Escrito por Pablo Garello.
Lecturas de verano y la convicción de una misión que solo depende de cada uno de nosotros. El bastón de mariscal más allá de los cargos. Ser apóstoles de nuestras verdades.
Por ser esta la primera nota del año voy a aspirar a cobijar en ella una esencia, un espíritu, que tenga que ver más con lo trascendental de nuestra tarea que con la distractiva e insalubre realidad actual. Quiero decir, que me parece más necesario y me interesa mucho más, escribir sobre lo inmutable, lo profundo, y lo que hace a la raíz del problema que a las vicisitudes amargas de la coyuntura. No porque ella, tan injusta, no merezca atención. Sino porque creo que estamos en una encrucijada que tiene que ver más con valores profundos de la condición humana, que con el precio del tipo de cambio.
Quizá, en realidad, este texto no sea más que una reseña de mis lecturas de verano, acompañadas de alguna reflexión política. Enero me trajo de nuevo a la biblia, el nuevo testamento, pero más específicamente a los Hechos de los Apóstoles, el libro que cuenta las andanzas de los primeros cristianos. También estuve leyendo la biografía de Hipólito Yrigoyen, del fenomenal Manuel Gálvez.
Antes de eso, en diciembre, emprendí un viaje al Norte argentino con mi primo Valentín. Una semana internados en el pequeño pueblo salteño de Iruya; ingestando carne asada, caminando, conversando y apreciando la belleza e inmensidad de nuestro país. Al regresar, en el colectivo destartalado rumbo a Jujuy, cruzamos por un pueblo llamado Iturbe, de 500 habitantes. Sequedad, tierra, olor a miseria.
En un galpón ubicado en el centro del pueblito (que imagino habrá sido un centro cultural o algo por el estilo) se veía pintada una figura del Che y de Tupac Amaru (al igual que vimos después en las casas de los barrios de Humahuaca, enormes planes de viviendas para los últimos de los últimos, los pobres de los pobres). Le señalé el galpón a mi primo y le dije: mirá, esas son unas de las construcciones de la Tupac Amaru, la organización de Milagros Sala. Él (menos politizado) miró y me preguntó: ¿Qué es de la vida de Milagros Sala? Sigue presa, le contesté.
Fue demasiado lejos, le construyó viviendas, centros culturales y hasta piletas a tipos que hace 500 años de lo único que saben es de sufrir. Se la cobraron caro. Y mi primo, ferviente católico y hombre de sabiduría innata, mirando a la montaña que se erigía como reina de la quebrada, me contestó: Bienaventurados los perseguidos por la causa de la justicia. Son las palabras de Jesús, pronunciadas en el Sermón del Monte, que luego leería yo en Santa Fe de la mano del Evangelio de Mateo. Valentín dijo eso y nada más, no hacía falta otra respuesta. Nos quedamos callados y seguimos viaje, dormitando y aspirando tierra por el borde de la cordillera.
Los Hechos de los Apóstoles comienzan con la ascensión de Jesús al cielo y cuenta la historia de la Iglesia primitiva. La difusión del mensaje de Cristo, la vida en comunidad de los primeros cristianos, la persecución, los primeros mártires, todo eso está narrado en los Hechos. Piensen ustedes que el cristianismo se “legalizó” en el Imperio Romano recién en el año 313, es decir que, durante tres siglos, los cristianos fueron perseguidos.
San Esteban fue el primer mártir, asesinado a pedradas por predicar las enseñanzas del mesías. Amenazas, encarcelamientos, torturas, homicidios; la vida de los apóstoles (que uno podría entenderlos como los primeros elegidos por Dios) estaba signada por el terror. Sin embargo, como queda testificado en los Hechos, los primeros cristianos vivían con fe y alegría, sintiéndose parte de algo mucho más grande.
“Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas; vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo” (Hch 2. 42-47).
Fue tanta la fe, el convencimiento, el amor y el trabajo de estos hombres, que el cristianismo, de ser una pequeña secta judía, pasó a convertirse en la religión universal. Damasco, Jerusalén, Tarso, Antioquía, Siria, Corinto, Atenas, Roma (¡estando preso!) por todos estos lugares y más, predicó San Pablo. Y así, cientos de evangelizadores. Lean los Hechos, es un libro movilizante.
Después leí a Gálvez. Ya había leído su Vida de Juan Manuel de Rosas, pero la de Yrigoyen la supera ampliamente. Gálvez es un personaje fascinante, de la camada de los primeros nacionalistas. Católico, del interior, conservador y gran predicador de la justicia social. Escritor empedernido (60 libros), buen novelista y mejor historiador.
¿Cómo un hombre que detestaba las reuniones sociales, que no hablaba por teléfono y no daba discursos públicos pudo convertirse en la persona más amada de su tiempo? se pregunta Gálvez, quien llama a Yrigoyen el hombre del misterio. En el libro se refleja magistralmente la tenacidad de Hipólito en su misión: cuarenta y seis años pasaron desde que Yrigoyen entró a la política (1870) hasta que fue presidente (1916). Cuarenta y seis años inclaudicables de denuncia a la oligarquía: Roca, Mitre, Sáenz Peña, Quintana, todos intentaron convencer al peludo a través de cargos y prebendas, nunca aceptó. Yrigoyen fue un conspirador nato, participó de la revolución del parque, organizó el levantamiento bonaerense de 1893 y fue artífice de su obra maestra: la revolución de 1905.
Cinco años de conspiración fueron necesarios para producir un levantamiento coordinado en todo el país sin escribir una sola carta. Así lo cuenta Gálvez: “Su aspecto y sus modales inspiran confianza, invitan a la confidencia. Habla en voz baja y suave. Sus ojos dicen un mundo de cosas cuando no bastan las palabras. Tiene el don del monólogo y el de la persuasión. Recibe a sus visitantes siempre de a uno, en forma casi oculta. Gusta de la penumbra, del misterio. Desde muchacho le han gustado las medias palabras, la soledad. Los que van a verle se dejan marear por sus palabras de sirena: y como el aparato de ocultación y misterio que lo rodea prometen el triunfo, no vacilan en incorporarse al número de los revolucionarios. Su obra, como alguien lo ha dicho, es la de una araña que va con paciencia y minucia construyendo su tela”.
En 1896 su tío y fundador de la UCR, Leandro Alem, se suicida, en 1898 su compañero y amigo, Bernardo de Yrigoyen, lo traiciona y acepta la gobernación de Buenos Aires a Roca. La mayoría afloja. Se cansan. Se venden a las mieles de la oligarquía. Yrigoyen respeta el proceso. Aguanta, convencido. Suma de a uno. Durante cuarenta años hace solo tres cosas: conspira, denuncia el fraude y organiza al partido Radical. Fe en la misión. Sabe que la oligarquía va a flaquear, que no se puede engañar a tantos durante tanto tiempo, que la inmoralidad tiene techo. Y lo tuvo. En 1912 después de tanta presión, se promulga el sufragio universal. Cuatro años después Hipólito Yrigoyen se convierte en presidente de la nación Argentina.
GUÍAS
“Tantas veces pensamos que el trabajo político es tomar espacios: ¡no! Es apostar por el tiempo, iniciar procesos, no tomar lugares. El tiempo es superior al espacio y no olvidemos que iniciar procesos es más sabio que ocupar espacios”. Francisco.
“El hombre puede desafiar cualquier contingencia, cualquier mudanza, favorable o adversa, si se halla armado de una verdad sólida para toda la vida. Pero si esta no le ha sido descubierta al compás de los avances materiales, es de temer que no consiga establecer la debida relación entre su yo, medida de todas las cosas, y el mundo circundante, objeto de cambios fundamentales”. Perón.
Los libros fueron excusas, recomendaciones quizás, las ideas que quiero plantear son claras: iniciar procesos y armarse de una causa trascendental.
El movimiento nacional justicialista vive tiempos oscuros. La dirigencia no conduce ni representa. La mayoría de los compañeros con los que hablo (y hablo con muchos, de muchos lugares), se sienten huérfanos. Decepcionados. Descreídos. La superestructura no asimiló el cachetazo Milei y las prácticas siguen siendo las mismas: Rupturas, operaciones, sectarismo, poca voluntad a la renovación, falta de diálogo con la militancia, alejamiento del pueblo, discusiones estériles, desprecio a la formación y a la doctrina.
“Yo no espero más nada de arriba” me dijo hace poco un compañero, agotado. Y pienso que quizá sea esa la actitud del momento. No para propagar una acefalía inorgánica e impotente, sino para dejar de esperar que a los procesos siempre lo empiecen los otros. Dejar de esperar impávidos que aparezca un mesías a salvar al movimiento, sea Grabois, Moreno, Cristina o Lali Esposito.
Si estamos más pendientes de cómo van a cerrar la lista de diputados nacionales (que son una verdadera carnicería) cuando ni siquiera dependen de nosotros, nos vamos a angustiar y decepcionar. Agarrar el bastón de mariscal es entender que el futuro también depende de uno, y que la hora demanda el comienzo de procesos nuevos. Sea en un club de barrio, en un sindicato, en una biblioteca o unidad básica. Proponerse objetivos y salir a crear comunidad, con persistencia, esfuerzo y fortaleza.
¿O ustedes se imaginan a un Hipólito Yrigoyen vencido porque Mitre volvió a hacer fraude en la provincia de Buenos Aires? ¿O a un Yrigoyen vencido por caer preso en plena conspiración? Imposible. La política necesita más que nunca recuperar el sentido heroico de la vida, que no es el de Simón Radowitzky que mataba oficiales de policía como protesta, es el de Hipolito Yrigoyen que durante 40 años gestó un proceso político con una firmeza inclaudicable. Y ojo, no estoy diciendo que todos aspiren a ser presidente, estoy hablando de la necesidad de construir cimientos en el lugar en donde estamos. Y naturalmente, con esa impronta, la política va a ser mejor (y más sana).
Hoy traía la lectura de los Hechos, para entender que desde el principio de los tiempos el hombre sufre por la causa de la justicia. A Jesús lo mataron, a San Esteban lo mataron, a los apóstoles los persiguieron. ¿Vamos a la historia argentina? San Martín, Rosas y Perón exiliados por sus enemigos, Dorrego fusilado, Yrigoyen depuesto y en los 70 una generación masacrada. Bienaventurados los perseguidos por la causa de la justicia. ¿O en qué momento creímos que hacer política para el pueblo era llenarse de privilegios? ¿Cuándo ser peronista fue sinónimo de vivir en una mansión y andar de putas en Marbella? ¿Cuándo ser militante empezó a significar estar en planta del Estado a los seis meses? La causa de los pobres es causa de sacrificio. De entrega. El militante no es víctima, no llora, persiste, trabaja. Es perseguido. Es calumniado. Y continúa su proceso.
Por eso para Perón, la única forma de superar toda contingencia es armarse de una verdad sólida. Y nuestra verdad es la causa del pueblo. Es la soberanía política, la independencia económica y la justicia social, no son las cajas del PAMI ni de la ANSES, no son los cargos políticos, ni la casa en el country. Y aunque parezca un momento de mierda, es en estos momentos donde se ven los pingos, donde se ve quien pelea solo por sí mismo o por su Nación. Los que abandonan o traicionan y los que siguen. Y los que sigamos, solo vamos a seguir si somos conscientes de nuestra lucha histórica. Los que sabemos que podemos terminar como Milagro Salas, pero peleamos porque uno mismo es menos importante que su comunidad.
Suena duro, pero en momentos de tanto individualismo, de tanta ley de la selva, de tanta corrupción moral, si no reforzamos la fe en nuestra causa trascendental, tarde o temprano vamos a defeccionar. Además, por otro lado, qué aburrida sería la vida sin una lucha permanente. ¿En serio les parece interesante que el único afán a perseguir sea la guita o la fama? ¿En serio vamos a apostar por una existencia tan mediocre?
Por eso hay que dejar de esperar y ponerse a trabajar. Los compañeros están, y están esperando ser convocados. Les cuento mi caso particular en Santa Fe. Hace poco fui designado secretario general de la Juventud Peronista de la provincia, y vengo siguiendo el método Yrigoyen: hablar uno por uno con distintos compañeros (más bien los que están por fuera del sistema político, que son la mayoría).
Un día de esos me escribe un tal Carlos, que me conoce por las redes y que le gustaría juntarse. Tomamos unos lisos, nos conocimos, me contó de él y yo le conté de mis planes: tenía ganas de recorrer la provincia, pero no tenía un peso, el partido no me daba nada y yo de pedo llegaba a fin de mes. Carlos, convencido, me dijo: no te hagas problemas, contá con mi auto y te doy una mano con la nafta. Ahora me encuentro haciendo una agenda para recorrer un departamento por mes. Son 19 departamentos, en un año y medio debería recorrerlos a todos. Conociendo a los compañeros, escuchando los problemas de las localidades, proponiendo y dando una mano en la organización de la juventud. Un proceso que, con humildad y sencillez, debía arrancar, pero que no lo arrancaba nadie. Como, seguramente, deba arrancar en distintas provincias del país para garantizar la tan necesaria renovación (que no va a ocurrir por arte de magia, se los aseguro).
¿Por qué traigo este ejemplo? Porque los compañeros están. Y por supuesto que están cansados de la lógica que nos trajo hasta acá, pero si la convocatoria surge desde una premisa diferente, se van a sumar. Con algo de sus recursos si es que tienen, o con su tiempo, o con sus ideas. Por eso hay que animarse a agarrar el bastón de mariscal imbuidos en una profunda fe y una profunda convicción, capaz de convencer a los más testarudos. Y repito: no hace falta recorrer ninguna provincia, ni aspirar a una instancia electoral, ni nada de eso. Lo importante es arrancar procesos en cualquier organización libre del pueblo, tarde o temprano la participación con conducción, redundará en beneficios para el conjunto de la Nación. Tal como lo planteaba el General Perón.
Que el barullo electoral de este año no nos distraiga, que la rosca no nos ocupe, que la realidad no nos desanime. La historia es larga y la ansiedad mata. Pensar en grande y a largo plazo, construir junto a los compañeros. Hacerlo como los primeros Cristianos: con fe, alegría y amor. Creando esperanza.
Agradeciendo a Dios la posibilidad de estar vivos y de tener algo por lo que luchar.
Fuente:https://elaluvion.com/index.php/2025/01/19/persistir/
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