sociedades diversas, en su proceso de construcción de la nacionalidad, deben concentrase férreamente en la producción de colectivos de identificación; elementos que, si bien en parte pertenecen al campo de lo simbólico, encuentran substrato en su base material, histórica y sociológica.
En varios trabajos he analizado los diferentes tópicos sobre los cuales debería sustentarse el nuestro, por cuanto recomiendo la lectura de "Una Nueva y Gloriosa Nación" publicado hace más de un año en este mismo sitio.
Allí sostuve que el principal desafío de nuestro país es el de poner en marcha un profundo proceso de acción intelectual, cultural y militante para rescatar y consolidar una serie de instrumentos cohesivos que contribuyan a la re-construcción de una identidad nacional.
Pero los aportes de la psicología en esta materia pueden ser aún mayores si comprendemos cabalmente la importancia de la identidad como determinante en la construcción de la nacionalidad.
Se afirma en diversos ámbitos académicos, "...que los individuos que son capaces de tener una clara identidad de sí mismos tienden a tener una visión clara de sí mismos..." y que "... aquellos quienes tienen una alta ambivalencia sobre su identidad, tienden a tener más dificultades...". (GUANIPA & TALLEY, 1991).
La identidad de cada individuo se encuentra vinculada a un sentirse vivo y activo, a ser uno mismo; en definitiva a una "...tensión viva y confiada de sustentar lo que me es propio, como manifiesto de una unidad de identidad personal y cultural...". Ello nos lleva necesariamente a la cuestión de la estima.
En ese sentido la auto-estima no constituye otra cosa que la estima o aprecio que uno se tiene de sí mismo y en relación con el otro. La conciencia de ese orgullo nos confiere una autoestima que explica parte de la comprensión de nuestra identidad.
Aquí hay que prestar observación a dos estrategias auto- degradantes muy nítidas.
La primera es la de "la difamación masiva". Basta tomar contacto con los medios masivos de comunicación para inferir el fomento continuo y deliberado de la difamación o descrédito del otro, del con-nacional.
Cabe de maduro cuán dificultosa se torna la tarea de construcción de una nacionalidad en donde existe una percepción generalizada que el otro es ladrón, corrupto o ventajero, aún cuando es bien sabido que la mayoría de nuestros paisanos obran de buena fe.
La segunda la de "la comparación maliciosa", a partir de la cual se pretende que el individuo incorpore un mecanismo de cotejo permanente de elementos de inverosímil compulsión.
Como ejemplo de ello, la recurencia de sentencias que se multiplican como que "el mar brasileño es mejor que el argentino"; "París es más bella que Buenos Aires"; "el Himalaya más imponente que el Aconcahua"; "el Pelouriño más pintoresco que San Telmo", argumentaciones que pretenden establecer comparaciones allí donde la subjetividad prima.
Es por lo expuesto, que un proceso de revolución cultural, que implica el restablecimiento de elementos cohesivos, debe necesariamente estar acompañado por instrumentos que eviten la acción de las estrategias autodenigratorias como las resaltadas. Paralelamente a la consolidación de la identidad hay que inducir un fuerte componente social de estima hacia "lo propio".
Resulta aquí indispensable la labor de los núcleos familiares y de los establecimientos educacionales quienes no sólo deberán transmitir una nueva escala de valores cohesivos sino el espíritu necesario para re- valorar lo que es propio.
BREVES CONCLUSIONES
GUSTAVO CIRIGLIANO, citado recientemente por JOSÉ LUIS DI LORENZO en el trabajo denominado LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD EN EL DEBATE POLÍTICO, sostiene que "...la identidad nacional es la conciencia del Proyecto Nacional y lo que se denomina como ser nacional no es una esencia (concluida) sino una existencia (proyectada). Por eso, el proyecto de país tiene su origen fundante en esa identidad que caracteriza a cada pueblo más que a cada individuo...".
Se reafirma así el sentido que cualquier tentativa para fundar un verdadero cambio social y político en el país, en el marco de un proyecto nacional, debe presuponer necesariamente un "origen fundante" basado en la consolidación de aquellos elementos alto valor cohesivo que conformen la identidad nacional y la desarticulación lisa y llana de todos y cada uno de los mecanismos auto-humillantes que desdichadamente aún siguen potentes.
En palabras de DI LORENZO "...Nos han querido hacer aceptar el apareamiento ominoso con la globalización de la injusticia como camino irreversible..." . Desafiemos definitivamente esa premisa invirtiendo todos los recursos necesarios para materializar la verdadera revolución cultural nacional que nos aparte definitivamente de ese infeliz acoplamiento.
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